Sputnik - Dora

Sumire se movió con el cristal, en reflejos pavoneados, trozos del luminoso paisaje urbano de aquellas primeras horas de la tarde, perfiles de casas, arboledas, avenidas, azul cielo, cubierto a trechos por cúmulos blancos y grandes.
En el esplendor envolvente de la tarde, su figura rubia y esbelta, surgió espléndida. De un lado la bañaba el Sol, por el otro, su cuerpo reflejaba a capricho. La blancura de su rostro, lucía con calidez, sobre el rosa de su traje. Sus ojos verdes, parecían prolongar la luz que bajaba desde las ramas de los árboles. Paseaba ella de un lado al otro, aguardaba, percibía, cita o descubrir.
Caminaba de un lado al otro y la luz, persiguiéndola, la hacía integrarse a en el paisaje, la sumaba al claro juego de los brillos húmedos y de la luminosidades transparentes. Iba, por ejemplo, al atravesar las regiones bañadas de sol.
Greta acababa de cumplir veinte años, tenía el busto armonioso, las piernas bien hecha y la cadera dotada de graciosos movimientos que aumentaban con insólitas irradiación activa la belleza de sus rasgos. Sus ojos eran grandes, brillantes y oscuros. Su pelo negro, su boca de dibujo precioso, sensual, sus manos y pies breves y ágiles. Contemplándola, se agitaban de golpe, como torbellino, como mar en tormenta. Sumire al menos lo sentía así.
Todas las ansias del vigor adulto, todos los deseos de la juventud.

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