El ticket - Darío

En una ciudad llamada Xaxo vive un hombre que se llama Ugbo, que está desempleado hace siete meses, pero desde ese momento busca un empleo. El anterior duró un año y lo despidieron sin razón alguna, desde entonces lleva a cabo procedimientos legales en contra de ese lugar de trabajo, mientras busca otro en su lugar, pero hasta el momento no tuvo suerte.

Una semana después, un ex compañero de trabajo lo llama y le dice que tiene un amigo que busca empleado, le pasa el contacto para que se comunique y Ugbo le agradece. Al día siguiente, Ugbo se comunica con el que busca empleado, se informa sobre el tema, agradece pero lo rechaza porque no es de su interés, lamentablemente.

Un mes después, recibe un llamado de un lugar en el cual había buscado trabajo, es el llamado que él esperaba, le ofrecen un puesto de trabajo y acepta.

Llega el primer día en su nuevo trabajo: el trabajo es el que buscaba e imaginaba, le encanta, además se lleva bien con todos en ese lugar. Horas más tarde, al salir del trabajo, de camino a su casa ve que a una persona se le cae un papel, intenta ayudarla pero el papel se vuela por el viento fuerte y lo pierde de vista. Minutos después, al llegar a su casa ve que un papel vuela cerca de la puerta. Cuando entra a su casa, ese papel entra por esa puerta, mientras la cierra, la brisa del movimiento hace que el papel se vuele otra vez hasta que cae en la mesa. Él se fija de que se trata ese papel y descubre que es un ticket.

Tres días después, al salir del trabajo casualmente se encuentra otra vez con la persona a la cual se le había caído el papel. Ugbo se presenta, le explica lo que pasó y se lo da. La persona le agradece mucho, dice: "pensé que no lo encontraría". Le cuenta que es muy importante ese papel porque es una entrada para ir a un recital. Se saludan y va cada uno a su casa.

Tres años después, le gana el juicio al lugar que lo habían despedido sin razón. Finalmente, ese lugar queda clausurado.

El ticket - Osvaldo

UN SUEÑO EN EL MAR

Apoyado en la baranda de la popa del barco en el que estoy desde hace tres meses contemplando las estrellas, que se reflejan junto a la luna llena en las tranquilas aguas del infinito mar, recordé una frase que leí en algún viejo libro: "EL PASADO SE HA IDO, EL PRÓXIMO MES O AÑO NO EXISTEN; SÓLO EL PEQUEÑO PUNTO DEL PRESENTE ". Y cerrando los ojos me puse a soñar.

Nos tienta mirar hacia atrás y hacia adelante. Pero lo que más necesitamos es estar presentes en este momento, con nosotros mismos, con los que amamos y los amigos. Y con nuestra experiencia, exactamente aquí y ahora. 

Nuestros pensamientos eran tomados con la forma en que conseguiríamos el próximo trago o en cómo manejar la última crisis. Estar emocionalmente presente y vivo en el momento toma tiempo y es en un marco mental que se desarrolla cuando crecemos en recuperación. Una forma de estar más presente en el momento es practicar la gratitud: a través del cristal de la gratitud somos trasportados al momento inmediato. 

La sacudida de una ola me sacó de mi sueño y entonces vi que se depositaba en un taburete al lado mío un ticket incrédulo. Lo tomé y vi que era de una casa de moda importante de París, en la cual un tiempo atrás la habíamos vimos paseando con mi esposa. Otra sacudida me hizo soltar el ticket de mi mano vi cómo el viento se lo llevaba y pensé: "HOY MIRARÉ MI DÍA A TRAVÉS DEL CRISTAL DE LA GRATITUD".

El ticket - Ma. Teresa

Lago Puelo

Años pasaron antes de tomar mi decisión. Dicen que en la vida hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Las primeras dos están cumplidas, solo restaría la de escribir el libro. Ahora que he perdido a mi compañera y madre de mis hijos, ha llegado el momento. Cuando hubo que elegir el lugar en donde instalarme para poder hacerlo tranquilo, no existió ninguna duda, Lago Puelo en la provincia de Chubut. Lugar de recuerdos muy intensos. El lugar.

Llamé a una agencia de turismo y reservé una cabaña:

—Tiempo ilimitado —le dije al agente— No planeo regresar demasiado rápido.

Cuando llegué al lugar y estuve frente a ese enorme espejo de agua color turquesa, a un costado del pequeño bosque de arrayanes, supe que no me había equivocado, era el lugar perfecto para descansar y escribir.

Y allí estaba yo y mis cosas: poca ropa, mi máquina de escribir (compañera de años) y varias resmas de hojas. No tenía idea por dónde comenzar, pero bueno ya saldría. Preparé café, una rica sopa y destape una botella de buen vino. Luego de cenar, me senté cómodamente frente al hogar, a terminar mi botella. Recién entonces comencé a recorrer con la vista cada rincón de la cabaña. El silencio solo era interrumpido por el chisporroteo de la leña. Debería elegir un lugar donde instalarme, con mi máquina de escribir. Guardé mi reloj, no me interesaba saber de horarios. Las cosas surgirían naturalmente. Observe un rincón, cerca de una ventana desde donde se puede observar perfectamente el paisaje. Sería allí.

Busqué una mesa adecuada, pero sólo vi una mesa ratona que no me serviría, era muy baja. Llamó mi atención un sobre sobre ella. No sabía si abrirlo o no. Decidí que sí, tal vez me lo habían dejado de la agencia de turismo. No. En el sobre solamente había un tiket. Despertó mi curiosidad. ¿Alguien lo habría olvidado? Al limpiar la cabaña, la empleada tal vez. No era hora de llamar. Lo haría mañana. 

Me recosté en el sillón y no pude dejar de pensar en el dichoso ticket. Mil cosas pasaron por mi mente, no tenía nombre, ni membrete del negocio que lo había emitido. ¿Habrá sido, anteriormente, este lugar de amantes que no querían ningún dato en sus comprobantes de pago? ¿Por qué no? Tengo amigos que, confidencialmente, me han contado de sus aventuras y eran muy cuidadosos.  Debo ser sincero conmigo mismo, también yo lo he sido, pero no muchas veces. El trabajo de viajante es muy solitario. Y así, casi sin querer y por un simple ticket, abandonado en la cabaña, ya tenía yo mi tema para el libro. Historia de un viajante, lo llamaría. Eso sí, tendría mucho cuidado en aclarar que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia. 

Terminé mi vino e inmediatamente me senté a escribir, mientras exista fuego en el hogar.

Ticket... tickets - Dora

No existe nada más terapéutico que ir de compras cuando hemos tenido un mal día. Sin embargo, para algunas personas, este acto liberador puede ocasionar más de algún problema.

Cuídate los pequeños gastos: un pequeño agujero hunde un barco. Lo que le pasó Andrea cuando se encontró ahogada en deudas. En París, llegó a gastar 10 000 euros en un solo día. Entonces, no se daba cuenta de que padecía un trastorno, porque estaba metida en una vorágine que la cegaba.

Era una compradora compulsiva. En otras palabras, alguien que adquiere objetos en forma impulsiva para regular estados emocionales negativos. Compraba varias cosas por día para subir la autoestima, pero de forma efímera, entonces necesitaba volver a hacerlo.

El ticket - Norma

Desde lejos, sentía el sonido de las sirenas que se repetían por un lado, siguiendo como a corta distancia el retumbar de los truenos. Luego, empezaban los gritos, las bocinas de los autos y, finalmente, una lluvia caótica que golpeaba contra los techos y las ventanas en forma muy embrujada, porque parecía que se abrirían solas en cualquier momento.

