Qué fácil es para los médicos refrendar un acta de defunción consignando la causa de la muerte, "paro cardio-respiratorio", tal y como si pudiera ser otra la causa, pero qué difícil es soportar la muerte del ser amado.
Rosalía había expresado en más de una ocasión su deseo de que, llegado el momento, su cuerpo fuera cremado y las cenizas arrojadas al cinerario de tal modo que yo hice todo lo que estuvo a mi alcance para que su voluntad fuera cumplida. No hallaba consuelo, hasta que un día y en sueños recibí una revelación: se me concedía la gracia de viajar a la tierra de los muertos, lugar en el que me reencontraría con mi queridísima esposa. Tenía la esperanza de rescatarla, pero no era allí dónde se encontraba. Entonces, ¿donde?, pensé. Una vez de regreso visité a Ana, su entrañable y confidente amiga.
—Estoy desconcertado. No encuentro a Rosalía y sé que murió.
—Lo que sucede es que ella no murió.
—¿Cómo es eso?
—¿Qué sabe usted de la catalepsia?
—Jamás he oído esa palabra.
—Se trata de un trastorno neurológico cuyos síntomas son rigidez cadavérica, apnea y ausencia de frecuencia cardíaca, lo que lleva al médico a decretar la muerte.
—Pero su cuerpo fue cremado.
—Eso fue una simulación ayudada por una cadena de complicidades, porque lo que quería era librarse de usted.
—¿Por qué no optó por el divorcio?
—Rosalía sostiene que el divorcio otorga libertad condicional, ya que la existencia del otro es invasiva aún después, y que solo la muerte garantiza la libertad en su sentido más pleno.
—¿Y qué es de la vida de ella?
—Igual a la de cualquier persona que opta por la sustitución de identidad.
—Siendo usted tan amiga de la que fuera mi esposa, ¿por qué me hace semejante confesión?
—Porque me harté: es la tercera vez que hace lo mismo.
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