En uno de mis viajes, llegué a China, ciudad milenaria, con una misión muy especial. En mi último cumpleaños, había recibido un regalo inusual: una pequeña caja, con un hilo rojo en su interior. Traté de averiguar quién había enviado dicha caja. Comencé a indagar entre mis amigos más cercanos y ninguno de ellos dijo haber sido.
Luego de unos días, por debajo de la puerta, alguien dejó una nota anónima. En ella me explicaban que ese hilo rojo haría que, en algún lugar del mundo, encontrara la otra punta del hilo rojo que me habían regalado, y que quien la poseía era mi alma gemela, según cuenta una legendaria leyenda china. Si bien soy bastante escéptico, en cuanto a lo que estas leyendas narran, viajo mucho, de ahí que haya elegido viajar a China en esta oportunidad. Recorrí la muralla y otros sitios mágicamente bellos. También visité a un viejo monje, considerado un hombre sabio y le comenté lo de mi inusual regalo. Sonrió y comentó que mi alma gemela podría estar en cualquier lugar del planeta y, también, que quizás nunca la encuentre, pero que no deje de buscarla, si en realidad creía en dicha leyenda. La magia siempre está donde nadie la puede ver- me dijo. Se despidió con una amable reverencia y se alejó, dejándome con un montón de preguntas en mi interior. Continúe viajando, visitando lugares antes impensados. "¿Sera hoy?", me preguntaba cada día. Lo mío ya era una obsesión: quería, debía encontrar a mi alma gemela, de lo contrario, quizás nunca volvería a disfrutar de lo que más me gusta, conocer el mundo, y no quería seguir haciéndolo solo.
Mientras me encontraba recorriendo La India, llegué a un lugar muy, muy pobre. En las calles las mujeres y niños se encontraban sentados en el piso, exhibiendo sus artesanías sobre mantas muy coloridas. Hermosos trabajos, realizados con extrema habilidad y dedicación, de lo obtenido de su venta dependía su sustento diario. Al atardecer, recogían sus cosas y se retiraban por senderos angostos, hacia sus humildes viviendas. Yo los seguía desde lejos, para no incomodarlos. Observaba como se sentaban alrededor del fuego, donde un gran plato cocinaba lo que cada uno aportaba y compartían alegremente ese único alimento. Luego, antes de que el fuego se apague, unían sus manos y mirando al suelo respetuosamente, daban gracias. Una noche en que me sentía muy cansado, me quede dormido, muy cerca de esos enormes gazebos comunitarios, donde descansaban. Al despertar un pequeño niño me observaba en cuclillas. Le sonreí, el hizo lo mismo, luego tomo mi mano y me llevo hacia el lugar donde una mujer, tal vez su madre, me invito a sentarme y compartir su desayuno, acepte. Luego agradecí y me retiré con respeto. Mi vuelo de regreso partía en una hora, jamás lo alcanzaría, resignado arribe al hotel, me di una ducha y baje a desayunar. Busque un lugar donde servían platos típicos e ingrese. Mientras comía, niños y mujeres recorrían las mesas pidiendo limosnas. Una mujer de rasgos muy bellos se acercó a mi mesa, busqué en mi billetera y le ofrecí ayuda, me hizo una reverencia en señal de agradecimiento, saco de su bolsa una caja y allí guardo el dinero. Al rato, recordé que aquella caja, era igual a la que alguien me había regalado. Había encontrado a mi alma gemela y la deje partir. Hace meses, que recorro las calles de La India, quizás la vuelva a ver o nunca más. Decidí, dejar de viajar e instalarme definitivamente en este pobre país. No sé si algún día volvería a ver a aquella mujer de hermosos rasgos. Pero lo que si sabía era que había encontrado mi lugar en el mundo. Siempre llevo conmigo la caja con el hilo rojo, entendí por fin su significado. Nunca más me sentiría solo.
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