Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los que sentí bronca, indignación y ganas de llorar. Pero de todos los sentimientos elijo el de la esperanza.

Tomo mí copa y brindo primero por la salud de mis seres queridos. Brindo por los niños de este bendito país que fueron los que más entendieron de cuidar al otro, para que su única preocupación sea su educación y el juego. Brindo por los abuelos para que puedan abrazar a sus nietos y disfrutar de lo que sembraron. Brindo por los que estuvieron al frente de esta batalla, los médicos y enfermeras, en especial por mí único hermano al que hace ocho meses que no abrazo, para que su tarea sea reconocida y valorada. Por su salud y para que podamos abrazarnos. Brindo por los jóvenes, para que renazca en ellos la esperanza, para que tengan la posibilidad de estudiar, trabajar y soñar un futuro. Brindo por mi país, para que dejemos de lado los odios, las grietas, la ambición de poder, las bajezas humanas y entendamos que la unión, la cooperación, el trabajo compartido, el tirar todos para el mismo lado es lo que nos va a permitir salir del pozo en el que estamos metidos.

Y en especial brindo por ustedes, por este año compartido para que cada uno logré lo que sueña. Fueron una gran compañía y en muchos momentos expresarme me ayudó a pasar este año tan especial para todos.


Sentido de la orientación - Lilian

Desorientados

El matrimonio R llevaba muchos años de casados y eran bastante complementarios en sus acciones y sus formas. Por ejemplo, en cuanto al sentido de la orientación: el Sr. R tenía una especie de GPS natural incorporado a su cabeza. Sabía perfectamente dónde estaban el río y el mar, en caso de haberlos cerca; los nombres y alturas de las calles; por dónde salía el sol y hasta identificar algunas estrellas. Obviamente era poco probable que se perdiera.

La Sra. R era lo que se llamaría "un despiste”. No tenía idea de los puntos cardinales ni el nombre de las calles. Tenía que estar atenta cuando salía de un lugar cerrado para saber para qué lado tenía que ir. Sin embargo, también tenía una especie de “radar” interno y tampoco se perdía fácil, enseguida corregía el rumbo y llegaba sin problemas.

En el único lugar que eran muy vulnerables era en los hipermercados o centros de compras. Habían tenido la suerte de viajar bastante y una cosa que les gustaba era visitar mercados populares. En cierta oportunidad, estaban paseando y entraron a un centro comercial muy grande y, como de costumbre, fueron por cinco o diez minutos juntos, sorprendiéndose y comentando las cosas que iban viendo. Pero pasado ese tiempo apareció “ese algo” que al Sr. R lo hacía detenerse y mirarlo de un lado y el otro, buscarle la etiqueta de procedencia, pesarlo en sus manos, buscar parecidos, etc., etc. La Sra. R ya había seguido con su recorrido, a ella le gustaba ir haciendo zigzag por los pasillos y góndolas, caminando ligero, sólo parar en aquello que le llamara mucho la atención. Al cabo de 2 horas tomó conciencia del tiempo y empezó la búsqueda de su marido. Recorrió todo, fue adonde lo había dejado y se sentó un rato, en lo que consideró el centro del lugar, por si lo veía pasar. 

Finalmente, tomó la decisión de ir a un lugar que parecía de reclamos de niños perdidos. Los carteles estaban en un idioma que ella no conocía, los empleados tampoco hablaban español, pero seguramente supondrían que se trataba de un perdido. Le dieron para que escribiera el nombre y salieron a buscarlo en un carrito eléctrico con forma de trencito, mientras por una especie de megáfono decían un montón de palabras incomprensibles y finalmente el nombre de su marido. 

Pero éste no aparecía. Desesperada, tomó el micrófono por la fuerza y, en castellano, citó a su marido a que se presentara en el centro de reclamos. ¡Ahí, sí! Él apareció un poco enojado al principio, pero cuando se vieron se abrazaron y salieron juntos, riéndose un poco de su aventura ante la mirada atónita de los empleados que seguramente no habían esperado que se tratara de un adulto.


Sentido de la orientación - Dora

Había una vez una joven llamada Marina, que lloraba junto a una inmensa hiedra. La planta cubría por entero la pared de una casa cuyo dueño era un misterioso anciano. Una noche, el anciano escuchó llorar a la joven y salió de la casa a ver qué le ocurría. Marina le dijo que lloraba porque estaba perdida y tenía frío. Entonces, el anciano desprendió con cuidado la hiedra que cubría la pared y pronunció unas palabras. Al instante, la planta se convirtió en un precioso abrigo vegetal. Luego, el hombre atrapó una luciérnaga y la puso en la mano de la joven para que alumbrará el camino de regreso a su casa.


Sentido de la orientación - Fabiana

Desde chica fui despistada: me desoriento, pierdo objetos, me pierdo. Recuerdo de pequeña cómo me gustaba salir a perderme en bicicleta con mi primo Rafa. Pedaleábamos hasta la rotonda y llegábamos a la casa del árbol, así la llamábamos. Será que cuando uno es chico las calles no tienen nombre. La calle del almacén era la de Carlitos; la del kiosco, de los muchachos; la de la casa de Anabella, la de la casa grande y, así, estaba la casa del árbol. Nos perdíamos y era fantástico porque sabíamos que a la larga íbamos a terminar en la rotonda. Perderse cuando uno es chico es estar a la vuelta de los brazos de mamá. Y yo debía estar muy segura de sus brazos porque me perdía y me pierdo seguido.

Me viene a la memoria el día que nos perdimos en el supermercado "Canguro" con mi hermano. Dicen que preguntando se llega a Roma, así que nosotros, en nuestra inocencia de niños, le preguntamos a una señora si sabía dónde estaba mi mamá. Y resultó, porque mi madre apareció como por arte de magia, un poco asustada.

