En el complejo entramado de una sociedad cada vez más diversa, hay un grupo de personas con las que nunca simpaticé y que se dan en llamar "intelectuales". Es fácil dar con ellos porque tienen mucha exposición mediática. Digo que no simpatizo con ellos porque son arrogantes y dan la impresión de ignorarnos cuando no despreciarnos. Presumen de dominar cuanto tema de actualidad esté dando vueltas para concluir siempre en lo mismo: los problemas que aquejan a la sociedad no son económicos sino culturales. Invariablemente caen en lo mismo: la educación. Lo que no dicen es a qué se refieren y mucho menos en qué consiste la solución.
Yo suelo burlarme de ellos en la intimidad de mi conciencia diciendo que los "intelectuales" prestan un gran servicio que es el de ahorrarnos el fatigoso trabajo de pensar ya que ellos lo hacen por nosotros. Lo único que falta es que hablen de Marcela Ortiz, cuando si hay alguien que sí puede hacerlo ese soy yo. La conocí la traté y la admiré siempre. Es una escritora talentosísima que no tuvo el reconocimiento que se merecía hasta que publicó Recuerdos del futuro, un libro de ciencia ficción que alcanzó un éxito editorial extraordinario y con el que amasó una pequeña fortuna.
Cuando me enteré de que había tomado repentinamente una decisión desconcertante me preocupé y mucho. Lo que no saben los intelectuales es que la educación adolece de una cuestión y es que nos prepara para sobreponernos al fracaso pero no al éxito. El fracaso abre las puertas a la esperanza y el éxito las cierra definitivamente. Cuántos hombres y mujeres no pudieron soportar el éxito por no estar preparados y hasta se quitaron la vida. Cuando supe lo de Marcela pensé en lo peor pero cuando me enteré de que había decidido pasar el resto de su vida en una cueva y solo eso respiré aliviado.
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