Un día en el inframundo - Osvaldo

Dulce encuentro con la muerte


—Tengo miedo. 

Ella no entendía.  

—¿Es que no me quieres tocar, entonces? 

—Sí, quiero. 

—¿Y por qué  no me tocas? 

—Porque tengo mucho miedo, sé cuáles son mis limitaciones, tengo miedo de perderme en tus ojos, de perder una parte de mi alma, en esos labios, en ese cuerpo tuyo, tengo miedo de sentir la necesidad de no dejarte ir, cuando sé bien que después de hoy tú te podrás ir y llevarte contigo mi corazón. Por eso tengo miedo y no tengo fuerzas para tanto.

Ella calló, él también. Ella se levantó de la cama. Él la miró más fijo, ahora con más miedo porque sabía lo que ella haría, pero ¿cómo oponerse? Ese poder no lo tenía.  Lo hizo tocarla, lo hizo levantarse y sujetó sus manos. Él sintió cómo sus yemas tocaban sus senos, su cintura, su espalda y su sexo. Él, extasiado, se sintió liberado. Ya podía ser autónomo. ¿Quién hubiese podido echarle la culpa por ceder?

Estaban acostados, desnudos. Él ya no se imaginaba ese calor que ella concentraba, no podía dejar de moverse, no quería, ella sentía el peso del cuerpo opuesto, en tanto él besaba su boca y su cuello, mientras apretaba su sexo contra el suyo. Entre tanto, el sufrir los mezclaba más y más en el esfuerzo.

Adi perdió el alma. Ya era tarde, la había perdido. ¿Quién hubiese podido culparlo? Su alma quedó en el cuerpo de ella, ¿y ella se iría? Eso no era certero, no se sabía.  Pero ya era tarde, él se había entregado y había partido a ese mundo desconocido. Pero ya, de todos modos, en eso no pensaba. Y ella esperaba. Quizá al alba permanecería allí acostada sin entender qué pasó, por qué  partió. Y quizá... quizá ya ella no se iría... quizá algún día ella lo buscaría en ese mundo que solo los muertos habitan.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...