Me gusta imaginar, me voy del mundo con facilidad, vuelo, me alejo de lo que me aburre o fastidia. Una vez en la peatonal de Mar del Plata, mirando a un artista que dibujaba, no me di cuenta de que mi familia había empezado a caminar y los perdí. Por suerte se ve que mi ausencia los alarmó rápido y me vinieron a buscar. Allí estaba quizá soñando que caminaba sobre el césped verde y me mojaba los pies en el lago celeste que pintaba el artista callejero.

—Dejá de volar. Bajá a la tierra —me decían todo el tiempo de niña. Bueno, me lo siguen diciendo. Y me preguntó: ¿por qué? Me enseñaron a jugar a la rayuela a saltar y llegar al cielo y ahora pretenden que me quedé en la tierra.

Sigo perdiéndome, hago el gesto de escribir para descubrir mi derecha y mi izquierda. Me subo a autos desconocidos... En fin, a pesar de los años, sigo volando. 


Sentido de la orientación - Emiliano

Tal vez esté transgrediendo la consigna pero, así y todo, voy a tomarme la licencia. En el año 1950 fuimos a vivir a Rosario y el mismo día en el que ocupamos el departamento que la empresa le había asignado a mi papá, mi hermana (dos años mayor) me propuso salir y recorrer el barrio que nos había tocado en suerte. 

Cuando creímos que teníamos que regresar, no dudé hacia donde debíamos dirigirnos a pesar de que mi hermana pensaba lo contrario. Le di la razón solo para complacerla y llegamos. Fue la primera vez que tuve que admitir (muy a pesar mío) que la orientación no era mi fuerte. A este episodio le siguieron otras similares características de modo que empecé a dejarme llevar sin oponer resistencia. 

Es aún muy común que al salir de un cine y emprender el regreso tome la dirección contraria y me ligue una dura recriminación por parte de mi esposa. Últimamente, cuando salgo solo, consulto el plano de la ciudad de Buenos Aires para evitarme un disgusto mientras analizo la causa de mi desorientación. No son pocas las veces en la que entro a un bar, pido un café y despliego el plano porque no me fío en absoluto de mi capacidad de orientación. 

Hace de esto poco tiempo. Fui a Capital para realizar una diligencia a sabiendas de que una vez en la estación Castro Barros del subte tenía que subir a Rivadavia y caminar nueve cuadras hacia la derecha. Demás está decir que había caminado en el sentido contrario, motivo por el cual tuve que descansar las nueve cuadras y caminarlas en el sentido correcto, con lo cual en lugar de nueve caminé veintisiete cuadras.  Por suerte encontré la causa. Al llegar a Castro Barros subí a Rivadavia por la escalera de la izquierda y caminé hacia la derecha. 

Hace poco tuve que ir a una galería, a cuadra y media de la Avenida Córdoba, y sabía que para regresar tenía que caminar hacia la derecha pero nunca llegué. La galería en cuestión estaba en la mano opuesta de modo que tomando la derecha me alejaba más y más de Córdoba. Afortunadamente ya resolví el problema definitivamente: cuando no tengo dudas hacia donde debo dirigirme, lo hago en el sentido contrario y llego a destino.

Algo realmente estúpido - Ma. Teresa

El país de la estupidez

Dicen que hace muchos años, en un lugar muy lejano, existía el País de la estupidez. No había ningún motivo para prohibir las acciones estúpidas. El Monarca vivía rodeado de doncellas, que reían todo el día de las estupideces del Rey. Y el mismo festejaba las propias y las de los demás pobladores del lugar. Las personas reían todo el día, eran felices, a nadie perjudicaban sus estupideces. 

Se dice que el Monarca vivió más de doscientos años y que los súbditos también. Vivian mucho tiempo, no se enfermaban y llevaban toda una hermosa convivencia. Los niños eran los privilegiados, se les permitía cualquier acto estúpido y reían todo el día. También, por ley, el que más estupideces cometía, sería invitado por el Rey a compartir su mesa. Las doncellas bailaban y reían de las acciones estúpidas que le contaban al Rey. Era un lugar perfecto.

Cuentan que un día llegó al lugar un visitante. Venía del País de la cordura y quería saber si era cierto todo lo que le habían contado. Inmediatamente, fue recibido por el Rey, quien le preguntó cuál era la estupidez más ingeniosa que había realizado.

—¡Ah, no, nosotros no cometemos estupideces, somos gente normal

—¿Y de que ríen entonces?

—No tenemos muchos motivos para reír, estamos sometidos a las acciones ordenadas por nuestro Gobernador.

—¿Y cuáles son esas acciones?

—Trabajo y más trabajo. Y la mitad de todo es entregado a su señoría, sería una estupidez no hacerlo, podríamos ser encarcelados.

—¿Y no es más estúpido trabajar y dejar que alguien los domine?

—No en nuestro lugar.

—Perdone, usted ha dicho una gran estupidez, le doy permiso de reírse a carcajadas, verá que alivio.

Y el forastero comenzó a reír y en todo el lugar pudieron escuchar sus carcajadas. Y los pobladores y doncellas también rieron. Pero de pronto el hombre se detuvo y las risas también, y el silencio era atroz.

—Perdone usted, su señoría, ya he comprobado que era cierto lo que se decía de su reino y me voy a retirar.

—Como quiera, buen hombre, me gustaría saber qué consejo me daría usted, para el progreso de mi pueblo.

—Yo le aconsejaría que imponga leyes, eso fomentaría el respeto por su autoridad y haría crecer su economía y eso terminaría favoreciendo a todos.

