Sola, cansada, enojada. El televisor me llamaba así que lo prendí y apoyé mis pies sobre la mesa ratona mientras me adormecía.
Una música estridente me despabiló: era un programa de televisión. Miré sobre la mesa y descubrí un ticket de una casa de moda de la cual moría por ser cliente. Me pregunté cómo había llegado hasta allí...
Mil conjeturas, ninguna válida. Hasta que recordé la visita del abogado y allí sí me hice la película: qué si a su mujer, a su hija, a su amante...
Comencé a reírme sin parar sabiendo que no tendría respuesta a mis preguntas porque lo había echado casi como una loca de mi casa. Había cambiado de abogado.
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