Katia era una mujer de gustos exquisitos, ideas extrañas y vida realmente especial. Pasaba sus días en su trabajo en la bodega de su padre, en la elección de todo lo referente a la comercialización de las distintas cepas de vino que allí cultivaban y con las que luego producían un vino de excepción, para pocos elegidos.
Pero el gran amor de Katia era soñar con un mundo distinto, una galaxia a su mano, para ordenar cada planeta, cada estrella y formar un nuevo orden, lleno de satélites y modernas naves danzando por el celestial universo, cumpliendo su deseo, organizar una comunidad de gente con sus mismos objetivos.
Hacía tiempo que investigaba y escribía acerca de sus sueños, ayudada por las obras de grandes estudiosos y apoyada por un grupo de gente que sentía las mismas ansias. Ya había publicado varios libros al respecto y había obtenido una excelente respuesta de muchos adeptos. Algunos habían formado parte de una zaga exitosa, que la había catapultado a la fama.
Ella estaba entre esos dos grandes proyectos de vida que la mantenían muy ocupada. Estaba en pareja con Nicolás, arquitecto, con quien formaría en un futuro muy cercano su familia.
Días después, cuando regresaban a casa, al atardecer el sol iluminó una cesta al costado de la ruta, cosa que sorprendió a los jóvenes, los lleno de curiosidad y los hizo frenar para ver de que se trataba. Gran sorpresa: dentro una hermosa mamá perra, con sus recientes bebés bien tapados y protegidos, los miraba compungida. Estaban abandonados a su suerte. Ambos se miraron muy sorprendidos y de acuerdo mutuo, Nicolás se dispuso a llevarla al coche, cuando apareció un perro muy semejante a la perrita de la cesta, pero de un color un poco mas claro. Ya estaba la familia completa. Aún más sorprendidos, nuevamente se miraron y vieron que el nuevo integrante no oponía resistencia. Los seguía y subió muy rápido con la cesta, y ellos a la camioneta, con gran soltura y felicidad. Una nueva aventura que arrostrar. En realidad, Katia y Nicolás amaban a los animales. De hecho, tenían tres perros esperándolos en casa. Cuando llegaron y entraron con los nuevos huéspedes, fueron recibidos con una serie de ruidos raros, fueron husmeados de pies a cabeza, y finalmente aceptados con resignación.
Los bebés crecieron y quedaron en casa con toda la familia y sus tres hermanos. Todo estaba en su punto para completar la búsqueda final de la felicidad. Habían realizado la presentación del nuevo Malbec, proveniente de una cepa especial. El último libro de Katia había sido un éxito total en ventas.
Pero entre la pareja había surgido una gran grieta, difícil de sortear. Nicolás había desaparecido abruptamente, luego de una discusión incomprensible. Katia, desolada, no comprendía al principio la situación y, cuando tomó debida nota de la misma, decidió buscar el lugar ideal para refugiarse y vivir en paz.
Sin despertar sospechas, logró un lugar muy especial, una cueva en una montaña no muy lejana que le recordaba las cuevas que existen en Turquía y fueron habitadas durante diversos períodos de la historia por las distintas tribus y comunidades.
Había visitado la ciudad de Capadocia y pasado varias noches en un hotel construido en las cuevas de piedra, muy confortable. Decidió recluirse con sus animales, grandes y leales compañeros, en una cueva arreglada para tal fin, durante el resto de su vida.
Katia, como al principio dije, era una mujer exquisita, de ideas extrañas y vida especial. Pero había decidido vivir en paz. Escribió una carta muy especial, con muy pocas palabras, y se alejó de la sociedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario