Eran hermanos mellizos, pero muy distintos. Daiel era tímido, sensible, inteligente y sumamente miedoso. Rino era alegre, atrevido extrovertido y audaz. Daiel tenía el pelo y los ojos oscuros como el papá. Rino era rubio y de ojos claros, como la mamá. Pero a pesar de las diferencias los unía un amor inquebrantable, se protegían, sobre todo Rino a Daiel. Desde siempre él era el que llevaba la delantera, el decidido, el que ordenaba, el que no permitía que nada ni nadie lastimara a su hermano. Daiel lo admiraba por esto.
Los dos cursaban el primer año de la escuela secundaria. Daiel estaba muy enamorado de Lina, la chica más linda y popular del grado, pero ella estaba de novia con Raúl, el "patovica" del colegio. Él era dos años más grande y tenía amenazado a medio grado. El muchacho sufría en silencio.
—Tenés que animarte a hablar con ella, en definitiva es Lina quien tiene la última palabra —lo animó Rino.
Así fue como, combatiendo su extremada timidez, se acercó a Lina y le declaró su amor. Pero la muchacha no se la hizo fácil, convenció estúpidamente a Daiel para que luchara por su amor y se batiera a duelo con el patovica. Quizá la chica creía que el tímido de Daiel no se animaría.
El final fue el esperado, si no hubieran intervenido Rino y el director, el chico hubiera perdido la vida. Recibió golpes por todos lados, inclusive en su orgullo. Daiel terminó internado.
Con el tiempo, todo quedó en una anécdota y Lina, por esas cosas del destino, terminó siendo la esposa de Daiel. Quizá la madurez les enseñó que cada uno puede decidir con libertad con quién estar sin necesidad de recurrir a la violencia.
Todos cometimos alguna estupidez por amor alguna vez en la vida. Todos somos estúpidos en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, una vida sin tonterías sería demasiado aburrida.
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