La amaba, no había dudas: por dentro sentía que cada fibra de su cuerpo no vibraba... Pero no se atrevía ni a mirarla a la distancia.
Su timidez y su miedo a ser rechazado lo atenazaban. Tenía que superarlo pero no sabía cómo.
Comenzó por sonreírle al pasar frente a su casa. Creyó que ella ni lo miraba y sintió que el mundo se desplomaba. No quiso darse por vencido y al verla la saludó. Ella no contestó pero no se dio por vencido y al otro día le hizo una pregunta sobre... Ya ni se acuerda. Ella muy displicente le contestó secamente. No se dio por vencido y, temblando, otro día se atrevió a invitarla a caminar. ¡Oh, sorpresa! ACEPTÓ.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario