La gente se conoce en las redes sociales. En pandemia, con aislamiento, posiblemente haya pasado a ser casi un excluyente modo de alternar para personas solteras –o no– y jóvenes –o no–, con las ganas que tiene la gente de relacionarse.
Más allá de las aplicaciones ad hoc, para quien busca, también pasan cosas en las otras redes, en las que participamos para informarnos, para leer lo que dice gente que opina igual que uno gracias a un ecosistema que vamos armando a través del mecanismo de “seguime/te sigo“, “bloquear o silenciar“.
Lo cierto es que en Twitter está llegando la primavera. Algunas de las cuentas, que desde hace poco más de un año suelo ver a diario, empiezan a revelar los enamoramientos que les “mejoraron la cuarentena“. Son gente joven y desconocida, todos. En general no leo a los “twitstar“ y los mediáticos se hacen ver más en Instagram, así que me ahorro sus acaeceres.
J, muchacho de la costa patagónica, desde hace unos días le cuenta a quien lea que le empezó a gustar alguien. Luego, uno chusmea las respuestas y atando cabos intuimos quién puede ser. Un par de días después comparten el embeleso casi adolescente del enamoramiento.
Él está allá en el sur. L no sé de dónde es porque no lo dice su perfil, probablemente del AMBA: la Amorfa Buenos Aires. Quieren poder viajar, para traspasar el plano virtual. Por ahora no pueden. Ayer fue el cumpleaños de J. En su cuenta se vio la foto de un envío que recibió con un montón de primores comestibles y para brindar y adornos de corazones. En la casa de L se ilumina la pantalla del celular que está apoyado en la mesa ratona. Mensaje de correo electrónico: “Mercado Pago, se acreditó tu pago, para descargar tu factura etcetera, etcétera“.
El amor en los tiempos del corona.
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