Casa embrujada
En el barrio de Mariano Acosta, la costumbre de los jóvenes era reunirse a la tardecita a charlar un poco de las cosas del pueblo. Al acercarse la fecha de Halloween, el tema era obvio.
—¿Qué hacer, disfrazarse?
—No da —respondió Daniel— déjalo para los pibes
—¿Entonces? Pensemos en algo especial, hay que celebrar. Aquí nunca pasa nada.
—Ya se —respondió Julián, otro de los chicos del grupo.
—¿Recuerdan esa casa, abandonada que está en venta hace una bocha? Dicen que esta embrujada y por eso no se puede vender.
—¡Anda! ¿Y vos crees en esas tonterías? —se rieron todos a carcajadas, menos Julián.
—Y si son tonterías, ¿a qué le temen?
—Yo no tengo miedo —respondieron casi a coro.
—Y bueno hagámoslo. Compramos algo para comer y tomar, unas mantas, velas y linternas y pasamos la noche allí.
—¿Estás seguro, Julián?
—Y sí, nunca pasó nada que yo sepa, los dueños murieron y quedó abandonada, eso es todo. Va a ser divertido.
Y así fue como, decidieron festejar Noche de brujas, en la casa supuestamente embrujada.
—Entra vos primero, que fuiste el que tuvo la idea.
Y Julián ingreso tranquilamente a la casa, vela en mano. Buscaron la sala principal, la más grande, así habría lugar para todos, estiraron las mantas, ubicaron las velas y se prepararon para comer y tomar lo que habían traído.
—Che, Julián, ¿notaste algo? ¿Y ustedes?
—Nada, ¿por qué lo preguntás?
—Una casa abandonada debería estar sucia, tierra, telarañas... Y está muy limpia.
—Y si la quieren vender, tienen que mantenerla
—Pero afuera los yuyos, llegan casi hasta las ventanas, que están rotas, además.
—Y bueno, no le busques tanta vuelta. Pongamos música y comamos tranquilos
—¿Música? Yo no traje.
—Nosotros tampoco.
—Bueno, charlemos.
De pronto una de las ventanas se abrió, entrón un ventarrón y apagó las velas.
—Prendas las linternas, así volvemos a encender las velas
—¿Trajeron fósforos?
—Sí, claro.
Pero el viento seguía ingresando y volvía a apagar las velas. Intentaron cerrar la ventana, inútilmente.
—Vayamos a otra habitación y listo.
Pero las puertas también se habían cerrado y no pudieron abrirlas, estaban encerrados, casi a oscuras, solo a la luz de las linternas.
—Bueno, che, —les dijo Julián— comamos, nos acostamos y mañana con la luz del día, todo habrá pasado.
El aullido de un gato, los sobresaltó.
–Un gato enamorado, ¿nunca lo escucharon?
—Yo me voy —expreso Daniel— aquí no voy a poder dormir.
—Como quieras, pero no sé de qué te escapas. Las velas las apago el viento, también cerró las puertas, los gatos siempre aúllan, no seas cobarde, quedate.
Decidió quedarse o nunca olvidarían que era cobarde. Por si algo faltaba se desató una tormenta y el techo era un colador.
—Y ahora qué me decís: a oscuras, encerrados y mojados. Linda nochecita nos espera.
En fin, no se podía decir que pasarían una hermosa noche, pero no les quedaba otra. Nadie pudo dormir, el silencio era sepulcral. Amaneció por fin, ya podrían regresar, cada uno a su casa. Las puertas no se abrían, gritaron inútilmente, nadie los oyó. Y así fue como, en una noche de Halloween, en el pueblo de Mariano Acosta, cinco adolescentes desaparecieron. La casa supuestamente embrujada se los devoró. Ninguno de los amigos que decidieron no ir, dijeron nada. Tan solo que salieron a festejar la noche de Brujas. Dicen, que a veces, en noches serenas, se escuchan gritos de auxilio y luces, en la casa, supuestamente embrujada.
Se opina que las brujas no existen, pero que las hay, las hay.