Mientras tanto, yo, anonadada, no salía de mi estado impávido, tapada hasta la cabeza con la manta del sillón de la sala, compañero fiel de mis películas, siestas sorpresivas y lecturas deliciosas a granel, con mil aventuras a cubrir.  

Normalmente hubiera salido disparada para averiguar qué sucedía, pero estaba en estado de pausa, como dicen los aparatos electrónicos cuando no funcionan. De repente, de la nada, surgió un tren dorado y muy iluminado. En realidad, parecía un arbolito de navidad por los colores, pero era un tren de verdad, hermoso, con sus butacas de terciopelo rojas, azules, amarillas, grises. El guarda me aviso muy cortésmente que debía subir a la brevedad porque la salida sería en pocos minutos más.

La tormenta arreciaba y yo pensaba cómo iba a subir la maleta, el bolso y el paraguas. Afortunadamente, el guarda me estaba esperando con un gran paraguas, que más bien parecía una carpa. Era de todos los colores, no faltaba ninguno. Me acomodé en un compartimento especial, con todas mis cosas, sin haber sentido caer una gota de lluvia sobre mi cabello.

Al rato, lógicamente,  me pidieron el ticket del viaje. Me pasé media hora pidiendo disculpas y buscando afanosamente el dichoso pasaje por todos los bolsillos de mi ropa y de mi bolso. Pero no lo encontraba. Ya desesperada por la situación (menos mal que el tren había partido), sentí como una ráfaga de viento que venía del pasillo y algo entró raudamente posándose en mi regazo,.

Cuál sería mi sorpresa al ver el famoso ticket, tan colorido como todo el tren y con una  pequeña flecha  dorada, que lo atravesaba verticalmente, indicando tres estaciones muy importantes: la primera era Manigot, la segunda era Florence y la  última era Inverter. Entre ellas, había otras pequeñas estaciones no tan importantes, pero sujetas a la misma posibilidad.

Mi destino era Florence. Me esperaba mi familia para las fiestas de pascua. Estaba ilusionada con la reunión, ya que seríamos casi 25 personas que hacía tiempo no nos veíamos y deseábamos compartir la fiesta que tanto nos ilusionaba.

Lo mas extraño era que las butacas ocupadas eran solo las rojas y las grises. Y los compartimentos estaban ocupados, pero no compartidos, como suele hacerse normalmente ¿Habría menos gente que en años anteriores? No me preocupe demasiado, estaba muy cómoda. Cuando busqué el ticket no lo encontré, había desaparecido nuevamente. Ya lo habían controlado, pero yo necesitaba saber a qué hora arribaríamos y no quería llamar al inspector.

Bastaba que yo lo necesitara para que el señor ticket viniera volando. No sé dónde se escondía, pero aparecía de golpe y cuando lo quería guardar, me esquivaba. Literalmente, desaparecía.

El salón comedor era una lindura especial, muy elegante. Las mesas con sus manteles esplendidos y la vajilla perfecta. Los platos eran de un color celeste mar y cielo conjugados; el mantel, con un suave estampado en colores pasteles y las servilletas lisas, de un color similar a la vajilla. Velas por doquier y un servicio exquisito en todas las comidas que realizamos en el tren.

Estaba preocupada, pero después de cenar decidí ir a dormir temprano. Nos faltaba un buen trecho para llegar a Florence. Llegaríamos después del almuerzo. A la mañana siguiente, como había dormido de un tirón, no presté atención a la estación, pero sí  noté que habían cambiado a la gente del servicio y el inspector no era el mismo. Estaban controlando nuevamente a los pasajeros.

Mi situación se agravó porque el ticket no aparecía y el inspector actual no era tan amable como el anterior. En la mesa del desayuno encontré debajo de mi taza un ticket bastante parecido, pero no me correspondía. Lo guardé por si acaso, tratando de encontrar al verdadero. Me sentía  un poco atribulada por la situación, pero no hubo problemas.

Cuando llegué a Florence, al bajar, le di el ticket verdadero que había aparecido como de costumbre.   Pude terminar el viaje feliz y tranquila. Mi familia estaba esperando mi llegada para ir a casa. ¡¡¡Qué felicidad!!!

Ya estaba instalada, con absoluta tranquilidad, fuera del tren y en paz. Mientras leía un libro en el jardín, tomando un té con un placer infinito, de reojo vi algo pequeño y dorado apoyado en una esquina de la mesa. Cuando me di vuelta, era el ticket que desaparecía en forma constante y ahora se posaba, se adosaba a mí, sin pedirlo. Cuando me retiré de la mesa, noté que cambiaba de lugar y se apoyaba en el mueble donde había dejado mi libro. Y más tarde me acompañaba por toda la casa. 

Realmente me voy a dormir, he pasado un día agitado, necesito descansar.

¡Qué bochinche hace este despertador! Es para resucitar a los muertos. ¿Lo habré puesto muy alto? 

Me desperecé y vi el sol brillando atravesando las cortinas de la habitación. Muchas ganas no tenía de levantarme, había tenido un sueño muy raro, que no tenía explicación. Pero había que preparar muchas cosas ese día. Me dirigí a la cocina a desayunar.

Sentí un zumbido, me asustó porque pensé en una abeja, pero no.  Estaba untando la tostada y de refilón vi un pequeño cartón en el centro de la mesa, que no había visto antes o que no estaba. Seguí tomando el té con la idea de la agenda a cumplir. Pero el cartoncito seiba aproximando despacito hacia mí.  Pensé y me pregunté si estaría viendo visiones. Desde que había llegado a la cocina ese cartón me estaba persiguiendo, como en el sueño. Desconcertada, lo atrapé al vuelo, justo cuando sonó el teléfono.

Era Marina que, a borbotones, me preguntaba si había sacado las entradas para la función de Eric Shagall, el famoso artista que se presentaría en el teatro dentro de dos semanas y ya se habían agotado. 

De golpe entendí los avisos del ticket y todos sus esfuerzos para avisarme. Ahora entendía por qué me perseguía en el sueño. Apenas me levanté continuó insistiendo para recordarme el compromiso que había asumido en comprar los tickets y que había olvidado totalmente.

No sabía qué decirle a Marina, pero ella me confesó que había comprado ya las entradas. En realidad, le habían conseguido un palco a muy buen precio, una magnifica ubicación y no podía perder esa oportunidad. Mi suspiro de alivio lo tomó como muestra de  alegría y reconocimiento. Nos despedimos: "Bueno, nos vemos en la oficina". "Dale, ok. Besos".

Con lentitud y con la taza de té en una mano, fui acercándome al ticket que, quietito, sólo dejaba que me acercara sin atreverse  a moverse de su lugarcito, casi escondido entre el dulce y el plato de tostadas. Lo tomé con la mano, mirándolo atentamente y, oh, sorpresa, tenía una flecha dorada en vertical. Decía "Estacion Manigot, Florence  e Inverter"y la fecha del ida anterior. Al darlo vuelta,  entre las estaciones intermedias estaba Shagall y decía, en letras doradas, “Acuérdate de visitarnos”, como si fuera un recordatorio.

En realidad, mis sueños son una mezcla de películas, historia, colores, dibujos y nunca tienen un significado real, hasta después de que suceden. 

El ticket - Claudia

El ticket sobre la mesa llamó su atención. No recordaba dónde se lo habían dado, tampoco cuándo. Después lo tiraría a la basura, junto con los restos de la cena.

Por la mañana, mientras preparaba el desayuno, lo encontró en el suelo. Estaba segura de haberlo tirado. Lo levantó y vio que no tenía membrete, solo la inscripción "vale x otra". Terminó de alistarse para el trabajo, agarró las llaves del auto y guardó el ticket en su bolsillo. 

