Antes de cerrar la cortina, mira otra vez el parque. Allá está su árbol preferido, compañero de tantas tardes de escritura. Se descalza para sentir en sus pies el calor y la textura de esa pequeña alfombra que se va a convertir en una de las pocas posesiones que va a llevar. Y ese solo gesto es suficiente para que vuelvan los recuerdos. Volver a repensar y rectificar que su decisión esta bien, que es lo que necesita y quiere hacer.
Lo tiene todo: reconocimiento profesional, social, dinero. Cada libro que anuncia es un escalón en sus éxitos editoriales. Los adolescentes aman sus historias de ciencia ficción, ha podido cumplir con los sueños mas locos, propios y ajenos. Ese departamento frente al Central Park, la casa de sus padres en Leloir, sus maravillosos viajes. Ese camino del Annapurna descubriendo los rincones del cielo, él siguiendo su plan de entrenamiento y ella guardando sin saber cada lugar como un fotograma de felicida. Pero dentro suyo, hace dos años que la angustia y la tristeza son sus compañeras, ese duelo que no se permite mostrar para afuera y que no termina nunca.
Es el momento de empezar de nuevo y lo va a hacer en esa solitaria cueva testigo de tiempos plenos, con los sherpas de vecinos y compañeros, los que tal vez en algún verano puedan bajarle ese cuerpo que espera hace tantos años para sepultarlo junto a su pena.
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