Sentido de la orientación - Fabiana

Desde chica fui despistada: me desoriento, pierdo objetos, me pierdo. Recuerdo de pequeña cómo me gustaba salir a perderme en bicicleta con mi primo Rafa. Pedaleábamos hasta la rotonda y llegábamos a la casa del árbol, así la llamábamos. Será que cuando uno es chico las calles no tienen nombre. La calle del almacén era la de Carlitos; la del kiosco, de los muchachos; la de la casa de Anabella, la de la casa grande y, así, estaba la casa del árbol. Nos perdíamos y era fantástico porque sabíamos que a la larga íbamos a terminar en la rotonda. Perderse cuando uno es chico es estar a la vuelta de los brazos de mamá. Y yo debía estar muy segura de sus brazos porque me perdía y me pierdo seguido.

Me viene a la memoria el día que nos perdimos en el supermercado "Canguro" con mi hermano. Dicen que preguntando se llega a Roma, así que nosotros, en nuestra inocencia de niños, le preguntamos a una señora si sabía dónde estaba mi mamá. Y resultó, porque mi madre apareció como por arte de magia, un poco asustada.

Me gusta imaginar, me voy del mundo con facilidad, vuelo, me alejo de lo que me aburre o fastidia. Una vez en la peatonal de Mar del Plata, mirando a un artista que dibujaba, no me di cuenta de que mi familia había empezado a caminar y los perdí. Por suerte se ve que mi ausencia los alarmó rápido y me vinieron a buscar. Allí estaba quizá soñando que caminaba sobre el césped verde y me mojaba los pies en el lago celeste que pintaba el artista callejero.

—Dejá de volar. Bajá a la tierra —me decían todo el tiempo de niña. Bueno, me lo siguen diciendo. Y me preguntó: ¿por qué? Me enseñaron a jugar a la rayuela a saltar y llegar al cielo y ahora pretenden que me quedé en la tierra.

Sigo perdiéndome, hago el gesto de escribir para descubrir mi derecha y mi izquierda. Me subo a autos desconocidos... En fin, a pesar de los años, sigo volando. 


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