Esa noche de febrero, regresaba del cine y cuando estaba llegando a Glacé, estacioné el auto sin poder resistir comprar mi helado preferido. Cuando salía, había unos cuantos perritos blancos, todos en fila, salvo uno que enfiló hacia mi auto y yo, amigablemente, lo corrí: me gustan los perros, siempre tuve perras, pero no era el momento ni sentía el menor deseo de tenerlo. Había perdido a Tasha y me convencí de no tener más perros. Pasaron dos semanas, aproximadamente, y cuando transitaba por Carlos Casares vi a dos de los seis perritos, pero me llamó mucho la atención una blanquita, menuda y muy flaquita. Se le notaban las costillas, me dio pena, pero seguí adelante.
Una noche, quince o veinte días después, mi hija me mandó un mensaje: “mamá, no sabés, pobrecita, una perrita blanca, se le notan las costillas de lo flaca que está. La quise traer a casa para darle de comer, comió algo, pero la otra chumbaba. Estaban asustadas, tenían miedo y se fueron”. Yo pensé qué tranquila estaba mi vida y le contesté: “bueno, mañana me doy una vuelta para ver qué puedo hacer”. Al otro día, acomodé una manta en el asiento de atrás y me dirigí hacia el lugar en que suponía podían estar. Y tal cual, estaban descansando sobre el césped, frente a una casa cerca de la casa de mi hija. Estuve hablando con ellas, no las podía convencer hasta que manchita, fondo blanco con manchitas negras y ojo tipo pirata, se sentó y me miró a los ojos. le acaricié el cuello y la cabeza con energía y le hablé bajito. Se entregó, la levanté y la metí en el auto, quedó tranquila. El tema era la otra, blanquita con las orejitas con manchas marrones, encorvada, con los ojos rojos y las costillas muy notorias. Daba vueltas alrededor del auto y no paraba. Seguramente, al no ver a su hermana, después de un buen rato, se sentó en el mismo lugar y, hablándole suave, le hice la misma caricia. Ahí noté la necesidad que tenía de amor y cuidado, estaba totalmente entregada a su suerte.
"¿Y ahora? ¿Qué hago?" Las llevé a casa y les hice comida, estaban famélicas, desesperadas. Le avisé a mi hija, para llevarlas al veterinario esa misma tarde. Al otro día, baño en la esquina de las mascotas. Realmente quería ayudarlas, encontrarles un dueño, hay gente buena que quiere adoptar perritos. Hice carteles, fueron publicadas en Facebook en todos los grupos de Capital, de San Martín, Palomar, en Cuatro Patas, en todos los negocios del barrio, en los cursos a los cuales concurría.
Manchita, que ahora es Robertita, estuvo un día en casa de una chica, cuya familia nunca había tenido perro. Duró 24 horas. La chica me llamaba cada dos horas y la última vez me dijo que la perra estaba temblando. La fui a buscar de inmediato y, en el coche, agradecida, nos lamía la mano a mí y a mi hijo. Y Blanquita, que ahora se llama Zuri, era imposible de acomodar porque le tenía miedo a todo el mundo. Y además el chumbar era su arma de ataque. Ambas se refugiaban en mí.
Conclusión: las dos chiquitas se quedaron conmigo, por supuesto. Las encontré un 16 de marzo del 2017 y según la veterinaria tenían aproximadamente un año en ese momento. Después de todos los intentos de adopción, ellas me adoptaron a mí, no hubo otra posibilidad. Si yo contara todos los cambios que tuve que hacer en mis costumbres y los desastres que han hecho estas perritas en mi casa, cuando estaban solas... Deben haber sufrido mucho el abandono y el hambre, porque les costó mucho dejar costumbres adquiridas en la calle: el miedo a la gente, a los camiones o colectivos.
Existen medios para evitar nacimientos no deseados en los animales, existe una responsabilidad en los humanos, cuando tienen animales. Ellas hoy tienen su casa, su almohadón para dormir, con mantitas de abrigo. Duermen adentro y tienen a su mamá que las cuida, las alimenta y las protege. Son muy cariñosas y compañeras. Y lo que más puedo destacar son sus ojos cuando me están mirando: demuestran una confianza absoluta y un amor inmenso, son tan agradecidos...
Sus saltos de alegría cuando me reciben a la mañana, sus besos, su demanda de caricias es constante. A veces, están las dos pidiendo atención y terminan jugando arriba mío como si fuera lo más normal del mundo. Ellas son Zuri y Robertita, mis perritas.
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