Llegó a mí de las manos de mi padre el día que yo nací un bello marumito envuelto en miles de transparencias y ajustado con rayos de colores. Claro que no tuve conciencia de ese regalo hasta algunos años después.
A medida que crecía iba pelando el marumito como una cebolla, ansiosa por saber qué contenía. Y así, poco a poco, año a año, fui descubriendo, recibiendo y haciendo mío su contenido desparramado: fortaleza, nobleza, honestidad, respeto, solidaridad, orgullo, derechos, seguridad en mí misma, alegrías, tristezas, serenidad, amor, sabiduría, madurez... Llegó todo en su justo momento a medida que crecía y según la vida me lo pedía. Hasta que un día llegué a la última capa, el centro mismo del envoltorio, y allí estaba el marumito que mi padre me regaló ese día: ¡Era yo misma! "¡Gracias, pa!", fue lo primero que pensé. "¡GRACIA, VIEJO, POR TANTO!
Pero ahora debo comenzar a envolver con las mismas transparencias y rayos de colores este marumito, no me lo puedo guardar porque mis hijos lo están esperando. El marumito que me regaló mi padre debe continuar su camino.
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