Y aunque el Rey tuvo sus dudas, siguió el consejo del visitante. Pero desde aquel día, los moradores dejaron de reír y de cometer estupideces, el Rey murió, la gente envejeció de golpe y los niños conocieron el llanto.

Mal consejo el de aquel visitante. Terminó con la vida feliz de aquel lugar. ¿Por qué será que las personas temen cometer estupideces? ¿No es peor el sometimiento?

Algo realmente estúpido - Lilian

Parafraseando a mi abuela diría "no hay peor tonto que el que no quiere entender”. Yo sabía que lo que me decía Carlitos era una apuesta muy loca, pero… La estupidez, el miedo y la pereza suelen ir de la mano.

Éramos amigos desde la primaria, él siempre tenía la solución a todos los problemas, sabía cómo convencer a otros para jugar y para salirse con la suya. Un audaz para muchas cosas. Una verdadera habilidad que yo nunca tuve por lo que me quedaba cómodo seguir sus ideas.

Así fue como después de un tiempo de que había muerto mi tía Raquel, que nos había dejado de herencia su vieja casona a mi hermana y a mí, apareció mi amigo con una propuesta. Cecilia, mi mujer, puso el grito en el cielo (nunca le habían gustado las formas de Carlitos, estaba en las antípodas de sus pensamientos y valores). 

Carlos, me contó que se había quedado sin trabajo hacía casi un año y que andaba buscando algo para completar su jubilación. Se le había ocurrido, después de pensarlo y hablarlo con muchos de sus amigos influyentes, que la casa de Raquel era un “negocio redondo”. El tamaño y la ubicación eran inmejorables, había que acondicionar un poco las instalaciones, pintarla, acomodar los baños y se podía transformar en cinco o seis consultorios para alquilar, porque había mucha demanda. Él conocía gente de la municipalidad para que la habilitaran, también de Rentas de la Provincia y hasta algún policía con cargo en la seccional correspondiente para que cuidaran. Se reservaba la administración del negocio y las rentas para nosotros.

Repito, soy un tipo cómodo que no piensa mucho más allá de lo inmediato, así que me pareció perfecto, pese a las caras de Cecilia y los lamentos de mi hermana cuando le dije que había que poner algo de dinero para las refacciones. Entonces, Carlitos me convenció de que lo pusiera yo y después se lo descontara de los alquileres.

La obra empezó antes de que lográramos la habilitación. Todo parecía un poco más lento de lo calculado, pero seguimos adelante. Así, descubrimos que había que cambiar varios tramos de techo, las conexiones de agua y gas para los baños (hubo que hacerlos de nuevo), la instalación eléctrica y varias cosas más. Mientras tanto, mi mundo cotidiano se iba transformando: mi mujer ponía cara de “te lo dije” cada vez que Carlos me pedía plata para alguno de sus “contactos” y para albañiles, plomeros, electricistas, etc.

Seguimos un tiempo así hasta que me llegó una intimación y clausura de la municipalidad por hacer una obra que no estaba aprobada. Entonces mi mujer se fue a vivir a lo de sus padres, mi hermana se peleó conmigo porque en el pueblo la señalaban como “tramposa” y yo perdí gran parte de mis ahorros. Eso sí, no estoy solo. Carlos se vino a vivir a casa porque no perdemos las esperanzas de completar ese fantástico negocio.


Algo realmente estúpido - Fabiana

Eran hermanos mellizos, pero muy distintos. Daiel era tímido, sensible, inteligente y sumamente miedoso. Rino era alegre, atrevido extrovertido y audaz. Daiel tenía el pelo y los ojos oscuros como el papá. Rino era rubio y de ojos claros, como la mamá. Pero a pesar de las diferencias los unía un amor inquebrantable, se protegían, sobre todo Rino a Daiel. Desde siempre él era el que llevaba la delantera, el decidido, el que ordenaba, el que no permitía que nada ni nadie lastimara a su hermano. Daiel lo admiraba por esto.

Los dos cursaban el primer año de la escuela secundaria. Daiel estaba muy enamorado de Lina, la chica más linda y popular del grado, pero ella estaba de novia con Raúl, el "patovica" del colegio. Él era dos años más grande y tenía amenazado a medio grado. El muchacho sufría en silencio.

—Tenés que animarte a hablar con ella, en definitiva es Lina quien tiene la última palabra —lo animó Rino.

Así fue como, combatiendo su extremada timidez, se acercó a Lina y le declaró su amor. Pero la muchacha no se la hizo fácil, convenció estúpidamente a Daiel para que luchara por su amor y se batiera a duelo con el patovica. Quizá la chica creía que el tímido de Daiel no se animaría.

El final fue el esperado, si no hubieran intervenido Rino y el director, el chico hubiera perdido la vida. Recibió golpes por todos lados, inclusive en su orgullo. Daiel terminó internado.

Con el tiempo, todo quedó en una anécdota y Lina, por esas cosas del destino, terminó siendo la esposa de Daiel. Quizá la madurez les enseñó que cada uno puede decidir con libertad con quién estar sin necesidad de recurrir a la violencia.

Todos cometimos alguna estupidez por amor alguna vez en la vida. Todos somos estúpidos en mayor o menor medida.  Al fin y al cabo, una vida sin tonterías sería demasiado aburrida.


Algo realmente estúpido - Emiliano

Vaya uno a saber por qué ocurren las cosas, pero lo cierto es que hace ya de esto muchos años. Cursé el Seminario Catequístico de Morón y, si bien es cierto que nunca ejercí, me hice de un gran amigo para toda la vida. 

