Parece que fue ayer, pero se cumplen hoy quince años de aquel fatídico día. Tenía yo entonces diez. Lo recuerdo porque era día de mi cumpleaños. Viajábamos a Maruma, el pequeño pueblo donde vivía mi anciana abuelita. Cantábamos felices papá, mamá, mi hermana y yo. Nos encantaba cantar la canción del Marumito. Solo nosotros la conocíamos. Era una canción familiar, mamá la había aprendido de mi abuelita. La letra hacía alusión a un ser mágico, que moraba en Maruma, donde había crecido mamá. Nosotros, mi hermana y yo, aun creíamos en seres infantiles cargados de magia. De pronto, algo o alguien, y el ruido estrepitoso, el crujir de chapas, y los gritos y los llantos, y la oscuridad.
Al despertar, alguien tomó mi mano y me habló, pero no reconocí su voz.
— Hola, ¿cómo te sentís? Mi nombre es Paula y soy médica.
— ¿Dónde están mi hermana y mis padres? ¿Dónde estoy? Ayúdeme, por favor, no puedo ver.
— Tranquilo, poco a poco. ¿Recordás lo ocurrido?
— No, no recuerdo nada. ¿Qué paso?
— Viajabas con tu familia y hubo un accidente. El coche chocó con un animal en la ruta por la que viajaban.
— ¿Y por que no puedo ver? ¿Y mi familia? ¿Qué les ocurrió a ellos? Estoy muy asustado.
— Lamento decirte que tu familia no sobrevivió. Es muy doloroso, lo sé, pero debo decirte la verdad. ¿Recordás hacia donde se dirigían?
— A Maruma, a casa de mi abuelita.
— Qué extraño, no conozco ningún pueblo con ese nombre. Al menos, no cerca de aquí.
— Llamen a mi abuelita, ella vendrá y les dirá.
— ¿Recuerdas el numero de teléfono?
— No, pero se llama Juana, y su número debe estar en la guía telefónica o en los documentos de mis padres.
— Esta bien, los buscaremos. Vos descansá. Ya lo encontraremos.
— ¿Cómo pretenden que sepa tanto? Solo tengo diez años.
— Es que han pasado quince años, estuviste dormido todo este tiempo.
No supe qué decir. La mujer se fue. De pronto, nuevamente, alguien tomó mi mano y acarició mi frente. Con la otra mano, me entregó una pequeña caja.
— Tomá esto —me dice— Es un Marumito, él te protegerá. Nunca te separes de él.
Desde entonces, vivo en una casa con personas que me cuidan.
Nadie encontró el pueblo de mi abuelita. Y en los restos del auto no había documentos.
A mi lado, siempre esta el Marumito. Que alguien o un ángel o mi mama me dio aquel día en el hospital en el que me desperté.
No sé cómo es, no puedo verlo. Pero estoy tranquilo. Solo pienso en algo y él lo trae a mi mente.
Veo el campo, las flores, los atardeceres en los que mi hermana y yo jugábamos, mientras nuestros padres y abuelita hablaban debajo del roble.
No sé si alguna vez existió Maruma, porque era mágico como lo decía la canción que cantábamos.
Yo solo sé que aun sigo creyendo en los seres mágicos. Especialmente en mi Marumito. Que, tal vez, sea yo.