El primer amor
Dicen que el primer amor es el que te marca.
Personalmente, así fue. Conocí a Miguelito cuando nos mudamos a nuestra primera casa, en San Antonio de Padua. Los terrenos donde mi papá construyó habían sido anteriormente quintas y se podían ver por todos lados los lotes llenos de flores. Mamá nos enviaba a mi hermana y a mí a recoger flores todos los días, en casa siempre había un jarrón con flores en el centro de la mesa de la cocina.
Miguelito siempre estaba en la vereda, jugando a las bolitas, pero yo me daba cuenta de que nos observaba de reojo, siempre. El juego era simplemente una excusa.
Un día me animé y me acerqué a saludarlo.
—Hola, me llamo Clara y mi hermana Luisa. Y vos, ¿cómo te llamas?
Se puso colorado, era tímido.
—Me llamo Miguelito —respondió.
—¿No querés que vayamos juntos a recoger flores? —le dije
—Y bueno —respondió— pero primero debo pedir permiso a mama.
—Sí, claro, aquí te esperamos.
Al rato salió y desde ese momento, juntos, cada día, salíamos los tres a recoger las flores. Cuando teníamos un buen ramo cada uno, él me regalaba las que había recogido.
—Gracias, pero llévaselas a tu mama
—No le gustan las flores. Además, las junte para vos
Y salió corriendo
—Bueno, gracias
Mi hermana me miraba y sonreía
—¿De qué te reís, tonta?
—¿No te das cuenta de que le gustas?
No supe que responder, también me gustaba.
Un día llego un enorme camión de mudanzas y se estacionó frente a la casa de Miguelito. Mi corazón se detuvo casi. Se marcha, pensé, y no lo voy a volver a ver. Entonces lloré.
Miguelito se acercó a mí.
—Nunca te voy a olvidar —me dijo y me robo un beso en la mejilla. Lo abrace fuerte.
Desde ese día, no volví a recoger flores, lo hacía mi hermana. Me sentía triste.
Pasó el tiempo, terminé la escuela primaria, luego la secundaria y llegaría el tiempo de elegir carrera universitaria. No sé por qué motivo, o sí, quise ingresar a la escuela naval. Tal vez con la esperanza de que, en algún lugar lejano, encontraría a mi Miguelito. Pasaron muchos años, me decía Luisa. Tenía razón. De todos modos, ingresé a la escuela naval. Y llegó el día de mi viaje de bautismo. Para mi sorpresa, el capitán se llamaba Miguel. Coincidencia no era: mi Miguelito.
El viaje duró seis meses, un país más bello que otro y el regreso. Ya era otra persona. Me sentía feliz. Me esperaba Luisa junto a su novio, un joven bien parecido y muy simpático.
—Te presento a mi hermano —dijo.
Luisa me miró. Increíblemente, en ese momento me enamore de él y en menos de un año estábamos casados, rumbo a España, de Luna de miel.
Tuve tres hijos, abandoné la carrera naval, vivía feliz junto a mi esposo y mis hijos. Pero como no podía ser de otra manera, mi primer hijo de llamó Miguel. Era un hermoso recuerdo. Pero solo eso, mi primer amor.
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