Coincidíamos mucho y sosteníamos largas y fecundas charlas. Yo tenía un trabajo estable con el que mantenía a mi esposa y a mis dos hijos; no así él que carecía de todas esas cosas. Cómo era casi un erudito en cuestiones psicológicas, reunidas en tantísimos años de terapia, me permití hacerle una propuesta, tal vez estúpida. 

—Déjate la barba —le dije— Ponete anteojos y, al estilo del mismísimo Sigmund Freud, abrí un consultorio. 

Se negó abiertamente so pretexto de que estaba incurriendo en un delito. Tiempo después, y a sabiendas de que para las actividades técnicas era un reverendo inútil (dicho esto con el mayor de los respetos), le propuse presentarse en el Ente Nacional de la Regulación de la Electricidad dónde pedían un Técnico Operativo altamente calificado. A sabiendas de que jamás había cambiado una lamparita eléctrica le propuse truchar un Currículum Vitae, que tentara a las autoridades del ENRE. 

Bien dicen que "la necesidad tiene cara de hereje", pero lo cierto es que esta vez aceptó y fue designado con carácter provisorio. Pocos recuerdan que el 16 de junio del 2019, y debido a un error operativo de Transener en Colonia Elia-Campana, hubo un corte de suministro eléctrico que afecto a la Argentina, Uruguay y Paraguay y que duró 13 horas, afectando a cincuenta millones de usuarios. Pedro (mi amigo) presentó la renuncia que le fue aceptada de inmediato. Cuando me arrepentí, el daño ya estaba hecho. Creo que la carátula decía "Ejercicio Ilegal de la Función Pública".

Algo realmente estúpido - Dora

—Aunque yo ya esté curado, Federico, no quiero dejar de verlo.

—No. El tratamiento ha seguido su curso hasta el final. Ha llegado la hora.

—Sería egoísta terminar aquí —dijo Bruno— He recibido mucho y le he dado muy poco a cambio. Aunque apenas he tenido oportunidad de ayudarlo. No ha cooperado usted ni siquiera con una migraña. 

—El mejor regaló sería que me ayudarás a entender su recuperación. Que el favor más poderoso ha sido la identificación del enemigo apropiado. Recién cuando comprendí que tenía que luchar contra el verdadero enemigo (o sea, el tiempo, el envejecimiento, la muerte), llegue a entender que Manuela no es ni una adversaria ni una salvadora, sino solo una compañera de viaje, que recorre el ciclo de la vida. De alguna manera, este paso sencillo ha hecho que aflorara todo el amor aprisionado que sentía por ella. Hoy, Federico, me gusta la idea de repetir mi vida eternamente. Por último, siento que puedo decir: “Sí, he elegido mi vida. Y he elegido bien”.

—Solo puedo decir que durante estos dos últimos años, me ha dado mucho miedo envejecer. Me daba mucho miedo el" apetito de tiempo", como usted lo llama. Me defendía, pero a ciegas. Atacaba a mi mujer, en lugar de atacar al verdadero enemigo. Y, por último, cometía una estupidez. Desesperado, busqué refugio en los brazos de alguien que no podía ayudarme.


Desde el clóset - Ma. Teresa

El clóset

Hace años que vivo en este barrio, justo frente a la casa donde encontraron muerto al señor Julián. 

Desde hace unos días, vengo observando que un indigente a ocupado la propiedad. Sale temprano y regresa al atardecer. Por la noche, se observa una luz tenue, de una vela seguramente.

Aún conservo el teléfono de los hijos, mañana llamaré para avisarles. Así lo hice, pero para mi sorpresa, no parecieron sorprenderse 

–No se preocupe, no hay nada que pueda robar, en poco tiempo seguramente se ira, gracias igual.

En fin, tal vez así ocurra, no es mi problema. Pero la curiosidad me mataba. Al día siguiente, ni bien el hombre se alejó, crucé e ingrese a la casa (la puerta estaba sin llave). Comencé a observar todo lo que había en el interior de la casa. Sobre la mesa, una computadora y varias carpetas, muy extraño. Además, un teléfono celular y una máquina de fotos, todo muy raro, un indigente no podría poseer esas cosas y además ¿para qué? De pronto, el chirrido del portón de entrada me sorprendió, corrí a esconderme en el closet, alguien más ingreso a la casa, con el indigente.

Casi no podía escuchar lo que decían, pero uno de ellos era mujer, se podía oler su perfume. Qué haría yo ahora encerrado en un closet, tal vez pasarían aquí toda la noche. Esperaré a que se duerman y me iré, muy despacio para no ser descubierto.

El tiempo pasaba, la conversación seguía y hasta escuche risas y el ruido de copas al brindar, parecían festejar algo. Comencé a abrir apenas la puerta del closet y logré observar al indigente, que para mi sorpresa era la mujer y a un hombre joven, caras conocidas. Eran los hijos del señor Julián, pero no podía entender de qué se trataba todo esto. Me quedé dormido, cuando desperté la casa estaba vacía. Sigilosamente, por las dudas, Salí rápidamente y regresé a mi casa.

Mil cosas, pasaban por mi cabeza. ¿Por qué motivo los hijos del señor Julián entraban y salían de la casa disfrazados de indigentes, que escondían? Quizás eran cómplices de su madre, la única persona detenida por la muerte del señor Julián, habían pasado varios años.

Decidí, ir a contarle a la policía las cosas que había logrado ver la noche anterior.

Me escucharon con atención 

–¿Está usted seguro señor, de que eran los hijos de la víctima? - 

–Segurísimo, desde chicos los conozco. Pensé que luego del homicidio de su padre, habían viajado a España, a casa de su abuela materna, pero cuando respondieron mi llamada, me aclararon de que venían a visitar a su madre, encarcelada.

