Él es muy sutil y etéreo. Muy blanco. Sólo lo usan las bellas mujeres, anche niñas. Esas graciosas gacelas, livianas como la espuma de jabón, o las pompas que vuelan hasta romperse al chocar simplemente con el aire, en pleno vuelo. Es muy sencillo, pero es tan delicado... Es necesario cuidarlo muy bien. Es frágil aunque tenga varias capas. Es tan tierno y suave como la sonrisa de un bebé. Cuando está solo, apoyado en un lugar especial, esperando, uno con mirarlo se hace dueño de sus propios sueños. Cuando están juntos forman una armoniosa sincronización de elegancia, pasión, movimiento, todo en una absoluta unión maravillosa que nos hace sentir el gozo más profundo en el alma. Salta y gira sin medida, se agita y se apaga en el instante. Acompaña, crea y dibuja formas. No es su dueño. Él tiene dueñas frágiles, delgadas, bonitas, buenas y no tan buenas. También alguna malvada. Pero siempre nos fascina su hermosa aparición, bajo esas luces brillantes, con algún pliegue principesco, su donaire y tradición. Si él falta, y puede hacerlo, no es lo mismo. Todo cambia.
Él es, simplemente, una parte fantástica de ese sueño.
[El tutú de una bailarina]
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