Durante exactos treinta años, ver Granaderos me resultaba más o menos habitual. Una de las cosas que tiene trabajar en Plaza de Mayo: el paisaje cotidiano parece ilustraciones del manual de primaria: granaderos y frailes, Cabildo y Pirámide de Mayo.
Desde la casa de gobierno (el Regimiento de Granaderos a Caballo es Escolta Presidencial) parten cada dos horas (las impares), desde la mañana temprano hasta la noche, y recorren marchando los doscientos metros para reemplazar a quienes se encuentran en el mausoleo de la Catedral, venerando.
Hace algunos años, empezó a circular una historia acerca de los últimos siete integrantes del regimiento creado por San Martín. La aparición casi fantasmal y la vela cuando llegaron los restos del Libertador para después volver a perderse para siempre me conmueve cada vez que vuelvo a escuchar el relato.
La historia asegura la llegada a Buenos Aires del vapor Villarino en 1880. La presentación de los siete granaderos a casi sesenta años de sus últimas gestas no sé si es leyenda o historia rigurosa y otro conflicto empírico que tengo es que yo cuento cinco. Lo cierto es que después de conocerla casi siempre que me los cruzaba hacía parte del recorrido con ellos recordando a aquéllos.

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