–Ahora las cosas, comienzan a cerrarme –dijo el policía

–Señor, hoy por la mañana, el abogado de la acusada se presentó con una carpeta llena de fotos y pruebas de que la señora era inocente. Que la amante de la víctima era la culpable. Mañana, el juez dará la orden de liberar a la acusada. Sus hijos fueron quienes fueron reuniendo pruebas, para comprobar la inocencia de su madre. Usted puede dar fe de que los jóvenes, realmente trabajaron disfrazados de indigentes. Pero un consejo, no vuelva usted a ingresar ilegalmente a una casa, las cosas podrían haber resultado de otra manera ¿no le parece?

–Juro que así será señor, nunca más lo hare.


Desde el clóset - Lilian

Mosquito

Vivo en este edificio desde la inauguración, hay varios que estamos desde ese momento. Es un inmueble bastante chico muy familiar, hay 12 departamentos y todos nos conocemos aunque no somos amigos.

Pero mi deseo más grande es convertirme en mosquito y ver qué pasa con el inquilino del 3º B.  Es el único nuevo, un muchacho alto, muy serio, que saluda respetuosamente y siempre anda solo, pero algo hace algunas noches y hay ruidos raros a altas horas.

Creo que hoy voy a poder cumplir parte de mi deseo. Hacerme mosquito no, pero cuando fui a la terraza por la escalera, vi que se había olvidado la llave puesta del lado de afuera entonces toqué el timbre para avisarle, pero no había nadie. Así fue como me la llevé por las dudas que no le entre ningún desconocido. Y ahí pensé que podía mirar un poco.

Y ahora, acá estoy, escondida en el clóset porque cuando ya había andado por la cocina y el living sentí que entraba el hombre con otro más joven y flaquito.

—¿Dónde estará el otro llavero? —dice— Esta es la llave que escondo para las emergencias.

Un rato voy a aguantar, pero a los 72 años no voy a poder resistir mucho detrás de esta caja grande y otras de zapatos, sobre todo porque justo me queda la rejilla de respiración a la altura de la cintura y estoy agachada para ver que hacen.

Claro, veo solo al hombre invitado, del otro escucho la voz y veo las manos que están desparramando herramientas sobre una mesa, hay un destornillador, un cortaplumas creo. Se ríen. Trae una botella y dos copas. Brindan y tiran una moneda.

—¡Bingo! Entramos en Camacuá —dice el inquilino.

 El otro debe haber ido al baño porque escuché la puerta y ya no lo veo.

¡Se me hace eterna la espera! Estoy cansada. Pero mi vecino sigue tomando, sentado en la cama, y el otro desaparecido…

Por fin le grita algo que no escucho. Éste se para y también se va.

Empiezo a contar hasta 50 para irme despacito sin que me descubran, pero vuelven los dos disfrazados de Hombre Araña, se palmean, se levantan la máscara y toman de nuevo, se tocan algo en la cintura y buscan en un cajón. Creo que sacan una bolsa que uno de ellos se mete en el pantalón. Se acomodan las caretas.

—¿Listo?

Abren el ventanal del living y desaparecen. No los veo más.


Desde el clóset - Fabiana

Una llave con una dirección. Barría debajo de la cama y allí apareció. Me invadió la curiosidad, algo me decía que tenía que abrir la puerta de la verdad.

Fui temprano. La dirección me llevó a una playa con arenas blancas y un mar cálido, la llave a una casita de paredes rosas con grandes ventanales que daban al mar. Entré, recorrí la sala con pocos muebles, la cocina ordenada y pequeña. El baño, limpio, era anticuado, con bañera con patas de león y grifos dorados. Entré a la única habitación con cama matrimonial y un enorme ropero.

De pronto, alguien entró a la casa y me escondí en el armario. El corazón galopaba dentro de mí pecho. Escuché voces lejanas, risas, silencios, el sonido metálico de una llave que chocaba contra el piso. Ruido de pasos que se acercaban, el chillido de la puerta..."Necesitan aceite las bisagras", pensé. Sin duda estaban en la habitación. Olía a perfume francés mezclado con un perfume conocido para mí. Me negaba a pensar, me latían las sienes. Sentía náuseas. 

Por un pequeño agujerito de la puerta del placar vi la cintura de una mujer, cortada por una mano masculina que la sostenía. Reían, hablaban bajito, con la respiración entrecortada, agitados. Sonó una palabra tierna dicha por la voz femenina.

La cama chillaba, "debe tener el elástico roto", pensé, entre furiosa y divertida. 

La voz conocida llenó la habitación de palabras tiernas, de esas que atraen como un imán, de esas que te atan con cadenas, te atrapan como red, te ilusionan, te llevan al cielo y al infierno. Cerré los ojos, no quería llorar, no iba a llorar.

Escuché el ruido de las olas que rompían cerca. Abrí los ojos, apenas vi la proyección de unos rayos de luz, imaginé que debía ser el sol que entraba por la ventana.

Jadeos, chillidos, gritos contenidos, dos voces que se mezclaban y un silencio final que olía a placer. Volví a cerrar los ojos, se me venían a la mente los últimos 15 años de mi vida: palabras hirientes, prohibiciones, gritos, insultos, desprecio, amigos perdidos, mentiras... Golpes.

Abrí la puerta del armario. Los vi allí desnudos, abrazados, dormidos. Miré la escena, era lo mismo que ver una obra de teatro... tenía que pensar, pero no pude.

Y disparé la bronca, el terror diario, las humillaciones, los monstruos que me acechaban permanentemente. Disparé mi orgullo, mis ansias de libertad, las cicatrices de mí cuerpo. Apreté con fuerza mí vida y la de mis hijos. Me dolía la mano.

Disparé...


