Llegué, persiguiéndola, a ese pueblo de creencias mágicas. La más extraña era la de la estatua que te convertía en otro al tocarla. Sin querer, estuve en el bosque junto a la estatua y sin querer caí sobre ella. Me solté rápidamente y me volví al hotel.
De pronto, me miré en el espejo y vi que tenía la cara de la asesina. Creí enloquecer, pero mi mente fría y analítica se preguntó por qué y para qué me había transformado. En ese momento no lo supe pero si que debía cambiar mi aspecto actual y seguir con mis averiguaciones para hacerle pagar sus culpas. Me encontré con un antiguo vecino suyo que me dio datos para llegar a su paradero.
La encontré por fin. Ella no desconfiaba, pues su escondite era perfecto. Me puse frente a ella que inmutable, no se movía. Me saqué mi disfraz y en ese momento perdió su compostura al verse reflejada en mí. Me tiré sobre ella, la reduje y, nuevamente, volví a ser yo, la inspectora de Interpol, y comprendí el papel de la estatua.
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