No pudo esquivar el auto que venía de contramano, demasiado rápido.

Cuando llegaron al hospital no tenía signos vitales. La reanimación comenzó allí mismo, en la ambulancia. 

Una semana más tarde, el paramédico que la salvó le entregaba el ticket en blanco, sin ninguna inscripción

El ticket - Lilian

No hace falta que mire la hora, Miau tiene un reloj interno y a las 18 aparece y se me sube encima. Este es el momento de terminar la rutina del día laboral. Uff, tres zoom, un informe para el jefe y rehacer un presupuesto.

Voy encendiendo alguna lámpara y miro que en las otras ventanas también hay luces, se está apagando la tarde. Preparo la comida de Miau y me hago una merienda-cena, unas galletitas con roquefort, un sobrante de tortilla y una copa de vino. Programa ideal para ver un rato de This is Us, ¡no más de dos capítulos! La serie es adictiva, sólo comí una galletita. Veo que ya es de noche, pongo pausa y me obligo a probar algo más. Entonces reparo en el papel blanco y doblado sobre la mesa. Una boleta de compra: ”Lanería La Hebra”, Scalabrini Ortiz 400. En la dirección del cliente figura la mía. Nunca estuve ahí. No compré nada. ¿Qué es? ¿Quién la dejó ahí? Desde que empezó la cuarentena, nadie entró en mi departamento: solas Miau y yo. 

¿Podría ser que se haya caído de una de las bolsas que me manda mi mamá con comida? Le hablo y me dice que a ella le hubiese gustado tener algo de lana para entretenerse en estos tiempos pero que no ha podido salir.

Llamo a mi amiga Mariti, me va a ayudar a pensar. No tiene idea cómo esa boleta llegó ahí. También me dice que no sabe tejer y que va a ir por su barrio a comprar lana y va a aprender por Youtube.

Apago la TV, miro de nuevo la boleta y decido ducharme e irme a la cama. De repente, cuando estoy bajo el agua recuerdo que hoy en el medio de una videollamada me pareció escuchar que se golpeaba una puerta, pero a veces dejo la del balcón abierta para que salga la gata. Me apuro a terminar y, envuelta en la toalla, compruebo que la puerta está perfectamente cerrada, hasta con llave. Sin embargo, la de calle, que esta siempre cerrada, no tiene puesta la llave ni el cerrojo. Pongo llave y traba y me voy a dormir. 

Es una forma de decir. Algo me inquieta, no logro un sueño tranquilo, las cuatro, las cinco, las siete. Finalmente, debo haberme dormido. pero de repente despierto con el timbre de la puerta. Cuando llego, ya no se escucha nada, pero Miau está sentada mirando hacia afuera. Por la mirilla no se ve a nadie. Entonces veo un papel en el piso: “Rosi, tengo un paquete para vos abajo”.

Cuántas veces le he dicho al encargado que no reciba nada, que yo bajo. Pero recuerdo que yo no pedí nada. No espero ningún paquete. Me visto y voy a pelearme un poco con Rubén. No me da tiempo, me ve y saca de un estante de su escritorio un rollo tejido, de lana, sujeto por una cinta de papel madera que dice con letras grandes: ”Miau”.

Rubén, al ver mi desconcierto dice: “Tenía razón el tipo que vino, me dijo que este regalito te iba a enloquecer”.

El ticket - Silvia

La gente se conoce en las redes sociales. En pandemia, con aislamiento, posiblemente haya pasado a ser casi un excluyente modo de alternar para personas solteras –o no– y jóvenes –o no–, con las ganas que tiene la gente de relacionarse.

Más allá de las aplicaciones ad hoc, para quien busca, también pasan cosas en las otras redes, en las que participamos para informarnos, para leer lo que dice gente que opina igual que uno gracias a un ecosistema que vamos armando a través del mecanismo de “seguime/te sigo“, “bloquear o silenciar“.

Lo cierto es que en Twitter está llegando la primavera. Algunas de las cuentas, que desde hace poco más de un año suelo ver a diario, empiezan a revelar los enamoramientos que les “mejoraron la cuarentena“. Son gente joven y desconocida, todos. En general no leo a los “twitstar“ y los mediáticos se hacen ver más en Instagram, así que me ahorro sus acaeceres.

J, muchacho de la costa patagónica, desde hace unos días le cuenta a quien lea que le empezó a gustar alguien. Luego, uno chusmea las respuestas y atando cabos intuimos quién puede ser. Un par de días después comparten el embeleso casi adolescente del enamoramiento.

Él está allá en el sur. L no sé de dónde es porque no lo dice su perfil, probablemente del AMBA: la Amorfa Buenos Aires. Quieren poder viajar, para traspasar el plano virtual. Por ahora no pueden. Ayer fue el cumpleaños de J. En su cuenta se vio la foto de un envío que recibió con un montón de primores comestibles y para brindar y adornos de corazones. En la casa de L se ilumina la pantalla del celular que está apoyado en la mesa ratona. Mensaje de correo electrónico: “Mercado Pago, se acreditó tu pago, para descargar tu factura etcetera, etcétera“.

El amor en los tiempos del corona.

El ticket - Stella

Sola, cansada, enojada. El televisor me llamaba así que lo prendí y apoyé mis pies sobre la mesa ratona mientras me adormecía.

Una música estridente me despabiló: era un programa de televisión. Miré sobre la mesa y descubrí un ticket de una casa de moda de la cual moría por ser cliente. Me pregunté cómo había llegado hasta allí...

Mil conjeturas, ninguna válida. Hasta que recordé la visita del abogado y allí sí me hice la película: qué si a su mujer, a su hija, a su amante...

Comencé a reírme sin parar sabiendo que no tendría respuesta a mis preguntas porque lo había echado casi como una loca de mi casa. Había cambiado de abogado.

El ticket - Emiliano

¿Qué puede decirse del matrimonio que no haya sido dicho?

El matrimonio es una lotería.

El secreto es la tolerancia.

Que no griten los dos al mismo tiempo.

Algunos humoristas dicen que algunos matrimonios terminan bien y hay otros que duran toda la vida.

Los hay quienes se preguntan porqué algunos matrimonios duran tan poco y no por qué otros duran tanto.

También los hay quienes aseguran que un matrimonio dura si el liderazgo lo ejerce la mujer y el hombre no se lo disputa. 

Yo soy uno de los que optó por esta solución y me fue bien. Cuando mi esposa falleció, me costó mucho decidir qué hacer de mi vida, ya que complacerla en todo hasta me había resultado cómodo: ni siquiera tenía que pensar. No obstante, había en ella algo que me pesaba y era su obsesión por la contabilidad hogareña. Guardaba en una carpeta ordenadora los tickets de cuanta compra realizaba por insignificante que fuera y, no conforme con ello, lo pasaba a un cuaderno contable. 

Cuando nos dejó, asumí la responsabilidad de hacer todo lo que ella me pedía tal y como si viviera. Pero, como bien dicen que nadie puede sentirse obligado a hacer lo imposible, a los pocos días tomé la carpeta repleta de tickets y el cuaderno para arrumbarlos en la baulera. Ahora me sentía liberado y cada vez que iba de compras me cuidaba de deshacerme de los tickets de modo que después de la partida de mi esposa no había ninguno en casa. Una noche, mientras trataba de concentrarme en una película que proyectaban por televisión, me pareció ver un papel sobre la mesita. Era un ticket, que no solo tenía la impresión del negocio en el que se había efectuado la compra, sino la fecha y la hora de la operación. Todo coincidía con el fallecimiento de Nelly. Corrí hacia la baulera, rescaté la carpeta y el cuaderno y me hice cargo de la contabilidad. Todo por complacerla.

Los tickets - Fabiana

Hace un par de meses, me vine a vivir al sur, huyendo de  la ruidosa ciudad. Aquí las noches de invierno son largas, a veces larguísimas, pero no son nada comparadas con las noches inquietas y los sueños aterradores que sufría en aquella ciudad que me llevaba a una infancia llena de violencia, con habitaciones que me recordaban una y otra vez los golpes de mí padre. Ese hombre dulce y cariñoso, que jugaba conmigo, se había transformado en un monstruo desde la muerte de mí madre. El alcohol lo enceguecía, lo aturdía, lo volvía violento.

Recuerdo como mí último día feliz con él, aquel en el que llegó a casa con tres tickets para ir al Circo Rodas. Le había rogado que me llevara. Fuimos los tres. Mis ojos de niño de cinco años llenos de asombro, la sonrisa luminosa de mí madre y el orgullo de mí padre llevándome de la mano y abrazándola a ella.

Después de ese día todo fue caos, quedamos solos, sin las manos amorosas de mí mamá. La casa estaba siempre desordenada, la ropa sucia, la heladera vacía. Comíamos comida envasada y, alguna que otra vez, fideos, cuando mi padre se acordaba de mi existencia. Aunque, para ser franco, prefería que no se acordara, porque sentía que mí pequeño cuerpo no resistiría un golpe más.

Siento culpa por pensar que fue un alivio para mi ese accidente que terminó con la vida de quien era mí calvario.

Como les decía, me vine a vivir hace dos meses a una cabaña alejada, cuyas paredes crujen cuando el viento sopla. Acabo de darme un baño y me dispongo a mirar una película desde la cama, pero antes me dirijo a la cocina para prepararme un café. Siento pasos detrás de mí, giro pero no veo a nadie: "es mí cabeza que imagina".

Tomo una bandeja, coloco la taza en el centro, voy a la heladera a buscar una barra de chocolate, está por la mitad, pero no recuerdo haberla comido. Vuelvo para recoger la bandeja, la taza se encuentra sobre la mesada. Estoy solo, pero alguien se tomó la mitad de mí café. Un escalofrío recorre mi cuerpo.Trato de ahuyentar los malos pensamientos. Me voy hacia la habitación, apoyo la bandeja sobre mí mesita de luz y allí están...

Mí corazón late, desbocado.

Tres tickets que rezan:

         " Circo Rodas'

           20/3/1999

           Platea 3B

Al lado de los tickets, la otra mitad de la barra de chocolate.

Con mis manos temblorosas, tomo los tickets. Detrás, con letra clara, se lee una sola palabra: PERDÓN.

Nunca más crujió la cabaña, pero cada tanto aparece sobre la mesita de luz una barra de chocolate.

Fotografías - Silvia


Durante exactos treinta años, ver Granaderos me resultaba más o menos habitual. Una de las cosas que tiene trabajar en Plaza de Mayo: el paisaje cotidiano parece ilustraciones del manual de primaria: granaderos y frailes, Cabildo y Pirámide de Mayo.

Desde la casa de gobierno (el Regimiento de Granaderos a Caballo es Escolta Presidencial) parten cada dos horas (las impares), desde la mañana temprano hasta la noche, y recorren marchando los doscientos metros para reemplazar a quienes se encuentran en el mausoleo de la Catedral, venerando.

Hace algunos años, empezó a circular una historia acerca de los últimos siete integrantes del regimiento creado por San Martín. La aparición casi fantasmal y la vela cuando llegaron los restos del Libertador para después volver a perderse para siempre me conmueve cada vez que vuelvo a escuchar el relato. 

La historia asegura la llegada a Buenos Aires del vapor Villarino en 1880. La presentación de los siete granaderos a casi sesenta años de sus últimas gestas no sé si es leyenda o historia rigurosa y otro conflicto empírico que tengo es que yo cuento cinco. Lo cierto es que después de conocerla casi siempre que me los cruzaba hacía parte del recorrido con ellos recordando a aquéllos.

Fotografías - Osvaldo



SENSACIONES

Estoy en la Falda, Córdoba, mi lugar en el mundo. Mientras tomo mate, observo desde una de las ventanas de mi casa el paisaje Serrano y lentamente empiezo  a pensar.

Hoy, lunes, un nuevo día de vida, porque cada uno es un comienzo. Tengo la gracia de un día más para disfrutar esta mañana de nubes y sol, como si fuera la primera, la única...

Me dejo envolver por los sonidos, los silencios, los colores, los olores de la tierra y el pasto mojado por el rocío. Me dejo llevar por la vida, participo de la creación. Y doy gracias porque puedo hacer y dar, porque mis sentidos captan la magnificencia infinita de estar vivo. El tomar conciencia de todo esto eleva mi espíritu, me aparto de la tristeza que siento por tantos hechos, tantas cosas dichas, me reencuentro con un poco de mi paz.

¿Por qué olvido a veces lo que es importante? 

La paz es algo real, verdadero. ¿Por qué muchas veces la olvido si está dentro mío?

Fotografías - Claudia



Su silla, su rincón favorito. Él decía que tenía una vista general de nosotros, de frente a mi madre ocinando, sentada en el suelo yo estudiando y a la derecha a mi hermano haciendo un resumen para la facu.

Era bravo el viejo. Recuerdo la vez que dejó atado a Juanjo, toda la noche, a la escalera que llevaba a la terraza. Mi hermano tenía 11 años. Le llevó años volver a dormir sin luz. 

Después del cuarto ACV cambio su lugar en el mundo. Era mi papá y también un usurpador desconocido. La sombra del futuro que había decidido regresar. Hoy, dos años más tarde, tiene una vista panorámica de todo el mundo.

Fotografías - Ma. Teresa




El primer amor

Dicen que el primer amor es el que te marca.
Personalmente, así fue. Conocí a Miguelito cuando nos mudamos a nuestra primera casa, en San Antonio de Padua. Los terrenos donde mi papá construyó habían sido anteriormente quintas y se podían ver por todos lados los lotes llenos de flores. Mamá nos enviaba a mi hermana y a mí a recoger flores todos los días, en casa siempre había un jarrón con flores en el centro de la mesa de la cocina.
Miguelito siempre estaba en la vereda, jugando a las bolitas, pero yo me daba cuenta de que nos observaba de reojo, siempre. El juego era simplemente una excusa.
Un día me animé y me acerqué a saludarlo. 

—Hola, me llamo Clara y mi hermana Luisa. Y vos, ¿cómo te llamas?  

Se puso colorado, era tímido. 

—Me llamo Miguelito —respondió. 
—¿No querés que vayamos juntos a recoger flores? —le dije 
—Y bueno —respondió— pero primero debo pedir permiso a mama. 
—Sí, claro, aquí te esperamos.

Al rato salió y desde ese momento, juntos, cada día, salíamos los tres a recoger las flores. Cuando teníamos un buen ramo cada uno, él me regalaba las que había recogido. 

—Gracias, pero llévaselas a tu mama 
—No le gustan las flores. Además, las junte para vos

Y salió corriendo 

—Bueno, gracias 

Mi hermana me miraba y sonreía

—¿De qué te reís, tonta? 
—¿No te das cuenta de que le gustas?

No supe que responder, también me gustaba.

Un día llego un enorme camión de mudanzas y se estacionó frente a la casa de Miguelito. Mi corazón se detuvo casi. Se marcha, pensé, y no lo voy a volver a ver. Entonces lloré.

Miguelito se acercó a mí. 

—Nunca te voy a olvidar —me dijo y me robo un beso en la mejilla. Lo abrace fuerte.

Desde ese día, no volví a recoger flores, lo hacía mi hermana. Me sentía triste.

Pasó el tiempo, terminé la escuela primaria, luego la secundaria y llegaría el tiempo de elegir carrera universitaria. No sé por qué motivo, o sí, quise ingresar a la escuela naval. Tal vez con la esperanza de que, en algún lugar lejano, encontraría a mi Miguelito. Pasaron muchos años, me decía Luisa. Tenía razón. De todos modos, ingresé a la escuela naval. Y llegó el día de mi viaje de bautismo. Para mi sorpresa, el capitán se llamaba Miguel. Coincidencia no era: mi Miguelito. 

El viaje duró seis meses, un país más bello que otro y el regreso. Ya era otra persona. Me sentía feliz. Me esperaba Luisa junto a su novio, un joven bien parecido y muy simpático. 

—Te presento a mi hermano —dijo. 

Luisa me miró. Increíblemente, en ese momento me enamore de él y en menos de un año estábamos casados, rumbo a España, de Luna de miel. 

Tuve tres hijos, abandoné la carrera naval, vivía feliz junto a mi esposo y mis hijos. Pero como no podía ser de otra manera, mi primer hijo de llamó Miguel. Era un hermoso recuerdo. Pero solo eso, mi primer amor.

Fotografías - Emiliano

LA BICI

(A propósito del relato de Fabiana y en referencia a su hijo dijo que mide 1.80, yo también; que era Profesor de Educación Física, yo también y que era joven, yo tampoco) 

Tal vez por mi profesión, un día cualquiera se me ocurrió investigar cuál era el secreto que había que observar para aprender a andar en bicicleta. Me resultó muy fácil ya que era un problema físico: el centro de gravedad debe caer siempre sobre la base de sustentación. Esto, traducido al idioma infantil, es tan sencillo como decirle al alumno "doblá para el lado que creés que te vas a caer". Con este elemental principio le enseñé no solo a mis hijos sino a muchos de sus amiguitos. Fue tal la fama que adquirí que en una ocasión una familia acomodada me contrató para enseñarle a un niño que no aprendía. Por suerte mi método volvió a tener éxito y me pagaron muy bien. Luego siguió mi nieta (hoy tiene 14 años). Pero el peor fracaso me esperaba agazapado: cuando su hermanito Francisco cumplió los cinco, lo tomé como alumno pero no hubo caso. Acudí a todos mis conocimientos y experiencias reunidas a lo largo de años, pero esta vez no funcionó. Arrumbé la bici y me rendí. No me causó ninguna gracia, pero acepté mi fracaso. Siempre creí que la bicicleta era uno de los inventos más ocurrentes de la humanidad, y por eso mi apego a ella, pero así estaban las cosas. Mi dolor era grande ya que se trataba de mi nieto (solo tengo dos). Hoy en ocasión del día del niño me visitó y miren lo que pasó.

 




Fotografías - Lilian

 


La vida ha sido conmigo tan generosa como complicada. Lo bueno es que voy haciendo balance y no me va tan mal.
Por eso elegí esta foto del mar, empecé a sentir noticias de los estragos de la pandemia mientras estaba disfrutando estos azules intensos y el agua calentita con plena conciencia de estar inmersa en una especie de paraíso que no dura mucho.
Entonces, para prolongar esta dicha, se me ocurrió tomar una lanchita bastante precaria e ir hasta un lugar mas lejano para hacer snorquel y ver peces de colores. Todo fue como estaba planeado, salvo que a la vuelta empezó a llover tipo diluvio y cuando quise bajar de la embarcación, que estaba toda mojada, resbalé, me caí y me hice varios rasguños y lastimaduras.
Esta foto la tomé al día siguiente, mientras mi marido seguía disfrutando del agua y yo, con vendas y algunos dolores, tomaba fotos para el recuerdo.


Fotografías - Lilian

 


Emi

Entre las muchas fotos que tienen un gran significado para mí, que atesoran momentos con personas, lugares o situaciones que me han traído hasta estos días, elijo esta foto de Emi.
La sacamos en junio, el día que nos reencontramos después de tres meses de videos y pasadas rápidas detrás de la ventanilla del auto. ¡Cuánta emoción! ¡Cuánta alegría de las dos! Me está mirando a mi, con esa complicidad que siempre soñé tener con mi nieta y que se nos niega cuando no podemos vernos y ni tocarnos.
Después de algunos encuentros, volvimos a no vernos porque los padres tienen que cumplir obligaciones profesionales y han tenido que recurrir a la ayuda de alguien para que juegue con ella (el maternal no existe más) y eso implica un riesgo para los abuelos, o sea para mí. 
Nunca se me ha dado mucho la matemática, pero creo que cinco meses en los 20 de Emilia son un porcentaje muy alto, que no debe entender mucho cuando nos ve a través de la ventana con barbijo y que no le hago “upa”, que no la beso. Y a mí, de a poco, se me va haciendo un nudo grande en el estómago que trato de compensar mirando su sonrisa en esta foto, escribiéndole y dibujando un cuento más, un juguete con cartón y pensando que todo va a estar bien.

Fotografías - Dora

 




¡Oh, no! El reloj y son las 2 am de la madrugada, al día siguiente debo levantarme temprano.                Estoy durmiendo y, de repente, me despierto a las 3 am. Siento que no puedo dormir más. Me ha pasado con mayor regularidad en cuarentena. Leo en las redes que la mayoría de la sociedad se está quejando de estos episodios de insomnio. Parece que estamos durmiendo menos.  
Me siento cansada, irritada o que no puedo conentrarme fácilmente. La pandemia me ha causado noches largas, mañanas agotadoras y días interminable.           
Bueno,  ¡¡¡basta de pálidas!!! Trato de que el día sea más agradable. Nunca me imaginé que iba a entrar al boom de la cocina casera, ni imaginarme que iba a amasar pan. Lo mío nunca fue la cocina. Tenía que alimentar a mi familia, lo hice con mucho amor, cuando invitaba amigos, tiempo pasado.                  Ahora, como les comenté, hago pan, biscochuelos y budines para mis adorados nietos.

Fotografías - Fabiana



A veces creemos que nuestros hijos serán nuestros para siempre.

Tal vez deberíamos prestar atención a los días "ordinarios", esos que comienzan con pan tostado y terminan viendo películas.

Entre ellos, están los días en que mis hijos jugaban a la carpita, comían helado por los cachetes y jugaban en las hamacas. Tardes con manguera y barro, amasando pizza, que terminaban en mi cama, en noches de cine con pochoclos.

Cuando mi primera hija, Yamila lloró en la puerta del jardín, pensé que siempre lloraría al separarse de mí. Pero todo sucede por etapas y a su tiempo. Entonces los problemas me parecían enormes: las otitis supuradas de Lucas, el partido perdido de fútbol, las peleas entre hermanos por celos, las tareas del colegio. Pero en general, el mundo en que vivíamos y la familia que construimos hizo sentir que la infancia era sólida y duradera.

Lo más lindo de esa etapa fue acunarlos en mis piernas cuando olían a perfume de bebé y a pelo recién lavado. El beso, los cuentos, sobretodo el de Caperucita que Yamila me hacían repetir una y otra vez porque yo le había cambiado el final: "Abuelita, qué dientes tan grandes tienes, para comerte...", ¡¡y ahí venían las cosquillas de mamá!! No olvidaré mientras viva sus caritas esperando que llegara esa parte para que les besara la panza. A Lucas le gustaba el de los tres cerditos y se reía cuando el lobo le soplaba la cara. Y dejarlos en su cuarto era por poquito tiempo, porque siempre amanecían en el nuestro. Me preocupaba que si no les leía un cuento antes de dormir, no los motivaría a leer, y me entristecía si discutían por el turno del juego como si fueran a pelear por el resto de sus vidas.

