Principio y final - Silvia

Creo que viajar podría estar un tanto sobrevaluado. La gente suele destinar bastante plata yendo tras ese anhelo y se endeudan más de una vez. Quizás por eso necesitan comunicar a propios y extraños que estuvieron en tal y cual lugar, aunque no venga al caso, o imponerlo como punto de referencia de cualquier tópico que se esté tocando (el transporte público está entre los preferidos). No está mal, es una manera de paladear una y otra vez los momentos vividos, como una suerte de recupero del gasto.

Los bares, fondas y tabernas son uno de los refugios favoritos del viajero urbano. Gracias a la globalización, y a las series y películas, son establecimientos casi estandarizados –al interior de las diferentes variantes– por lo que nos podemos sentir casi parroquianos en un bar de cualquier lugar del planeta.

El viajero ve casi como un deber que le vaya bien en sus viajes. Por eso, aunque ande solo, evitará contar lo largas que se le hicieron algunas horas y la confusión o la tristeza de haberse sentido un poco fuera de lugar en alguna situación (porque no siempre cuando se está retozando por el mundo lucimos la frescura y la elegancia casual de Julia Roberts en cualquiera de las películas en las que viaja).

Si se llega al punto de fatiga, puede pasar que toda la fascinación y entusiasmo se nublen y los detalles "exóticos" empiecen a fastidiar –dormir con edredón directamente encima del cuerpo en lugar de sábanas, la fondue resulta bastante aburridora y el pan bastante feo, escuchar todo el día otro idioma es realmente agotador. Ahí el viajero se repliega y procura tomarse una sopa en la cama hasta renovar el aire y así seguir (o volver).

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