Fue siempre un tipo común. Le costaba poder reconocerse en el espejo; mucho más pensar una descripción de sí mismo en palabras. Todavía no sabía bien -cuando pensaba- si lo hacía en serbocroata o en español. Quién sabe por eso elegía casi siempre el silencio… para no tener que precisar si estaba en casa o en la escuela o en la calle y no tener que esforzarse en ubicar el sentido correcto del “translate” de serbocroata a español (y viceversa).
Esa gimnasia que la había adquirido allá, cuando al natural desafío de la adquisición de la oralidad por la que atraviesan miles y millones de niños cada día en todo el mundo cuando pasan del primero al segundo o tercer año de sus vidas, en su caso debió añadir la alternancia del bosnio materno en gorjeos y tonalidades a veces dulces, a veces tristes y el serbocroata, el que siempre uniformaba, con el que era uno más entre todos.
Si, en una forzada síntesis binaria, se pudieran extraer dos imágenes de su paisaje natal, podría decirse que él trajo consigo la monocromía de los bloques híbridos de edificios donde creció, dejando atrás los sonidos y el brillo de cascada del bosque prístino que ahora sólo ve en sueños.
Es así, Tito nunca destacó. No es que se lo hubiera propuesto; ni siquiera se planteó tal cuestión en ninguna de las lenguas que supo articular. Así se fue dando su vida.
Hoy todas las radios y diarios hablan de él. Resultó ser un supercontagiador y su notablemente alta carga viral desencadenó una disparada de casos en la provincia donde vive. Nunca había destacado en nada y ahora está conectado a un respirador, sin saber nada de esto.
[ Silvia Sorichetti - Tito Isvilaresich]
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