Reescritura - Norma

A veces en las tardes, lleva a los perros a dar un paseo, por los alrededores de su casa. Como uno es muy joven y la otra muy vieja, es difícil lidiarlos a ambos al mismo tiempo, pero a ella se le dan las empresas necias así que se larga a la calle con una correa en cada mano y cada perro hilvanando a su correa. Así la tontería, tuvo un percance que pudo terminar en calamidad.
Vive cerca de una mujer a la que admira desde hace mucho tiempo. Fue la primera persona a la que entrevistó en aquella época rara en la que le parecía creíble poder ser periodista. La China era una mujer fantástica cuya belleza llena de fábulas ha sabido contarlas entretejiendo las palabras hasta volverlas un retablo barroco y sonoro como como las propias historias. Lila disfruta visitarla cada vez que puede, que es casi nunca. Llegó a su casa como si nada e irrumpió en su tarde para retomar una conversación que no se terminaba. Eso hizo, pero para lograrlo tuvo que cruzar una calle abigarrada de autos a los que les urge alcanzar la luz verde en el siguiente semáforo y corren tras el amarillo sin detenerse en los paseantes. Como ella teme a sus despistes, se fijó muy bien antes de lanzarse al ruedo. Cuando le pareció pertinente, les dio la orden a los perros y caminó sin más. El joven corrió estirando la correa, pero la viejita se detuvo en seco y como la tiró para apurarla y está más flaca de lo que parece, su collar quedó en sus manos mientras ella meneaba la cabeza como preguntándose por qué tanto ajetreo. De repente, Lila tenía un perro del otro lado de la calle y otra inamovible a sus pies. No sabía que hacer. La elección estaba entre tirar de uno o pescar a la otra. Tiró la correa del Nino pidiéndole que no se moviera de la acera que había alcanzado temblando y levantó a la otra del suelo al que parecía pegada. Mientras tanto, y para su fortuna, los automovilistas se habían detenido a contemplar el espectáculo de su trastabillar. Como pudo alzo a la viejita y corrió a serenar al otro pobre, que la miraba sin saber quién estaba más perdido.
Cuando llegó a la casa de la China, sintió lo que debió sentir Colón al pisar tierra. Y todo a dos calles de su casa.

[El viento de las horas, Ángeles Mastretta]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...