El ticket - Norma

Desde lejos, sentía el sonido de las sirenas que se repetían por un lado, siguiendo como a corta distancia el retumbar de los truenos. Luego, empezaban los gritos, las bocinas de los autos y, finalmente, una lluvia caótica que golpeaba contra los techos y las ventanas en forma muy embrujada, porque parecía que se abrirían solas en cualquier momento.

Mientras tanto, yo, anonadada, no salía de mi estado impávido, tapada hasta la cabeza con la manta del sillón de la sala, compañero fiel de mis películas, siestas sorpresivas y lecturas deliciosas a granel, con mil aventuras a cubrir.  

Normalmente hubiera salido disparada para averiguar qué sucedía, pero estaba en estado de pausa, como dicen los aparatos electrónicos cuando no funcionan. De repente, de la nada, surgió un tren dorado y muy iluminado. En realidad, parecía un arbolito de navidad por los colores, pero era un tren de verdad, hermoso, con sus butacas de terciopelo rojas, azules, amarillas, grises. El guarda me aviso muy cortésmente que debía subir a la brevedad porque la salida sería en pocos minutos más.

La tormenta arreciaba y yo pensaba cómo iba a subir la maleta, el bolso y el paraguas. Afortunadamente, el guarda me estaba esperando con un gran paraguas, que más bien parecía una carpa. Era de todos los colores, no faltaba ninguno. Me acomodé en un compartimento especial, con todas mis cosas, sin haber sentido caer una gota de lluvia sobre mi cabello.

Al rato, lógicamente,  me pidieron el ticket del viaje. Me pasé media hora pidiendo disculpas y buscando afanosamente el dichoso pasaje por todos los bolsillos de mi ropa y de mi bolso. Pero no lo encontraba. Ya desesperada por la situación (menos mal que el tren había partido), sentí como una ráfaga de viento que venía del pasillo y algo entró raudamente posándose en mi regazo,.

Cuál sería mi sorpresa al ver el famoso ticket, tan colorido como todo el tren y con una  pequeña flecha  dorada, que lo atravesaba verticalmente, indicando tres estaciones muy importantes: la primera era Manigot, la segunda era Florence y la  última era Inverter. Entre ellas, había otras pequeñas estaciones no tan importantes, pero sujetas a la misma posibilidad.

Mi destino era Florence. Me esperaba mi familia para las fiestas de pascua. Estaba ilusionada con la reunión, ya que seríamos casi 25 personas que hacía tiempo no nos veíamos y deseábamos compartir la fiesta que tanto nos ilusionaba.

Lo mas extraño era que las butacas ocupadas eran solo las rojas y las grises. Y los compartimentos estaban ocupados, pero no compartidos, como suele hacerse normalmente ¿Habría menos gente que en años anteriores? No me preocupe demasiado, estaba muy cómoda. Cuando busqué el ticket no lo encontré, había desaparecido nuevamente. Ya lo habían controlado, pero yo necesitaba saber a qué hora arribaríamos y no quería llamar al inspector.

Bastaba que yo lo necesitara para que el señor ticket viniera volando. No sé dónde se escondía, pero aparecía de golpe y cuando lo quería guardar, me esquivaba. Literalmente, desaparecía.

El salón comedor era una lindura especial, muy elegante. Las mesas con sus manteles esplendidos y la vajilla perfecta. Los platos eran de un color celeste mar y cielo conjugados; el mantel, con un suave estampado en colores pasteles y las servilletas lisas, de un color similar a la vajilla. Velas por doquier y un servicio exquisito en todas las comidas que realizamos en el tren.

Estaba preocupada, pero después de cenar decidí ir a dormir temprano. Nos faltaba un buen trecho para llegar a Florence. Llegaríamos después del almuerzo. A la mañana siguiente, como había dormido de un tirón, no presté atención a la estación, pero sí  noté que habían cambiado a la gente del servicio y el inspector no era el mismo. Estaban controlando nuevamente a los pasajeros.

Mi situación se agravó porque el ticket no aparecía y el inspector actual no era tan amable como el anterior. En la mesa del desayuno encontré debajo de mi taza un ticket bastante parecido, pero no me correspondía. Lo guardé por si acaso, tratando de encontrar al verdadero. Me sentía  un poco atribulada por la situación, pero no hubo problemas.

Cuando llegué a Florence, al bajar, le di el ticket verdadero que había aparecido como de costumbre.   Pude terminar el viaje feliz y tranquila. Mi familia estaba esperando mi llegada para ir a casa. ¡¡¡Qué felicidad!!!

Ya estaba instalada, con absoluta tranquilidad, fuera del tren y en paz. Mientras leía un libro en el jardín, tomando un té con un placer infinito, de reojo vi algo pequeño y dorado apoyado en una esquina de la mesa. Cuando me di vuelta, era el ticket que desaparecía en forma constante y ahora se posaba, se adosaba a mí, sin pedirlo. Cuando me retiré de la mesa, noté que cambiaba de lugar y se apoyaba en el mueble donde había dejado mi libro. Y más tarde me acompañaba por toda la casa. 

Realmente me voy a dormir, he pasado un día agitado, necesito descansar.

¡Qué bochinche hace este despertador! Es para resucitar a los muertos. ¿Lo habré puesto muy alto? 

Me desperecé y vi el sol brillando atravesando las cortinas de la habitación. Muchas ganas no tenía de levantarme, había tenido un sueño muy raro, que no tenía explicación. Pero había que preparar muchas cosas ese día. Me dirigí a la cocina a desayunar.

Sentí un zumbido, me asustó porque pensé en una abeja, pero no.  Estaba untando la tostada y de refilón vi un pequeño cartón en el centro de la mesa, que no había visto antes o que no estaba. Seguí tomando el té con la idea de la agenda a cumplir. Pero el cartoncito seiba aproximando despacito hacia mí.  Pensé y me pregunté si estaría viendo visiones. Desde que había llegado a la cocina ese cartón me estaba persiguiendo, como en el sueño. Desconcertada, lo atrapé al vuelo, justo cuando sonó el teléfono.

Era Marina que, a borbotones, me preguntaba si había sacado las entradas para la función de Eric Shagall, el famoso artista que se presentaría en el teatro dentro de dos semanas y ya se habían agotado. 

De golpe entendí los avisos del ticket y todos sus esfuerzos para avisarme. Ahora entendía por qué me perseguía en el sueño. Apenas me levanté continuó insistiendo para recordarme el compromiso que había asumido en comprar los tickets y que había olvidado totalmente.

No sabía qué decirle a Marina, pero ella me confesó que había comprado ya las entradas. En realidad, le habían conseguido un palco a muy buen precio, una magnifica ubicación y no podía perder esa oportunidad. Mi suspiro de alivio lo tomó como muestra de  alegría y reconocimiento. Nos despedimos: "Bueno, nos vemos en la oficina". "Dale, ok. Besos".

Con lentitud y con la taza de té en una mano, fui acercándome al ticket que, quietito, sólo dejaba que me acercara sin atreverse  a moverse de su lugarcito, casi escondido entre el dulce y el plato de tostadas. Lo tomé con la mano, mirándolo atentamente y, oh, sorpresa, tenía una flecha dorada en vertical. Decía "Estacion Manigot, Florence  e Inverter"y la fecha del ida anterior. Al darlo vuelta,  entre las estaciones intermedias estaba Shagall y decía, en letras doradas, “Acuérdate de visitarnos”, como si fuera un recordatorio.

En realidad, mis sueños son una mezcla de películas, historia, colores, dibujos y nunca tienen un significado real, hasta después de que suceden. 

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