Recuerdo el día en que cumplí ocho años: cumpleaños triste para mi porque mi hermano, Daniel, enfermó y quedé sola con mi abuela.
Ese día mi mamá me regaló un marumito. "Para que te acompañe", me dijo. Estaba dentro de una caja azul con un moño rojo. No sé si porque yo me sentía muy triste y todo era tan oscuro a mi alrededor que, cuando lo vi, lo sentí brillante, alegre.
Tenía los colores del arco iris y el sabor de mi helado favorito.
Por las noches era mágico, me contaba cuentos de hadas con la voz dulce de mi madre.
De día se transformaba en juegos y se teñía de celeste cielo, como el color de los ojos de mi hermano. Me ayudaba a no extrañarlo.
Se convertía en pájaro, en sonrisas, en las manos de mi padre hamacándome. A veces, en lágrimas.
Cuando mi hermano sanó lo primero que hicimos fue jugar a la pelota con el marumito.
Ya no soy un niña, mi madre hace un año que no está, pero el marumito sigue conmigo, me abraza, huele a jazmines y me hace cosquillas cuando el recuerdo se vuelve triste .
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