Desenlace - Ma. Teresa

EMA

Ema nació en un bello día del mes de abril. Sus padres, como es lógico, estaban colmados de felicidad. Ema tenía un hermano que había nacido dos años antes que ella, casualmente en la misma fecha de su nacimiento. Los papis bromeaban:

—Festejaremos sus cumpleaños en la misma fecha y así nos ahorraremos unos cuantos pesos —decían.

Llegó el día en que Ema cumpliría su primer añito y su hermanito tres. Organizaron la reunión, a la que asistió casi toda la familia. 

—Qué raro que aún Ema no sonríe —comentó la abuela. 
—Es todavía muy pequeña —respondieron al unísono los padres. Ellos en realidad ya lo habían notado.

Pasó el tiempo y Ema no sonreía, no hablaba, ni intentaba jugar. Los preocupados padres, consultaron a varios pediatras. Ellos coincidían en que Ema tenía todos los síntomas de una niña autista 

—Eso no significa que sea retrasada mental —aclaraban los médicos. 
—¿Cuál sería entonces el tratamiento? —preguntaban. No lo había. 
—Ella se comunicará con ustedes de la manera en que lo sienta, deben estimularla a hacerlo constantemente y tratar de descubrir las cosas u objetos que más le gusten.

Los padres cumplieron al pie de la letra, con todos los consejos de los distintos especialistas. Fue así que descubrieron que le atraían los lápices y las hojas donde dibujaba estrellas y la luna continuamente. Siempre lo mismo. Decidieron pintar el techo de su cuarto con muchas estrellas y también la luna. Cuando se lo mostraron, Ema sonrió por primera vez y comenzó a hamacarse y aplaudir. Pasaba horas mirando el techo y dibujando. 
Luego fue sumando dibujos de lo que parecían ser naves espaciales y pequeños hombrecitos. Su hermano le había enseñado a escribir. Entonces llenaba los cuadernos de palabras y dibujos que no permitía que nadie leyera o viera. Los guardaba en su baúl. Todos respetaban sus deseos.
El día en que Ema cumpliría sus quince años, la familia pensó en festejarlo de una manera especial, pero a ella le molestaba estar rodeada de muchas personas, solía taparse los oídos, cerrar sus ojos y gritar hasta el momento en que se hacía silencio.
Entonces el papá pensó en un regalo especial, pero no se le ocurría nada. Ema tenía su mundo en ese cuarto y todo lo que quería también. Además había dibujado en las paredes pequeñas historias de seres desconocidos, aun de lo que no paraba de contar en sus cuadernos.
Antes de la fecha de cumpleaños, su mamá entró al cuarto mientras ella dormía y tomó sus cuadernos para ver qué había en ellos. Fue sorprendente para sus padres: había escrito muchos cuentos extraños y bellos a la vez. 

—Esto es ciencia ficción —afirmo el padre—. No debemos mantenerlo oculto, puede que a otras familias con hijos que tengan autismo como Ema les pueda ser muy útil.

Fotocopiaron todo y lo entregaron a un editor, que lo convirtió en un libro y lo puso a la venta. El libro se transformó en un éxito. Algunos medios pedían entrevistar a la autora. Sus padres dudaban de hacerlo, no sabían cómo lo podía tomar su hija. Ellos habían tomado sus cuadernos sin su permiso. Pero, aun así, decidieron contarle todo a Ema, pensaron que tal vez ese libro podría ser el puente que su hija necesitaba para conectarse con el resto del mundo. Que podría sacarla de su aislamiento.
El resultado fue totalmente diferente, la poca comunicación que Ema tenía con su familia, se interrumpió. Le habían robado su tesoro, su mundo, sus sueños. Pasaba sus días encerrada en su cuarto, ya no dibujaba, tampoco escribía. Se sentaba en un rincón abrazada a sus cuadernos. Al libro lo había destrozado.
Una mañana en que la madre iba a llevarle el desayuno, descubrió que Ema ya no estaba, se había alejado de su casa. La buscaron por muchos lugares, sin éxito. Literalmente había desaparecido.
Habían pasado dos años, desde la desaparición de Ema. Mientras su padre leía el diario, una nota le llamo la atención: una pareja de turistas había descubierto una cueva, llena de dibujos de naves, hombrecitos, estrellas y una enorme luna. Al ver las fotos no pudo parar de llorar, eran los dibujos de Ema. Pero cómo había podido llegar hasta allí, tan lejos de su casa. Llamó a su esposa 

—Debemos ir a buscarla —le dijo. La mujer respondió que no, que ya le había robado mucho a su hija, que no le robaría también su libertad.

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