Desde el clóset - Emiliano

¿A quien sino a mí iba a confiarle Ángel la llave de su casa? Generalmente, cuando lo visitaba, abría la puerta y una vez dentro lo llamaba y así le evitaba el tener que molestarse. Ese día lo llamé como de costumbre pero evidentemente no se encontraba en casa. 

No sé cuál fue la razón por la que sentí deseos de hurgar aunque no sin algo de cargo de conciencia. Repentinamente sentí que el dueño de casa entraba y no tuve mejor ocurrencia que ocultarme en el clóset. La voz era la de Ángel. 

—Mirá Elsa —dijo— estas son las cartas que siempre tuve en mi poder y que nunca te mostré. Seguramente te acordarás de que cuando papá y mamá se conocieron y empezaron a noviar se comprometieron a casarse; noviazgo que se interrumpió cuando a papá, que residía en Ituzaingó, lo convocaron para cumplir con el servicio militar en Italia (su país natal). La primera carta está fechada en 1913 y dice: "Querida Dominga, en cuanto el ejército me dé la baja regreso y nos casamos tal y como nos lo habíamos prometido". La segunda está fechada en 1914 y contiene una muy mala noticia que dice: "Se declaró una guerra mundial razón por la que se suspendieron todas las bajas y nadie sabe qué va a ser de nosotros". Las sucesivas cartas no contenían ninguna noticia alentadora, hasta que una de las últimas fechada en 1917 anunciaba el fin de la guerra, pero con la salvedad de que los soldados iban a permanecer algún tiempo más bajo bandera. La última, fechada en 1918 dice: "Querida Dominga, ya puedo regresar y no veo la hora de que podamos casarnos. Afectuosamente, Vito".

Confieso que este relato está basado en un hecho verídico y no pude vencer la tentación de mencionarlo. Vito y Dominga fueron muy longevos y llegaron a cumplir 67 años de matrimonio y fueron mis suegros. Ángel es mi cuñado y Elsa mi esposa. 

Nota: Mi suegra era hija única de una familia de buena posición de modo que pretendientes no le faltaron durante los siete años de ausencia de Vito.


La casa embrujada - Silvia

Viernes 13

Todavía no eran las seis de la tarde, pero en los finales del invierno a esa hora casi no entra luz por las ventanas del chalecito del bosque. Los menores de la casa se habían quedado solos mientras los tíos llevaron a los más grandes a una matiné.

¿¿¿Justo ahora se viene a cortar la luz??? Empiezan las risitas nerviosas. Ninguno quiere reconocer que la cosa le causa más miedo que gracia.

Uma propone jugar a la “Ouija”. Tenía alguna idea de cómo era el juego porque había espiado a su hermana jugando con los amigos de la escuela una vez, una sesión que realmente duró muy poco porque en cuanto su mamá entró a llevarles unos panchitos y los vio les dijo a los gritos que eso estaba “totalmente prohibido en esta casa”. 

Es un curioso mecanismo ese de tapar el miedo con algo que da miedo, pero así funciona a veces con los púberes y esa podría ser una explicación del éxito que tiene el género terror en el mercado del entretenimiento.

Los adultos vuelven cuando era noche cerrada, pero había regresado la electricidad, por lo que no tardan en notar el completo desastre que estaba ocurriendo en el living. Si bien los tres chicos corrían de un lado a otro intentando poner las cosas en su lugar, no les alcanzaban las manos para juntar los cientos o más bien cientos de miles de moras y frambuesas que se amontonaban por todos lados. Era como si un tornado (sería un tornado al revés) hubiera sacudido todos los árboles de alrededor y tirado toda su fruta ahí, adentro de la casa.

En su diligencia no hacen más que empeorarlas cosas, pues corren y pisan las frutas, haciendo que el enchastre amenace quedarse ahí para siempre. Ahora no sabían si seguir limpiando, si pararse a explicar lo que no tenían ni idea de cómo explicar ante las preguntas, gritos, promesas de prohibición de salidas y la pérdida de vaya a saber cuántos privilegios más.

Finalmente se van todos a dormir, sentenciados a continuar al día siguiente removiendo las manchas imposibles que la fruta dejó en los pisos de madera y en los muebles (los tapizados de los sillones ya eran causa perdida –todos los almohadones a la basura! - lloraba la tía Claudia).

Tobías es el más callado de los tres primos. En la escuela muchas veces lo cargan y dicen que es un nerd. Es cierto que tiene una memoria sorprendente y una facilidad enorme para recordar sobre todo las fechas, pero también nombres y hasta los diálogos completos de algunas películas. Mientras trata de dormir —el enojo y la frustración por el reto recibido, por el susto que todavía no se va, lo tienen despierto mirando el techo— no puede dejar de repasar mentalmente cada una de las preguntas que le hacían a la Ouija, así como las respuestas que ésta les daba:

—¿Cuántas materias me voy a llevar? 

—Cuatro

—¿Cómo se llama el chico que me gusta? (la pregunta testeo que hizo Uma para chequear el juego)

Cuando llegó al final de la reconstrucción saltó de la cama y, tratando de no despertar a nadie, fue corriendo a buscar la tablet. Rápidamente entró a la aplicación para jugar a la Ouija (la noche anterior habían usado papelitos dispuestos en círculo sobre el piso, a la manera “antigua“ porque con la luz cortada no había wifi). Volvió a escribir la pregunta, aquella, la última antes del desastre. Sólo que ahora no se iba a equivocar (¿Por qué no les había hecho caso a los chicos ayer? "Es con ve corta, animal!", le decían).

—¿Este año querrán que vaya adentro? (ya estaba bastante cansado de que en todos los festivales de la escuela lo engancharan para cobrar las entradas y se perdía toda la diversión).

