Desarraigo
Siempre me hablaban de mi abuelo como alguien algo desquiciado. El hecho es que no lo conocía. Era yo muy pequeña, cuando mis padres decidieron dejar Carhue por razones laborales de mi papá. Hoy ya adulta y con una carrera periodística en marcha, quise hacer el que sería, tal vez, mi primer reportaje.
Nunca acepté el hecho del distanciamiento de mis abuelos. Mi madre se justificaba diciendo que eran motivos que quería dejar atrás, para siempre, que ya había sufrido lo suficiente, que no aceptaba el ver a mi abuela envejecer sin haber recuperado la sonrisa. Su niñez, al igual que la de mis nueve tíos, no fue feliz. Habían nacido en Epecuén, en una época feliz, que de pronto se transformó en la más triste experiencia, que nadie desearía para otros. Le comenté que viajaría a Epecuén y solo dijo "prepárate para escuchar una, muy triste historia". Si bien, yo conocía los episodios ocurridos en Epecuén, lo de la inundación, no entendía porqué mi abuelo había tomado la decisión de permanecer allí, solo, totalmente solo, alejado de su esposa e hijos.
Primero viaje a Carhué, a la casa de mi abuela. Mi mama tenía razón, pocas veces he visto una persona tan triste. Me abrazó muy, muy fuerte. No dejaba de acariciarme y de preguntar por mamá y papá. Le comenté cuáles eran mis proyectos, deseaba alquilar un auto y llevarla a Epecuén, a pasar un día allí, con ambos. Al principio se negó, tenía sentimientos encontrados. Por un lado, el amor que aun tenía en su corazón por la persona que le había regalado diez hijos y, por otro, el rencor de haberla alejado de su lado.
–Siempre se ocupó de que no nos haga falta nada, material, pero no podíamos aceptar la realidad, de que hubiera decidido vivir solo, alejado de nosotros, fue muy duro –me comento con lágrimas en sus ojos.
De todos modos, luego de una larga conversación, acepto y al día siguiente, partimos bien temprano
–Él siempre se levantó casi al alba –me aclaro.
Cuando llegamos, estaba sentado tomando mate, mientras acariciaba a sus perros, fieles compañeros que lo han acompañado siempre. Cuando vio a la abuela, la abrazo y comenzó a acariciarle sus cabellos, tan grises como el pueblo. Las imágenes eran muy fuertes, todo era gris, casas transformadas en escombros, hasta los árboles, desolación total. Luego de darles un tiempo a solas, bajé del auto y me acerqué a saludarlo
–Hola, abuelo, soy Viviana, tu nieta, vine a conocerlos.
Se sorprendió, me había confundido con una periodista que venía a hacerle una de las tantas entrevistas ya acordadas.
–En parte es cierto, estudio periodismo, pero quiero conocer a mi abuelo primero.
–Bien, aquí me tenes, este soy yo, no hay tanto misterio.
–Es que nunca entendí el porqué de tu decisión de vivir en soledad
–No estoy solo, eso es lo que nadie entiende, tengo mis animales, las cosas que necesito, pero principalmente tengo mi tierra.
–Pero si no queda nada abuelo, es una vida muy triste.
–No lo es, todos los días salgo a caminar, recorro calles vacías de gente, pero llena de recuerdos y con ellos hablo.
–Pero ya estas grande, si algo te pasa, ¿quién te va a ayudar?
–Yo pienso que cualquiera de ustedes que llame, tengo un celular
–Eso sí, pero, ¿y la abuela? ¿No sería mejor que estén juntos?
–Si ella quiere, sabe que puede venir cuando guste, pero yo no me voy. Dios, me ubicó en esta tierra, aquí me casé, tuve hijos, hice muchos amigos, esta tierra me dio todo con lo que yo soñaba y no la voy a abandonar. A Epecuén, lo dejaron solo, cuando ya no podía ofrecerles nada. Yo no. Cuando muera, quiero que me sepulten aquí, y en la lápida escriban "AQUÍ NACIÓ, VIVIÓ Y MURIÓ, PABLO NOVAK, ÚLTIMO HABITANTE DE EPECUÉN.
No atiné a decir nada, no era quien. Tampoco lo hizo la abuela. Le dejé mi número de teléfono, nos despedimos, subimos al auto y nos fuimos. El silencio en el auto lo decía todo. Él a su manera, era feliz, es lo único que cuenta.
Deje Carhué, pero no sin antes prometerme que viajaría tantas veces como me fuera posible, a visitar a mis abuelos. A Pablo Novak, último habitante de Epecuén.
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