Principio y final - Lilian

Lita sabe que las mudanzas son difíciles, casi traumáticas, y ella lo está comprobando cada día que pasa. Después de 30 años viviendo en esa casa, ahora se ha mudado y a pesar de que fue una decisión pensada durante mucho tiempo, cada situación vuelve a ser nueva. En que cajón, estante o rincón habrá puesto “eso” que ahora se le escapa.

Hoy, por ejemplo, son las cartas que le escribió durante años su tía Claudia desde España. Las tenía guardadas en una caja en la que había puesto con rotulador negro “Claudia, Siete Iglesias”. 

Siete Iglesias era el pueblo de su madre, sus abuelos y de su tía. Ella se quedó allá y era la que mandaba las noticias de la familia a Argentina. Siguió haciéndolo cuando su mamá murió y fue agregando fotos y comentarios de todos los parientes que fueron pasando por ahí. En alguno de esos escritos le recordaba a Lita su visita junto a sus padres al viejo pueblo cuando era muy pequeña, también que la caída de su primer diente había sido ahí, que le gustaba correr y gritar por las callejuelas disfrutando del eco que se producía.

Hoy también está nostálgica y entonces recuerda que después de que falleciera su tía, la hija se había conectado con ella por Facebook. Había hablado de los pocos habitantes que quedaban en Siete Iglesias, que ellos conservaban la casa pero que estaban en tratativas de venta con un australiano, aprovechando que parecía haber una moda de comprar casas viejas por muy pocos euros. Entonces comentándolo con sus hijos, los muchachos se entusiasmaron y se fueron con Lita en busca, quizá, de ese pasado familiar.

El pueblo los recibió con esa chatura que ella recordaba, casi sin árboles, sin negocios, sólo los gatos y los techos de tejas musleras semiderruidos. A la pasada por Salamanca, su prima le había dado la llave y no le costó encontrar la casa. Cuando entraron, los hijos no podían creer que en esa pequeñez hubiese vivido tanta gente, que ese fogón hubiese alimentado tantas bocas. Entonces, le vino a la mente el recuerdo de dos fotos que había mandado Claudia: una, justamente alimentando el fuego con leña y, la otra, de una de esas paredes descascaradas en las que sólo se veían tres ladrillos medio sueltos. Impulsada por esa imagen, recorre las paredes y milagrosamente encuentra los ladrillos. Retira uno, su hijo le ayuda y saca los otros que están un poco más pegados.

Pero hay algo más, un pequeño sobre amarillento y sucio.  Cuando lo abren, encuentran un rulito y una vieja peseta con una notita: “Del Ratón Pérez para Lita”. Ella piensa: “de Claudia para Lita”

La emoción los ahoga y tomados de las manos salen los tres corriendo por las calles, gritando para que el eco les devuelva las risas y el viento les seque las lágrimas.

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