Todas las etapas llegan a su fin y la pelota dejó de volar por el jardín. Los juegos de mesa se llenaron de polvo. Regalé la bañera de plástico, la sillita de comer, el andador, el tobogán. La puerta del cuarto, que siempre estuvo abierta, de pronto se cerró. Un día, al cruzar la calle, estiré el brazo para alcanzar la manito que siempre estuvo ahí para agarrar la mía y mí bebé de trece años caminó un par de pasos atrás, pretendiendo no conocerme. 

El hijo que cargué y cuidé se ha transformado en un joven de un metro ochenta. Me pregunto si lo estaré haciendo bien, pues ya no hay marcha atrás. Las charlas de sobremesa me asombran, escuchar sus opiniones, defender sus ideas. Hago lo que puedo, como puedo: lleno el freezer, negocio permisos, dejo de asistir a los partidos e ignoro el cuarto desordenado.

Aprendí a usar el celular para hablar con ellos. Rezo por ellos. Mis noches de sueño son noches de alerta. Me hice experta en leer entre líneas, en interpretar miradas. Me preguntan "¿puedo, ma?" y de pronto estoy de frente a una verdad que sabía desde hace tiempo y no quería enfrentar. Ahora mis bebés no necesitan ni que le prepare la mochila, ni que les cierre la campera. Sólo necesitan mi confianza, mí apoyo, mí amor incondicional. Sigo besándolos aunque tenga que ponerme en puntitas de pie para alcanzarlos, sigo rezándole al ángel de la guarda para que no deje solos a mis bebés ni de noche ni de día .

No puedo cambiar el crecimiento de mis hijos, pero puedo cambiar mí actitud ante ello, en vez de decir lo que deberían corregir, pienso en lo superado y logrado por cada uno. Abrazo a mí pequeño de 1.80 metros de estatura, a punto de recibirse de profesor de Educación Física y a mi bella hija con su guardapolvos de maestra jardinera (los dos docentes: algo habré dejado en ellos) para decirles al oído que los extrañaré mientras salen a vivir sus vidas .

El torbellino de los cajones revueltos y las perchas caídas en la búsqueda de una remera al son de la música fuerte... Se van  yendo de la casa, reina una nueva clase de silencio. El litro de leche se vuelve agrio, la comida sobra, pero ya no tengo hambre. Nadie me pide que lo lleve a ningún lado.

Entonces miro a mi marido, sentado a la mesa de la cocina, que de pronto se hizo muy grande para dos, y me pregunto cómo es que todo pasó tan rápido. Mi biblioteca está llena de álbumes con veintiséis años de fotos: cumpleaños, vacaciones,  partidos, graduaciones y navidades. Sin embargo, los recuerdos que más deseo atesorar, los que desearía volver a vivir, son los momentos que nadie pensó en fotografiar. Esos ratos que pasaban a diario entre la cocina y mi cama. Desayunar en pijamas y acurrucarnos a ver una película al final del día.

Me tomó mucho tiempo darme cuenta, pero definitivamente el más maravilloso regalo que me ha dado mi familia, el que compone mi más grande tesoro, es el regalo de esos lindos y perfectos días "ordinarios".

En fin, estoy pensando qué regalarles el domingo, porque para mí fueron, son y serán eternamente mis niños...

 

Frase prestada - Lilian

 DELIRIOS DE CUARENTENA

 —Má, ¿a las cuatro buscas a Emi en el jardín?

—Abu, ¿me haces papas fritas?

—Amor, acordate que pasa el productor del seguro.

—Uuuh, ¿qué hago para el taller de Plástica?

—¡Ya son las 8 y no fui a comprar la espinaca!


Y de repente, el mundo se puso en pausa y yo también. 

Y tuvimos cuarentena por 15 días y por otros 15 y extendemos por otros 15 más… y van 145.

Salgo a caminar y ¡está todo tan raro! La poca gente con la que me cruzo va atrás de barbijos y máscaras transparentes. Esa mujer creo que es mi vecina de la vuelta y ese chico parece que me sonríe, pero no sé, no lo reconozco, ¿será un ex alumno? ¿Él me conocerá a mi? Es mi barrio de siempre, aunque ahora parecemos marcianos.

Lo bueno es que este sol me anuncia una primavera cercana y me distraigo contando flores, van 60 como las de Fernandez Moreno, pero sin balcones.

Vuelvo a casa y al cruzar el jardín percibo cierto aire misterioso, el cactus siempre tan derecho se ha retorcido y está como escondido detrás del pino. Sólo falta que encuentre un elefante en el armario. Respiro profundo, inflo el pecho, cierro los ojos y atravieso la pared.


—Abu, ¿jugamos a la casita?

—Dale, ¿somos dos amigas tomando el té?

—Sí, yo te sirvo. ¿Querés budín de manteca o de terciopelo?

Frase prestada - Ma. Teresa

Él leía tranquilamente un libro, sentado a la mesa de un salón de té, en París.

La camarera se acercó, para entregarle la carta:

—Estoy para servirle, cuando esté listo para ordenar, sólo levante la mano y vendré —le dijo atentamente y se retiró.

Francis se quedó observando a la hermosa joven, totalmente fascinado por su rostro y su voz. Cerró el libro, lo puso a un costado y tomo la carta, decidido a ordenar lo más rápido posible. Levantó la mano y, en pocos minutos, la muchacha estuvo a su lado, tal cual le había dicho.

—¿Le sirvo? 

—¿De manteca o terciopelo? —respondió Francis

—No entiendo —obtuvo como respuesta.

—Sólo intento saber cómo es tu piel, si de manteca o terciopelo.

—Tan solo ordene señor, y no se burle de mí, por favor —dijo la joven ruborizada por las palabras de Francis.

—Jamás me burlaría, lo juro, ordenaré tan pronto me respondas, hablo en serio. Si imagino tu piel de manteca, te derretirías entre mis brazos al besarte, más de mil veces. En cambio, si fuera de terciopelo, suave y cálida, trataría de que fueras tú quien me abrace y poder pasar así muchas horas, mientras me acaricias, hasta dormirme.

Las palabras de Francis, emocionaron a la bella joven. Bajó su cabeza y sólo atinó a decir 

—Mi nombre es Charlotte señor, le agradezco sus palabras. ¿Está listo para ordenar? 

—Sí, lo estoy, pero tan solo si me acompañas —respondió Francis.

—Imposible señor, estoy en horario de trabajo, no me lo permitirían —fueron las palabras de Charlotte.

—Entonces volveré mañana o cuando puedas sentarte a compartir mi mesa

—Aquí no, tal vez luego en el barcito de la vereda de enfrente, termino a las siete

—Allí te espero entonces, no me falles

Y así fue como se encontraron a la hora acordada Charlotte y Francis, en aquel barcito, en una mesa ubicada en la vereda de la calle principal del centro de París.

Tal vez esta sea una historia más, de las tantas que se contarán los viajeros en una ciudad tan cautivante como París. Lo cierto es que aquella tarde, la pareja encontró el amor de una manera muy simple, en un salón de té, con una simple pregunta: "¿De manteca o terciopelo?". Supe con el tiempo que nunca se separaron, que recorrieron París tomados de la mano y que, al despedirse en aquella primera cita, Charlotte respondió "de manteca, señor".


