La estatua - Lilian

¡¡Parate, viejo!!

Correr, correr y escapar. El cañaveral está cerca a sólo ocho cuadras. Rápido. Nadie lo sigue. Más rápido. Empieza a rodear el bosquecito, en algún lugar hay un resquicio para entrar. Ahí está, se agacha y tropieza con raíces, empieza a reptar. Está bastante oscuro, pero siente en las manos y en la cara el contacto con las hojas, las ramas más ásperas y el pegoteo de las telas de arañas. Tiene que avanzar, no lo tienen que encontrar. Un poco mas allá ve un pequeño claro: hay arena y se ve un rayo de sol. Avanza y se tira respirando profundo, tiene sed, nunca creyó que iban a representar tanto esos 800 metros. Mucha adrenalina suelta. Mira alrededor y entonces ve que el sol pega sobre una figura, una estatua de metal o algo con mucho brillo, necesita tocarla, refregarse la cara contra esa superficie fresca.

No sabe cuánto tiempo estuvo sin conocimiento, cree que poco, un pequeño desvanecimiento. Pero entonces siente una presencia detrás. Con un movimiento rápido toma la navaja del bolsillo y se da la vuelta. El otro es más ágil, le golpea la mano y cae la navaja al piso. Recién entonces lo mira. ¿Quién es? Su sombra, su conciencia? No puede creerlo, es una copia de sí mismo, perfecta. Registra el miedo, su cuerpo empieza a temblar, huele su sudor y algún líquido que se escapa de los esfínteres. El clon sonríe y da dos pasos hacia él.

No puede resistirse, da un paso atrás y confiesa en medio de gritos: 

—Soy chorro, no un asesino. No quería matarlo, fue una desgracia, ¡quería la guita! Había estudiado todo, no hay muchos jubilados a las 2.30, van todos temprano a hacer la cola. Era cuestión de mirar bien y seguir alguno y en el momento que levantara la pierna para poner el pie sobre el cordón llevarlo por delante. Sabía en que bolsillo estaba la guita, sabía cómo agarrarlo. Lo que no calculé era la fragilidad del viejo, parecía caminar muy seguro, pero cayó como un flan. No sabía que era tan duro el cordón. Quise pararlo: "¡Levantate, viejo, parate!" Pero enseguida vi la cabeza torcida y la sangre y también que por la avenida venía un auto. Salí corriendo.

El clon sonríe y trata de acercarse. El muchacho, con las pocas fuerzas que tiene, se esconde detrás de la estatua, necesita asirse a ella. Y entonces una ráfaga de viento enloquecida lo tira al piso, lo cubre de arena, tierra, hojas y ramas sueltas. Cuando abre los ojos busca al intruso, sólo ve algunos billetes y muy cerca de su mano la navaja. No hay nadie. Siente en el pecho un dolor profundo y una gran presión en la garganta. Está solo y sabe que es el final.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...