Desorientados
El matrimonio R llevaba muchos años de casados y eran bastante complementarios en sus acciones y sus formas. Por ejemplo, en cuanto al sentido de la orientación: el Sr. R tenía una especie de GPS natural incorporado a su cabeza. Sabía perfectamente dónde estaban el río y el mar, en caso de haberlos cerca; los nombres y alturas de las calles; por dónde salía el sol y hasta identificar algunas estrellas. Obviamente era poco probable que se perdiera.
La Sra. R era lo que se llamaría "un despiste”. No tenía idea de los puntos cardinales ni el nombre de las calles. Tenía que estar atenta cuando salía de un lugar cerrado para saber para qué lado tenía que ir. Sin embargo, también tenía una especie de “radar” interno y tampoco se perdía fácil, enseguida corregía el rumbo y llegaba sin problemas.
En el único lugar que eran muy vulnerables era en los hipermercados o centros de compras. Habían tenido la suerte de viajar bastante y una cosa que les gustaba era visitar mercados populares. En cierta oportunidad, estaban paseando y entraron a un centro comercial muy grande y, como de costumbre, fueron por cinco o diez minutos juntos, sorprendiéndose y comentando las cosas que iban viendo. Pero pasado ese tiempo apareció “ese algo” que al Sr. R lo hacía detenerse y mirarlo de un lado y el otro, buscarle la etiqueta de procedencia, pesarlo en sus manos, buscar parecidos, etc., etc. La Sra. R ya había seguido con su recorrido, a ella le gustaba ir haciendo zigzag por los pasillos y góndolas, caminando ligero, sólo parar en aquello que le llamara mucho la atención. Al cabo de 2 horas tomó conciencia del tiempo y empezó la búsqueda de su marido. Recorrió todo, fue adonde lo había dejado y se sentó un rato, en lo que consideró el centro del lugar, por si lo veía pasar.
Finalmente, tomó la decisión de ir a un lugar que parecía de reclamos de niños perdidos. Los carteles estaban en un idioma que ella no conocía, los empleados tampoco hablaban español, pero seguramente supondrían que se trataba de un perdido. Le dieron para que escribiera el nombre y salieron a buscarlo en un carrito eléctrico con forma de trencito, mientras por una especie de megáfono decían un montón de palabras incomprensibles y finalmente el nombre de su marido.
Pero éste no aparecía. Desesperada, tomó el micrófono por la fuerza y, en castellano, citó a su marido a que se presentara en el centro de reclamos. ¡Ahí, sí! Él apareció un poco enojado al principio, pero cuando se vieron se abrazaron y salieron juntos, riéndose un poco de su aventura ante la mirada atónita de los empleados que seguramente no habían esperado que se tratara de un adulto.
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