Frase prestada - Darío

Es un día en que el sol está radiante en la ciudad Folux. Ahí vive una joven llamada Dula, una dama que es empresaria. Cerca de allí, vive un hombre que se llama Bexley, que también es empresario y es compañero de trabajo de Dula, pero en la empresa solo hablan de trabajo. A ella le gusta bailar y a él le agrada mucho el fútbol.

Ellos se llevan muy bien, tanto que incluso van a tomar algo a un bar después de la jornada laboral. En ese momento, charlando sobre la vida cotidiana, se dan cuenta de que tienen muchas cosas en común, eso es muy bueno. Más tarde, al salir del bar, se encuentran con una persona conocida de la empresa con la que no se habían comunicado entre ellos hasta el momento. Se saludan y él se presenta ante ellos: "Me llamo Óton". Se quedan charlando un rato. Luego, se separan y se va cada uno a su casa. Es tarde y de noche.

Al día siguiente, se juntan en el mismo bar con Óton, toman algo y hablan sobre sus vidas. Empiezan a conocer los gustos de él, se dan cuenta de que no hay muchas cosas en común, pero a pesar de eso se llevan muy bien, se relacionan como amigos. Después de un rato de estar en el bar, Dula los invita a su casa y ellos aceptan.

Llegan al domicilio, toman algo, charlan y un rato después Óton dice que se tiene ir porque tiene que hacer algo. Dula le abre la puerta y él se va. Horas después, Bexley le agradece a ella la invitación, dice que es muy tarde que se tiene que ir, ella lo entiende y Bexley se va.

Dos días después, Dula al salir de la empresa le propone a Bexley tener una relación amorosa de noviazgo, él acepta, ella se pone muy feliz y le agradece. Un mes después y viendo que la relación va muy bien, Bexley le propone a Dula mudarse para convivir juntos, ella acepta.

Un año después, se dan cuenta de que se llevan muy bien en la convivencia también, entonces Bexley le propone casamiento con un anillo de diamantes que saca de uno de sus bolsillos y ella acepta. Siete meses después, llega el día del casamiento y al terminar la boda se van de luna de miel a Miami.

Al llegar, consiguen un hotel 5 estrellas, en el cual los servicios son muy buenos. Lo único que es muy raro es que no tiene un balcón. Se quedan dos meses allí y la pasan muy bien.

Finalmente, al volver, deciden empezar proyectos nuevos de trabajo juntos ya que antes de la boda renunciaron a la empresa en la que estaban, pero al poco tiempo terminan discutiendo sobre ese tema porque no se ponen de acuerdo en qué parte debería hacer cada uno. Entonces deciden trabajar cada uno por su lado. Al ser así, todo va bien pero al tomar caminos distintos no se sabe con qué se pueden encontrar en el medio, eso es impredecible. Bexley estaba trabajando, pero se sentía triste porque lo ideal no era esto sino proyectar junto a su esposa. Eso le afectó en el ánimo y ya no tenía tanto entusiasmo al estar solo. Pocos días después, se dieron cuenta de que sus proyectos fracasaban.

Luego buscaron hacer otro proyecto muy diferente al anterior y, a pesar de eso, en él sí estaban de acuerdo y lo podían hacer juntos como lo habían pensado. Entonces, se pusieron muy felices y al estar juntos se entusiasman mucho más. Poco tiempo después, tuvieron mucho éxito.

Frase prestada - Norma

Ayer estaba en el jardín con un libro muy interesante, abstraída en su lectura, cuando un movimiento fugaz atrapó mi atención. Ya había percibido ciertos rumores extraños. Pero pensé en un primer momento: "Estoy alucinando. Imposible que suceda algo así. Estoy sola, ni siquiera se mueven las hojas".
Decidí entrar para observar desde la ventana que sucedía. Asombrada, vi cómo las pequeñas macetas se escondían asustadas de las altas sombras que se extendían sobre ellas, quizás amenazantes o, tal vez,  protectoras del sol, del viento, de las intensas lluvias. Más sorprendida quedé cuando, luego de un rato de idas y venidas, saltos sorpresivos y una danza espectacular entre las aromáticas y los rosales todo volvió a estar en calma. 
Un día de estos voy a compartir una hermosa aventura en el jardín de mi casa. Quizás invite a mis perras.

Frase prestada - Claudia

Siempre pensé mucho. Era para mí, un ejercicio vital, al igual que correr para los runners. Mi mente se llenaba de preguntas, dudas, ideas de todo tipo y, de tanto hacerlo, terminaba con dolor de cabeza. Con los años, me di cuenta de que sólo soy del tamaño de un grano de arena y el océano a mi alrededor me devora de a bocados. Luché mucho tiempo con fuerza y, con dolor, supe que perdería. No sabía cómo escapar,  decidí rendirme. Más tarde llegó la añoranza, entonces cerré los ojos y atravesé la pared.

Frase prestada - Fabiana

Polo vivía en Argenlandia, una tierra llena de paisajes coloridos, paradisíaca, con ríos cristalinos, rodeada de montañas y verdes valles. Pero Polo no era feliz porque vivía encerrado en una jaula, era el elefante del circo Covid. Allí los animales estaban todos en jaulas, solo salían para trabajar en el momento de la función.

Polo observaba el cielo celeste y soñaba con ser pájaro, ellos sí sabían de libertad. "¿Para qué vivir en un país tan bonito si no podemos bañarnos en el agua del río, ni disfrutar de la sombras de sus árboles, ni caminar por los senderos llenos de flores de colores?", se preguntaba Polo.

Un día, el elefante se despertó y vio que su jaula no tenía el candado. Con su gran pata la abrió y empezó a correr. Pisó la tierra húmeda, sintió el aire acariciar su piel áspera y rugosa, el calor del sol le hacía cosquillas en las orejotas... ¿Sería eso la libertad?

Corrió y corrió hasta llegar a una casa con un jardín lleno de árboles frutales y de flores. Se podía ver una huerta repleta de verduras. Polo comió un par de hortalizas y despacito entró a la casa. Al principio, rompió varios floreros y algunos muebles, hasta que se acostumbró a caminar haciéndose chiquito, como le había enseñado a fuerza de golpes, gritos y varias cicatrices el dueño del circo para que aprendiera a entrar en esa diminuta caja de cristal, solo para que los espectadores chocarán sus manos y se rieran de él.

Así, haciéndose pequeño, entró en el placard y, así, fue cómo Laura, una niñita de rizos y grandes ojos negros, lo encontró. Al principio, la niña no salía de su asombro, no es común encontrarse un elefante de ojos tristes en el ropero. Primero sólo gritó, luego empezó a acariciar a Polo y al poquito tiempo, como solo saben los niños y los animales, ya se querían y eran amigos.

El elefante le contó que él quería ser libre. Recordaba sus primeros años en la selva, rodeado del cariño de su madre y sus hermanitos, cuando vivía en total libertad. Esa palabrita que solo cobra sentido cuando la perdemos, ese derecho a vivir sin pedir permiso, experimentando sonidos, olores y sabores, equivocarse y ser responsables del error, elegir amigos y enfrentar enemigos. Laura entendió a Polo, ella hacía cinco largos meses que vivía encerrada en su casa sin poder ver a sus amigos, a sus adorados abuelitos y a su dulce seño Margarita y sin poder ir a la plaza , todo por culpa de un virus .

Así fue como los dos se unieron para romper las cadenas de la esclavitud. Laura llamó a su tío preferido, Fabián, que era veterinario, para que los ayudara. Fabián usó sus contactos y con la colaboración de algunas personas de corazón tan grande como el elefante Polo, movieron cielo y tierra para que éste regresara a la selva y lograra ser libre.

