Algo realmente estúpido - Ma. Teresa

El país de la estupidez

Dicen que hace muchos años, en un lugar muy lejano, existía el País de la estupidez. No había ningún motivo para prohibir las acciones estúpidas. El Monarca vivía rodeado de doncellas, que reían todo el día de las estupideces del Rey. Y el mismo festejaba las propias y las de los demás pobladores del lugar. Las personas reían todo el día, eran felices, a nadie perjudicaban sus estupideces. 

Se dice que el Monarca vivió más de doscientos años y que los súbditos también. Vivian mucho tiempo, no se enfermaban y llevaban toda una hermosa convivencia. Los niños eran los privilegiados, se les permitía cualquier acto estúpido y reían todo el día. También, por ley, el que más estupideces cometía, sería invitado por el Rey a compartir su mesa. Las doncellas bailaban y reían de las acciones estúpidas que le contaban al Rey. Era un lugar perfecto.

Cuentan que un día llegó al lugar un visitante. Venía del País de la cordura y quería saber si era cierto todo lo que le habían contado. Inmediatamente, fue recibido por el Rey, quien le preguntó cuál era la estupidez más ingeniosa que había realizado.

—¡Ah, no, nosotros no cometemos estupideces, somos gente normal

—¿Y de que ríen entonces?

—No tenemos muchos motivos para reír, estamos sometidos a las acciones ordenadas por nuestro Gobernador.

—¿Y cuáles son esas acciones?

—Trabajo y más trabajo. Y la mitad de todo es entregado a su señoría, sería una estupidez no hacerlo, podríamos ser encarcelados.

—¿Y no es más estúpido trabajar y dejar que alguien los domine?

—No en nuestro lugar.

—Perdone, usted ha dicho una gran estupidez, le doy permiso de reírse a carcajadas, verá que alivio.

Y el forastero comenzó a reír y en todo el lugar pudieron escuchar sus carcajadas. Y los pobladores y doncellas también rieron. Pero de pronto el hombre se detuvo y las risas también, y el silencio era atroz.

—Perdone usted, su señoría, ya he comprobado que era cierto lo que se decía de su reino y me voy a retirar.

—Como quiera, buen hombre, me gustaría saber qué consejo me daría usted, para el progreso de mi pueblo.

—Yo le aconsejaría que imponga leyes, eso fomentaría el respeto por su autoridad y haría crecer su economía y eso terminaría favoreciendo a todos.

Y aunque el Rey tuvo sus dudas, siguió el consejo del visitante. Pero desde aquel día, los moradores dejaron de reír y de cometer estupideces, el Rey murió, la gente envejeció de golpe y los niños conocieron el llanto.

Mal consejo el de aquel visitante. Terminó con la vida feliz de aquel lugar. ¿Por qué será que las personas temen cometer estupideces? ¿No es peor el sometimiento?

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