Cómo no recordar esa tarde cuando caminaba por el sendero al pueblo. Los altos árboles y la vegetación no me permitieron anticipar lo que sucedió. El viento me envolvió y me detuve en seco, frente a mi vislumbré la silueta de un esbelto caballo que se detuvo de golpe, asustado. Su jinete voló al lado del camino. Me quedé paralizada. A gritos me recriminó mi aparición en su camino como un hada emergiendo desde la profundidad del bosque. Lo ayudé a levantarse: su mano firme y fuerte me cortó el aire. Temblé desde la cabeza a los pies. Su porte, su enojo y su mirada inquisidora penetraron en mí. Nunca más me sentí sola.
[Jane Eyre]
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