Reescritura - Emiliano

Sin dudas me confié demasiado porque cuando sentí la mordedura en el pie ya era tarde. Instintivamente tomé el machete que llevaba siempre sujeto a mi cintura y le asesté un golpe mortal antes de que se dispusiera para un segundo ataque. Me miré el pie y vi dos gotas de sangre que manaban de él además de un dolor que se hacía más y más intenso cada vez. Tomé un pañuelo, me ligué la herida y caminé en dirección al rancho. El dolor empezaba a ser insoportable y la hinchazón había invadido la pantorrilla además de sentir una sequedad quemante en la garganta. Maldije y  seguí caminando como pude ya que me resultaba cada vez más difícil hacerlo. La hinchazón se veía monstruosa y la sed me devoraba. Llamé a mi mujer y le pedí caña pero extrañamente no le sentía gusto alguno. Le pedí más pero en vano; sabía a agua. Miré mi pie que ya lucía lívido y con un tinte gangrenoso. "Esto se pone feo", me dije. El dolor ya se había irradiado hasta la ingle y se hacía insoportable. Vomité por primera vez pero no sentí alivio. Con las pocas fuerzas que me quedaban me subí a la canoa y sentado en la popa empecé a pasear con la intención de llegar a Tacurú Pucú lo que me demandaría no menos de cinco horas de navegación cuando me sorprendió el segundo vómito pero esta vez de sangre. La hinchazón ya llegaba al muslo y parte del vientre. Fue entonces cuando decidí pedirle ayuda a mi compadre Alves a pesar de estar distanciado de él desde hacía algún tiempo. Llegué a duras penas, bajé de la canoa y caí de bruces. En vano fue llamarlo. Ya casi sin fuerzas volví a la canoa pero esta vez para dejarme llevar por la correntada. Repentinamente sentí un fuerte escalofrío y empecé a sentirme mejor. Los dolores habían cesado y la hinchazón parecía ceder. Me quedé dormido. Cuando desperté alguien que parecía un médico me preguntó como me llamaba y agregó "ya se puede ir, Paulino, no tiene sentido que permanezca internado. Cuídese". Tomé las pocas cosas que aún tenía y le dí las gracias. "No tiene nada que agradecerme", me dijo, "agradézcaselo a la Santísima Virgen de Itatí; es la primera vez que alguien sobrevive a la mordedura de una yararacusú".

["A la deriva", Horacio Quiroga]

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