¿A quien sino a mí iba a confiarle Ángel la llave de su casa? Generalmente, cuando lo visitaba, abría la puerta y una vez dentro lo llamaba y así le evitaba el tener que molestarse. Ese día lo llamé como de costumbre pero evidentemente no se encontraba en casa.
No sé cuál fue la razón por la que sentí deseos de hurgar aunque no sin algo de cargo de conciencia. Repentinamente sentí que el dueño de casa entraba y no tuve mejor ocurrencia que ocultarme en el clóset. La voz era la de Ángel.
—Mirá Elsa —dijo— estas son las cartas que siempre tuve en mi poder y que nunca te mostré. Seguramente te acordarás de que cuando papá y mamá se conocieron y empezaron a noviar se comprometieron a casarse; noviazgo que se interrumpió cuando a papá, que residía en Ituzaingó, lo convocaron para cumplir con el servicio militar en Italia (su país natal). La primera carta está fechada en 1913 y dice: "Querida Dominga, en cuanto el ejército me dé la baja regreso y nos casamos tal y como nos lo habíamos prometido". La segunda está fechada en 1914 y contiene una muy mala noticia que dice: "Se declaró una guerra mundial razón por la que se suspendieron todas las bajas y nadie sabe qué va a ser de nosotros". Las sucesivas cartas no contenían ninguna noticia alentadora, hasta que una de las últimas fechada en 1917 anunciaba el fin de la guerra, pero con la salvedad de que los soldados iban a permanecer algún tiempo más bajo bandera. La última, fechada en 1918 dice: "Querida Dominga, ya puedo regresar y no veo la hora de que podamos casarnos. Afectuosamente, Vito".
Confieso que este relato está basado en un hecho verídico y no pude vencer la tentación de mencionarlo. Vito y Dominga fueron muy longevos y llegaron a cumplir 67 años de matrimonio y fueron mis suegros. Ángel es mi cuñado y Elsa mi esposa.
Nota: Mi suegra era hija única de una familia de buena posición de modo que pretendientes no le faltaron durante los siete años de ausencia de Vito.
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