No hace falta que mire la hora, Miau tiene un reloj interno y a las 18 aparece y se me sube encima. Este es el momento de terminar la rutina del día laboral. Uff, tres zoom, un informe para el jefe y rehacer un presupuesto.
Voy encendiendo alguna lámpara y miro que en las otras ventanas también hay luces, se está apagando la tarde. Preparo la comida de Miau y me hago una merienda-cena, unas galletitas con roquefort, un sobrante de tortilla y una copa de vino. Programa ideal para ver un rato de This is Us, ¡no más de dos capítulos! La serie es adictiva, sólo comí una galletita. Veo que ya es de noche, pongo pausa y me obligo a probar algo más. Entonces reparo en el papel blanco y doblado sobre la mesa. Una boleta de compra: ”Lanería La Hebra”, Scalabrini Ortiz 400. En la dirección del cliente figura la mía. Nunca estuve ahí. No compré nada. ¿Qué es? ¿Quién la dejó ahí? Desde que empezó la cuarentena, nadie entró en mi departamento: solas Miau y yo.
¿Podría ser que se haya caído de una de las bolsas que me manda mi mamá con comida? Le hablo y me dice que a ella le hubiese gustado tener algo de lana para entretenerse en estos tiempos pero que no ha podido salir.
Llamo a mi amiga Mariti, me va a ayudar a pensar. No tiene idea cómo esa boleta llegó ahí. También me dice que no sabe tejer y que va a ir por su barrio a comprar lana y va a aprender por Youtube.
Apago la TV, miro de nuevo la boleta y decido ducharme e irme a la cama. De repente, cuando estoy bajo el agua recuerdo que hoy en el medio de una videollamada me pareció escuchar que se golpeaba una puerta, pero a veces dejo la del balcón abierta para que salga la gata. Me apuro a terminar y, envuelta en la toalla, compruebo que la puerta está perfectamente cerrada, hasta con llave. Sin embargo, la de calle, que esta siempre cerrada, no tiene puesta la llave ni el cerrojo. Pongo llave y traba y me voy a dormir.
Es una forma de decir. Algo me inquieta, no logro un sueño tranquilo, las cuatro, las cinco, las siete. Finalmente, debo haberme dormido. pero de repente despierto con el timbre de la puerta. Cuando llego, ya no se escucha nada, pero Miau está sentada mirando hacia afuera. Por la mirilla no se ve a nadie. Entonces veo un papel en el piso: “Rosi, tengo un paquete para vos abajo”.
Cuántas veces le he dicho al encargado que no reciba nada, que yo bajo. Pero recuerdo que yo no pedí nada. No espero ningún paquete. Me visto y voy a pelearme un poco con Rubén. No me da tiempo, me ve y saca de un estante de su escritorio un rollo tejido, de lana, sujeto por una cinta de papel madera que dice con letras grandes: ”Miau”.
Rubén, al ver mi desconcierto dice: “Tenía razón el tipo que vino, me dijo que este regalito te iba a enloquecer”.
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