Autorretrato Literario - Silvia

Mis ojos de niña me veían como siete manchitas –unas pecas con que llegué al mundo y siguen estando en el dorso de mi pie derecho, justo en el escote entre el dedo chiquito y el que le sigue-. Era una mirada detallista, implacable, que le atribuía a ese pormenor el peso de un defecto de nacimiento que asomaba horrible entre las tiras de las “Skippy“.
En los años de la adolescencia hubiera podido dibujar con los ojos vendados el perfil de mi cara, tantas veces haciendo cruce entre dos espejos para poder constatar ese inaceptable huesito que hacía un pequeño bulto que hoy en día ni me acuerdo de mirar.
La que fui después se hizo sin mayores esfuerzos bastante amiga de la que estaba allí en los distintos espejos. Hoy podría genéricamente describirme como una nena, primero jovencita, y luego mujer delgada, armónica, rubia en la primera infancia y castaña después, que si bien se sentía patito feo, a la distancia puedo creer que no era así. Luego vienen las seis décadas, con los kilos y ahí es cuando ya elijo no estudiar ni juzgar lo que veo en un espejo que apenas miro.

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