Tal vez por mi profesión, un día cualquiera se me ocurrió investigar cuál era el secreto que había que observar para aprender a andar en bicicleta. Me resultó muy fácil ya que era un problema físico: el centro de gravedad debe caer siempre sobre la base de sustentación. Esto, traducido al idioma infantil, es tan sencillo como decirle al alumno "doblá para el lado que creés que te vas a caer". Con este elemental principio le enseñé no solo a mis hijos sino a muchos de sus amiguitos. Fue tal la fama que adquirí que en una ocasión una familia acomodada me contrató para enseñarle a un niño que no aprendía. Por suerte mi método volvió a tener éxito y me pagaron muy bien. Luego siguió mi nieta (hoy tiene 14 años). Pero el peor fracaso me esperaba agazapado: cuando su hermanito Francisco cumplió los cinco, lo tomé como alumno pero no hubo caso. Acudí a todos mis conocimientos y experiencias reunidas a lo largo de años, pero esta vez no funcionó. Arrumbé la bici y me rendí. No me causó ninguna gracia, pero acepté mi fracaso. Siempre creí que la bicicleta era uno de los inventos más ocurrentes de la humanidad, y por eso mi apego a ella, pero así estaban las cosas. Mi dolor era grande ya que se trataba de mi nieto (solo tengo dos). Hoy en ocasión del día del niño me visitó y miren lo que pasó.
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