Actualmente, Polo vive feliz con sus amigos en su hábitat natural y Laura sigue esperando que algún día el virus decida irse y se abran las puertas para ir a jugar.

Frase prestada - Dora

La tristeza que produce contemplar un edificio en el que no hay ninguna flor que adorne su fachada es una pesada realidad. ¿Por qué niegan la presencia de la belleza, la hermosura en sus balcones? La tristeza de la piedra, la falta de presencia de personas alegres....    
Los inquilinos de la casas quisieran tener al alcance de sus manos una pequeña copia de jardín. Es fácil adivinar quién no es capaz de apreciar la belleza de una pequeña flor. Tampoco podrá aspirar a gozar de cosas superiores y bellas en un grado máximo, cómo la música, la poesía y el amor.

Frase prestada - Osvaldo

AIRE CON OLOR A  TIEMPO

Jorge, Carlos, Milo y Leonardo salieron  a caminar como  todas las noches tres o cuatro kilómetros en línea recta. De pronto, como si fuera algo habitual, se encontraron en un largo camino rodeado de colinas que se divisaban en la oscuridad. Se aspiraba en el aire un olor a tiempo, podían sentir cómo una especie de nieve  muy fina caía, pero no se notaba en el suelo ni en las colinas, solo era una sensación. ¡¡O no!! 

Vieron emerger  una máquina, pero no, era algo con forma de persona. Podían oír su voz pero no movía los labios, igual entendían lo que les decía: ellos eran los elegidos para construir, con lo que encontraran en ese camino, algo grande para albergar poco más de 100 sobrevivientes  de un gran viento que arrasó  todo a su paso. Sintieron que eran provocados a hacerlo y comenzaron a buscar elementos. Encontraron ladrillos de vidrio color verde de formas extrañas y como transparentes, una especie de lava, piedras en forma y color carbón y un río (eso parecía) de donde emanaba un extraño vapor color rosado. Comenzaron a trabajar con todos esos elementos, guiados por esa extraña aparición que hablaba sin mover los labios.

La experiencia fue de tipo inmersiva, lúdica: diseñar, construir y pensar con las manos, sin dispositivos  tecnológicos, sin herramientas. Y ante los ojos de todos, comenzó a transformarse en una especie de gran arca transparente, verdosa. Eso sí, sin techo, dado que la voz así lo indicó, comentando que a ellos les gustaba ver el cielo con las estrellas y la gran bola de fuego que no era otra cosa que la luna. Los cuatro se dieron cuenta de que en ese lugar no existía el día...

Cada uno llegó, como todas las noches, a su casa. Al entrar, sus familias los esperaban, pero algo cambió en cada uno: cada noche, salían a caminar sin decirse nada, sabían que seguían pensando en aquello que había pasado. ¿O no había pasado? Y solo habrían imaginado una fantasía. Peroooo..., ese "pero" queda flotando en el aire, con olor a tiempo.

Frase prestada - Emiliano

Nací, me crié y aún vivo en la misma casa de siempre de modo que todos me conocen y, modestia aparte, no hay quien no tenga algo que agradecerme.
En aquellos tiempos éramos pocos y nos conocíamos todos. Ese día tuve la precaución de esperar que anocheciera para salir de casa y nadie me reconoció, de modo que pasé inadvertidamente a pesar de que la calle estaba colmada de gente.
Reconocer a alguien es cosa sencilla: el rostro, la voz, los gestos, el andar y qué decir si se trata de un hombre o una mujer, pero ese día me resultaba imposible. En un principio, me pareció hasta divertido pero con el transcurso de las horas me pareció que ya era demasiado. Una vez de regreso a casa llegué a una serena conclusión: "carnavales eran los de antes".

Un día en el inframundo - Norma

Una noche en la tierra de los muertos

Esto sucedía en la ciudad de Santa Cecilia, en Padova.  Marcela pensaba.

Ese día fue todo distinto. No entendía nada, pero quería irme lejos. No me sentía segura de todo lo que estaba por venir. Pensaba en los últimos finales, en todas las compras, en el arreglo del departamento. Me encantó desde el principio, pero lo había imaginado para mí sola. No quería compartir ni siquiera el baño, ni el balcón grande, aterrazado.  Podría tener un perro y  algunas plantas, no muchas.

Llamé a Vanina y le dije que necesitaba hablar con ella.  Vino rápido y solícita para apoyarme en todo lo que necesitara. Le confesé que no podía continuar con todo y que necesitaba hacer algo rápido, ya. Inventamos una historia, la pusimos en práctica. Y ya estoy en el otro mundo.

Mientras tanto, del otro lado de la ciudad, Giovanni...

Nervioso, de un lado al otro, parecía estar  esquivando bultos. Se sirvió un gran vaso de whisky y lo dijo finalmente: "No puedo seguir con esto. Mi libertad no tiene precio". Su amigo Enzo lo miró sin entender y le pregunto:

—¿Qué te pasa?  

—Muy simple: no me pienso casar. Quiero disfrutar mi vida de soltero, tener la vida que llevo ahora. Cada uno en su casa,  vernos siempre que queremos y hacer nuestra vida. Y cada uno de regreso a su refugio. Hay que pensar en algo. 

Y  lo  hicieron.

Al día siguiente, la familia y los amigos de ambos, Marcela y Giovanni, lloraban mientras recibían mensajes cruzados de los amigos y familiares.

Mientras tanto, Marcela, en la costa Dalmata, disfrutaba de una playa increíble con su amiga Vanina, pasando un día fantástico, alucinante. Por la noche, regresaban al hotel, porque pensaban salir a bailar. Al mismo tiempo, Giovanni y Enzo, en un lugar cercano a Portofino, se disponían a planear algún divertimento.   

En el mismo instante, ambos recibían la noticia de la muerte del otro. Marcela no podía creer semejante barbaridad, se sentía acongojada y muy triste, angustiada. Giovanni se sentía perdido, confuso, desesperado ante semejante noticia.

gicamente, ambos habían sido responsables de su propia muerte. Ambos habían decidido abandonar la vida, para no casarse. Habían querido librarse de una vida en común mintiendo. Pero ambos se sentían  tan mal que no sabían qué hacer. 

Pasaron dos días pensando en sus paseos, en sus viajes, en las horas pasadas juntos y cuánto habían  disfrutado todo eso. Era tanto el sufrimiento de ambos, que se hacía imposible continuar una vida normal. Pensaban en volver a ver nuevamente a su ser amado y la única solución era visitar ese misterioso lugar que existe y al cual...

Solicitaron visitar la tierra de los muertos: deseo concedido, chicos, vayan y disfruten.

El lugar estaba lleno de colores, la naturaleza era burbujeante, exuberante, misteriosa, pero no tanto. Caminando te encontrabas con gente amable, gentil. Nada que ver con los círculos tristes y amargados del Dante en La divina comedia, en donde se seleccionaban los pecados y se ubicaba a la gente por categoría.     

Giovanni entró por el sur, penosamente, pero se asombró de la alegría del lugar. Marcela, muy aconjogada, se asomó por el norte y observó todo con dudosa actitud. Se encontraron en el camino, se miraron a los ojos y fue tanto el amor que sintieron, que fluyó entre ambos. No podían hablar, sólo mirarse y darse cuenta de la estupidez que habían cometido. No hablar, no explicar. Sólo desaparecer. La ausencia es simplemente una negación. En ese momento solo pudieron mirarse. Apenas tomarse de las manos.

Cuando descendieron, si estaban arriba, o ascendieron, si estaban abajo, pudieron colmarse de abrazos, besos y caricias a granel sin explicaciones. