Abuelo Gabino
Gabino mira con excitación y bastante temor ese puerto y ese muelle que se van acercando. Sabe que tiene bajar sin hacer demasiado alboroto, ha sido uno de los tantos polizontes que subieron en España con tantos sueños como tristeza, dejando atrás mucha miseria, pero también a sus padres y hermanos.
Sin embargo, sus 17 años le gritan que no se debe rendir, que es muy joven, que en estas tierras parece que hay trabajo y se come. Él tiene la ventaja de saber leer y escribir y seguro va a encontrar el amor de una mujer y va a poder formar su familia y traer de a poco a los suyos.
Ese 8 de agosto de 1906 en Buenos Aires hace frío, pero él, acostumbrado a los inviernos helados de León, lo toma como un buen recibimiento y, cuando entrega en migraciones el documento que guardó con tanto cuidado durante el viaje, no duda al contestar sobre su profesión: ¡agricultor! Y allá fue con otros osados como él, que sólo habían visto de lejos las tierras que eran de otro, a trabajar como peón rural a ese paraje medio perdido del oeste de la provincia de Buenos Aires.
Gabino era un muchacho duro por fuera y por dentro, con convicciones arraigadas y claras. Trabajaba incansablemente, juntando las monedas y contándolas de a una. En 10 años pudo reunirse con algunos de sus hermanos y alquilar su propio pedazo de tierra. Pero su meta seguía siendo formar esa familia que había soñado al subir al barco.
Y en esas juntadas con otros compatriotas apareció de repente Avelina, una jovencita bastante menor que él, recién llegada que también quería olvidar la travesía y la miseria española. Y entonces empezó a tomar forma, por 1921, el proyecto de los dos. Se casaron, se fueron a vivir al campo, junto con uno de sus hermanos y su mujer, a una casa grande capaz de albergar a los dos matrimonios, hijos, un maestro para los ocho chicos que fueron teniendo y algunos peones que ayudan con el trabajo.
Algunos años después, cuando ya eran tres los hermanos, se enteraron de que en un pueblo cercano recientemente inaugurado se estaban haciendo loteos baratos de campos y entonces compraron cada uno el suyo. Fue el momento en que los hijos se fueran a estudiar pupilos en colegios de curas o monjas y después completaran su formación en Buenos Aires. Él siempre lo había tenido claro, la educación era la mejor herramienta para enfrentar el futuro.
Gabino fue mi abuelo materno, que repetía la palabra “coño” como una muletilla y con un “ándate al coño” como un insulto. Murió cuando yo tenía ocho años, pero recuerdo vivamente su imagen jugando al “tute Cabrero” con sus amigos españoles, diciendo que su país era “la Argentina que le había dado todo", que nunca había pensado volver ni a pasear. Y también cuando, ya en la casa de Casbas, tomaba una silla grande y yo una chiquita y nos sentábamos en la vereda a “ver pasar” a la gente y saludar.
PD: Me enteré muchos años después qué significaba la palabra carajo y dónde estaba en las embarcaciones.
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