Cuando se levantaron el sábado a la mañana, la tía Claudia estaba terminando de cortar el pan para hacer las tostadas. Dio algunas instrucciones, como de costumbre repartió las tareas que le tocarían a cada uno, pero no figuraba ninguna relacionada al rasqueteo de pisos ni fregado de tapizados.

No había en su expresión ningún rastro de enojo.

El living estaba impecable.

La casa embrujada - Emiliano

Raúl y Eugenio se conocieron siendo ya grandes en un taller de teatro y rápidamente entablaron una linda amistad. En rigor, el taller era apenas de improvisación y juegos teatrales pero ellos creían estar para más, así que a poco de conocerse se embarcaron en el ambicioso proyecto de encarar una obra de repertorio. Eligieron una que hubiera sido escrita para dos y solo dos actores masculinos y de probado éxito de público (El acompañamiento del gran dramaturgo argentino Carlos Gorostiza). La memorización del texto, la escenografía y la música resultó ser un esfuerzo que demandó algo más de un año mientras su amistad iba consolidándose más y más cada vez. Afortunadamente el estreno fue un éxito como también lo fueron las otras presentaciones. Los ensayos se hacían exclusivamente en la casa de Raúl que disponía de mayores comodidades. 

Inesperadamente surgieron diferencias que fueron desgastando la que en un principio fue una linda amistad. Eugenio se mostraba cada vez más irascible y las discusiones eran más frecuentes, al punto que llegó a amenazar a Raúl con represalias, cosa que llegó a intranquilizarlo. 

Cuando repentinamente Eugenio falleció, víctima de un inesperado infarto, Raúl recuperó la tranquilidad que había llegado a verse seriamente amenazada. Cuando hallaron el cuerpo sin vida de Raúl tendido, cuan largo era, la policía científica determinó que la muerte había sido ocasionada por asfixia producida por ahorcamiento manual. Era un hecho lamentable aunque fácil de dar con el victimario ya que se contaba con las impresiones digitales y muestras de ADN. La policía recurrió a la base de datos y dio con el asesino fácilmente: se trataba de Eugenio Giménez. La data de la muerte de Raúl era de entre 24 y 48 horas. 

Mayúscula sorpresa se llevaron los investigadores cuando comprobaron que la muerte de Eugenio había ocurrido un mes antes, según constaba en el acta correspondiente. El episodio tomó estado público y cuando la casa fue ofrecida en venta nadie se mostró interesado por ella. 


La casa embrujada - Lilian

La casa frente a las vías

A veces las buenas noticias llegan sin buscarlas. Indiana no podía creer la suerte de ver que esa casa que había sido parte de las fantasías de su infancia tuviese el cartel de venta. Toda su niñez y adolescencia había jugado con la idea de los fantasmas de la “casa frente a las vías”. Sobresalía por arriba del terraplén, con un murallón importante que la hacía inexpugnable. Había hecho unas cuantas maldades a sus amigos y en gran parte su seudónimo (Indiana Jones) se lo debía a su afición por entrar y buscar “algo” en ese lugar.

En el barrio se hablaba de una historia trágica con la hija de la familia y un tío loco que vivía en una especie de torrecita que estaba fuera del edificio principal.

Ahora tenía que buscar la forma de convencer a los de la inmobiliaria que estaba representando a alguien interesado en esa venta. Fue difícil pero al final logró la cita y pudo pasar el umbral. Realmente a cada paso que daba se quedaba mirando y se fijaba en los detalles de la construcción pero sobre todo en las puertas y ventanas con algunos vidrios rotos. La mugre, las telas de arañas y hasta algunos nidos que había en las habitaciones vacías después de tantísimos años, le daban en su imaginación un aspecto siniestro.

Cuando ya el empleado había preguntado si le quedaba alguna duda y daba por terminada la visita, Indiana quiso ir a la torrecita. 

—Lamentablemente, esa parte está cerrada. Los antiguos dueños, después de dejar la casa, tuvieron intrusos y cerraron las aberturas de esa parte con una tira de ladrillos. Hoy para entrar habría que venir con una maza.

Volvió a convertirse en el adolescente intrépido que había sido. Se juró entrar a la torre, además había observado que no había vecinos cercanos, nadie iba a saber de su investigación. Para darse un poco de importancia le comentó a su amigo Luis sus planes, pero le dijo que prefería ir solo, después de medianoche, para que nadie notara su presencia. Llevó pico, maza, y por supuesto el celular y una cámara Go Pro para registrar cada paso. 

Qué ocurrió con Indiana pasó a ser otro de los misterios de “la casa frente a las vías”. Solo se encontró la cámara y en ella una imagen grabada muy extraña de un hombre sin rostro corriendo a alguien que gritaba mientras éste se reía enloquecidamente. También en el suelo algunas ropas, que Luis identificó como las de su amigo Indiana.

A pesar de que ya pasaron algunos años la casa sigue sin venderse y aseguran algunos que se atreven a acercarse que a veces se escucha a alguien pidiendo auxilio.


La casa embrujada - Ma. Teresa

Casa embrujada

En el barrio de Mariano Acosta, la costumbre de los jóvenes era reunirse a la tardecita a charlar un poco de las cosas del pueblo. Al acercarse la fecha de Halloween, el tema era obvio.

—¿Qué hacer, disfrazarse?  

—No da —respondió Daniel— déjalo para los pibes

—¿Entonces? Pensemos en algo especial, hay que celebrar. Aquí nunca pasa nada. 

—Ya se —respondió Julián, otro de los chicos del grupo. 

—¿Recuerdan esa casa, abandonada que está en venta hace una bocha? Dicen que esta embrujada y por eso no se puede vender.

