Resolví matar a mi marido, no por nada sino porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dije:
—Thaddeus, voy a matarte.
—Bromeas, Euphemia —se rió el infeliz.
—¿Cuándo he bromeado yo?
—Nunca, es verdad.
—¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
—¿Y cómo me matarás? —siguió riendo Thaddeus Smithson.
—Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.
Mi marido comprendió que no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Yo que era una mujer piadosa, le agradecí a Dios haberme librado de ser una asesina.
["Cuento de horror", Mario Denevi]
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