El perro - Fabiana

Juan era hijo de una familia acomodada, acostumbrado a frecuentes fiestas y reuniones sociales, a tener todo sin demasiado esfuerzo. Era frívolo, terrenal y descortés, todo lo contrario a su hermano, que se dedicó a curar niños pobres en un pueblito de Chaco y, enamorado de Ana, formó una hermosa familia.

Juan se burlaba de él, no entendía de amor, las mujeres eran solo objeto de placer, el dinero servía para gastarlo en copas, vivía de cama en cama y de cóctel en cóctel. En realidad nada llenaba del todo su vida, la soledad era su única compañía.

Una noche llegó a su casa y allí los vio: dos ojitos bien negros, que parecían llevar todo el sufrimiento del mundo. Un cachorro lleno de sangre, lloraba. Quiso incorporarse pero no pudo, estaba herido y parecía hambriento. Por un instante, Juan dudó en hacerse cargo de él, solo sería una molestia en su vida.

El cachorro era una mezcla de caniche con callejero, tenía el pelo sucio, cubierto de barro mezclado con sangre, una de sus patitas estaba cortada. La mirada de Juan se encontró con la mirada del perrito, algo en él se encendió. Ese hombre frío y calculador se derritió con la expresión dulce de ese cachorrito. Lo alzó con cuidado, lo baño, lo alimentó, lo curó y hasta durmió con él en el sillón de la sala.

Se despertó sobresaltado, algo húmedo se pasaba por su cara. Besos mojados cómo suelen dar los perros. Lo sacó en forma brusca y lo tiró del sillón. El cachorro lloró, pero no se dio por vencido, volvió a la carga y otra vez intento ganarse una cuota de cariño.

Así pasaron varias noches, hasta que el cachorro se levantó y empezó a caminar por toda la casa persiguiendo a Juan. Si él se estaba afeitando, se acurrucaba sobre sus pies. Si abría la heladera, ponía su carita de costado y lloraba para que le dieran algún premio comestible. Juan empezó a estar más tiempo en su casa.

Un día le puso un nombre, lo llamó " Estorbo". Y así, con Estorbo desayunaba, con Estorbo miraba la tele, con Estorbo dormía y era Estorbo el que se acercaba si lo veía triste. ¡Y hasta lo sacaba a pasear a la plaza! En unos de esos paseos el cachorro se acercó a una perrita caniche blanca, Vida, qué casualmente venía acompañada de una chica, Male, que dejó mudo a Juan por su belleza y dulzura. "No puede estar pasándome esto a mí", pensó. Se pasó la mano por los ojos para cerciorarse de que era una chica, no un hada.

Dicen que el amor real es el que te dan sin que lo pidas. Estorbo había dado tanto amor a Juan que derritió el hielo, cambió contactos furtivos por caricias eternas, gusto a alcohol por el sabor de besos acaramelados, la oscuridad de la soledad por el brillo de la compañía, los cócteles con desconocidos por la fiesta de la vida compartida con seres amados.

Ahora, aquí sentado en el  sillón de la sala, descalzo, comiendo pochoclos, abrazado a Male, entre los dos, Estorbo, en los brazos de Male, Vida y en los de Juan, Milagro, la nueva cachorrita.¡Ya eran 5 en esa familia! 

Moraleja:  parece que en la "Vida" a veces es necesario "estorbar" un poco para conseguir "milagros".

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