—¡Anda! ¿Y vos crees en esas tonterías? —se rieron todos a carcajadas, menos Julián. 

—Y si son tonterías, ¿a qué le temen? 

—Yo no tengo miedo —respondieron casi a coro. 

—Y bueno hagámoslo. Compramos algo para comer y tomar, unas mantas, velas y linternas y pasamos la noche allí. 

—¿Estás seguro, Julián? 

—Y sí, nunca pasó nada que yo sepa, los dueños murieron y quedó abandonada, eso es todo. Va a ser divertido.

Y así fue como, decidieron festejar Noche de brujas, en la casa supuestamente embrujada.

—Entra vos primero, que fuiste el que tuvo la idea.

Y Julián ingreso tranquilamente a la casa, vela en mano. Buscaron la sala principal, la más grande, así habría lugar para todos, estiraron las mantas, ubicaron las velas y se prepararon para comer y tomar lo que habían traído.

—Che, Julián, ¿notaste algo? ¿Y ustedes?

—Nada, ¿por qué lo preguntás?

—Una casa abandonada debería estar sucia, tierra, telarañas... Y está muy limpia.

—Y si la quieren vender, tienen que mantenerla

—Pero afuera los yuyos, llegan casi hasta las ventanas, que están rotas, además.

—Y bueno, no le busques tanta vuelta. Pongamos música y comamos tranquilos

—¿Música? Yo no traje. 

—Nosotros tampoco.

—Bueno, charlemos.

De pronto una de las ventanas se abrió, entrón un ventarrón y apagó las velas.

—Prendas las linternas, así volvemos a encender las velas

—¿Trajeron fósforos?

—Sí, claro.

Pero el viento seguía ingresando y volvía a apagar las velas. Intentaron cerrar la ventana, inútilmente. 

—Vayamos a otra habitación y listo.

Pero las puertas también se habían cerrado y no pudieron abrirlas, estaban encerrados, casi a oscuras, solo a la luz de las linternas.

—Bueno, che, —les dijo Julián— comamos, nos acostamos y mañana con la luz del día, todo habrá pasado.

El aullido de un gato, los sobresaltó. 

–Un gato enamorado, ¿nunca lo escucharon?

—Yo me voy —expreso Daniel— aquí no voy a poder dormir.

—Como quieras, pero no sé de qué te escapas. Las velas las apago el viento, también cerró las puertas, los gatos siempre aúllan, no seas cobarde, quedate.

Decidió quedarse o nunca olvidarían que era cobarde. Por si algo faltaba se desató una tormenta y el techo era un colador.

—Y ahora qué me decís: a oscuras, encerrados y mojados. Linda nochecita nos espera.

En fin, no se podía decir que pasarían una hermosa noche, pero no les quedaba otra. Nadie pudo dormir, el silencio era sepulcral. Amaneció por fin, ya podrían regresar, cada uno a su casa. Las puertas no se abrían, gritaron inútilmente, nadie los oyó. Y así fue como, en una noche de Halloween, en el pueblo de Mariano Acosta, cinco adolescentes desaparecieron. La casa supuestamente embrujada se los devoró. Ninguno de los amigos que decidieron no ir, dijeron nada. Tan solo que salieron a festejar la noche de Brujas. Dicen, que a veces, en noches serenas, se escuchan gritos de auxilio y luces, en la casa, supuestamente embrujada.

Se opina que las brujas no existen, pero que las hay, las hay.


La casa embrujada - Fabiana

Casa embrujada

Llegó la familia contenta
Y ocuparon la mansión
Sin saber que eso sería
el comienzo del terror.

Puertas que se cerraban solas
Paredes que crujían
almas en pena que se paseaban
Por techos y celosías.

Por las oscuras noches
se veían cuatro luces encendidas
que recorrían la casa
hasta que se hacía de día.

Fantasmas con cadenas
recorrían el lugar
y cada rinconcito 
lo usaban para jugar.

Preguntarán¿ Qué hicieron
los chicos y los papás?
¿Abandonaron la casa?
¿No quisieron habitarla más?

Pues no, señores lectores
no se rindieron tan fácil
Prepararon una cena
y pusieron vino en un barril.

A las almas y fantasmas
Invitaron a bailar
Buenos amigos se hicieron.
Comprendieron que  la casa
se  podía compartir
porque en paz y en armonía
es muy fácil convivir.

La casa embrujada - Dora

Halloween

Los fantasmas volarán desde sus tumbas, los vampiros saldrán de sus sarcófagos llenos de telarañas y los extraterrestres de sus platillos. También se verán monstruos, hadas, super héroes, casas terroríficas. Todo se mezcla. Poca religión, mucho, mucho miedo y mucho paganismo.

¿¡¡¡Compararon una casa embrujada!!!? ¿¡¡¡Ellos no lo sabían!!!? Estaba sucia y tenía telarañas. No le dieron importancia. A la noche se fueron a dormir y notaron que la casa crujía fuertemente. Era antigua, de madera. De pronto, ¡¡golpes fuertes en la pared!! Bajaron corriendo. “¿Quién es?” Nadie contestó. Tenían miedo y no abrieron, pero los golpes seguían. 

Después de unas horas, se detuvieron los golpes en la puerta. Se decidieron a descansar. Al rato, escucharon pasos en la sala. “¿Qué es eso?”. Ambos vieron una sombra deambular por el techo de la sala. “¿Quién eres?”. “No te lo diré”. Y desapareció.

Intentaron descansar, pero les fue imposible. Se quedaron en la casa, pero el día siguiente no amanecieron. Todas las noches se escuchan gritos pidiendo ¡¡¡¡AYUDA!!!!


Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...