EL OBJETO INDISPENSABLE
Descripción:
Gorra de colores fuertes, con visera firme y buen agarre a la cabeza.
Engreída y caprichosa. Regalo de una mujer a su esposo.
PREAMBULO DE LA GORRA
Llegué a esa casa toda apretujada en el baúl de un auto. Permanecí en esas
condiciones por varios días. Yo, que me sentía orgullosa en aquel escaparate de
un local del shopping.
Se paraban pa’ mirarme, como dice el tango. Todos los días, una empleada
(mi favorita) me tomaba entre sus manos y retiraba el polvillo que se había
acumulado en mi visera. Era la mejor, siempre en el centro, rodeada de otras
gorras, por supuesto menos agraciadas. Se vendían antes, pero por ser “baratas”
no tan especiales como yo.
Hasta que llegó el día en que aquella mujer, la que luego me quitaría de mi
lugar perfecto, me compró.
–Es para un regalo especial- le dijo a ¡mi! Empleada.
–Tengo lo que busca –le respondió.
Me quitó del escaparate, con muy poco cuidado, me ofreció, así nomás, como
un objeto cualquiera, ¡a mí, la preferida! Y me compraron.
Como ya dije, estuve apretujada en la caja de regalo varios días. Al
parecer nadie podía verme hasta el día del cumpleaños de su marido, eso le dijo
a una mujer más joven, quizás su hija. Me faltaba el aire, mi visera perdía
firmeza. “¿Hasta cuándo?”, me
preguntaba.
Parece que el bendito día había llegado. Todos estaban apurados, en los
preparativos de la reunión. Me colocaron en una pequeña pila de paquetes. Una
más del montón. ¡Justo a mí, que era la principal! Así había dicho la mujer que
me compró.
Llegaron los invitados y fueron colocando los paquetes de obsequio sobre mi
descalabrada caja. De haber sido posible, habría escapado de allí. Pero eso es
imposible para una gorra.
Por fin llegó el momento del reparto de obsequios, quedé casa para el
final, lo que hirió mi orgullo, por supuesto. Al abrir la caja, el hombre
exclamó “¡Otra gorra para mi colección! Gracias familia”. Me observó, me colocó
sobre su cabeza y acomodó rudamente la visera. “¡Es perfecta, nuevamente
gracias!”. Luego, me arrojó sobre un sillón y continuó abriendo paquetes. Para mi
sorpresa, hubo varias gorras más, que fueron arrojadas sobre mí. ¡Qué falta de
respeto!
Terminada la reunión, el homenajeado recogió las gorras, incluida yo, por
supuesto, y nos colocó en un armario con vidrio, así estaremos más protegidas
del polvillo. Resulta que todas eran muy engreídas. “Nunca ocuparas mi lugar”,
me dijo una gorra azul, “soy su preferida”. No me tome el trabajo de
responderle.
Al día siguiente, abrió el armario y nos miró a todas,
–A ver, a ver, ¿cuál me acompaña a mi caminata diaria?
Estaba segura de que sería yo, “querrá estrenarme”, pensé. Y sí, me tomo,
me sacudió fuertemente, me apretujó la visera, ajustó el calce y me colocó en
su cabeza, luego nos fuimos a correr. ¡DE TERROR! El fulano sudaba que daba
miedo. A cada rato, tironeaba mi visera, le molestaba el sol y ¡a mí también! Regresaría
hecha un trapo arrugado y descolorido. La caminata parecía interminable.
Afortunadamente, una ráfaga de viento, que luego se convirtió en tormenta, me
liberó. Trató de alcanzarme, pero no pudo. Quedé tirada en un jardín, al
lado de una bicicleta de niño. ¡Ah no, ahora un niño! Qué destino el mío,
objeto, tan solo un objeto, sin valor para muchos. Eso es lo que soy.
Luego de la tormenta, el sol me secó y, obvio, el niño me encontró.
Comenzaría un nuevo calvario para mí. En fin, resignación. Tan solo soy una
simple gorra. Tal vez el niño nunca tuvo una y me cuide un poco mejor.
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