Reescritura - Ma. Teresa

Era yo muy joven y vivía en una pequeña aldea. No muy lejos se encontraba la casa de una hermosa doncella, blanca y bella como la luna. Me enamoré el primer día que la vi. Solo que ella era muy vanidosa y pretendía casarse con un joven que se asemejara a un príncipe, casi como en los cuentos. 
Sin embargo, eso no me detuvo y fui a visitarla. Charlamos un rato y luego le dije que estaba enamorad, y pretendía hacerla mi esposa. Inmediatamente se levantó de su sillón y en un tono muy despectivo me dijo que jamás se casaría con alguien que tuviera la cara cruzada por cicatrices como yo, y me invito a retirarme. Así lo hice, pero con el pecho destrozado por el dolor que me había producido la respuesta de la joven.
Quise reponerme, diciéndome a mí mismo que ella era demasiado vanidosa, que no merecía mi tristeza, pero fue en vano. Llevaba semanas sin dormir, por las noches solo caminaba por el bosque, tratando de olvidar el sentimiento que sentía por hacia ella.
Varias veces regrese a su casa, a pedirle, a rogarle, que me aceptara. Pero siempre recibía la misma respuesta. Jamás regreses, hasta que logres hacer desaparecer de tu rostro esas horrendas cicatrices.
Una de esas noches, en las que recorría el bosque, me senté a descansar apoyándome en un frondoso árbol. Casi al instante, escuché el ruido de un carro acercándose. Era un hombre y su mulo arrastrando una vieja carreta. Se detuvo, descendió y con suave movimiento de manos, convirtió al mulo en hombre. Observé con asombro lo sucedido, me puse de pie y camine hacia él.
Me saludó muy cordialmente. De inmediato, le comenté que había visto cómo convertía al mulo en hombre y, sonriendo, me respondió:

–Es que no me gusta comer solo. 

Luego con otro movimiento de manos, convirtió la carreta en un canasto, donde tenía un pollo que, luego de hacer una fogata, atravesó con un palo y lo puso a cocinar. 

–Siéntese –me dijo–. Coma con nosotros, por favor.

Mi curiosidad era mayor que mi apetito, y me decidí a preguntarle:
–Disculpe la curiosidad, ¿es usted mago?  

Luego de sonreír por un momento, me dijo:

–Sí, por supuesto que lo soy.

Tomé confianza y le conté, mi pesar. 

–¿Podría usted ayudarme, y desaparecer mis cicatrices? 
–Si por supuesto, lo hare con gusto.

Con un movimiento de manos hizo aparecer un gran espejo. 

–No deje de mirar el espejo, por favor. 

Tocó una de las cicatrices que cruzaban mi rostro y en el espejo estaba yo peleando contra los cosacos que habían atacado la aldea y el hombre que en el momento causó mi cicatriz. 

–Listo, vuelva a observar. 

Y allí estaba yo nuevamente, pero esta vez no luchaba, estaba escondido detrás de unos barriles, muerto de miedo. 

–Se fijó bien, su cicatriz desapareció –Y era cierto.
–Pero ¿no era yo el que estaba escondido tras los barriles, verdad? 
–Sí, usted mismo, solo que, al borrar la cicatriz, también desaparece su historia. Si quiere, seguimos con el resto- 
–No gracias, buen hombre. Dejaría de ser yo y mi historia.

Y luego de agradecerle, regresé a mi casa y esa noche dormí como nunca lo había hecho.
Al despertar, decidido más que nunca, fui a casa de la doncella. Apenas me vio exclamó:

–¿No te dije que no regresaras hasta que hicieras desaparecer tus cicatrices? 
–Así es, pero esta vez, me gustaría que primero me escuches y luego me iré y nunca regresare, lo prometo.

La joven se sentó y comencé a contarle la historia de cada una de las cicatrices que cruzan mi rostro. Terminé de contarle la última historia, frente al rabino que nos casó.

["Cicatrices", Marcelo Birmajer]

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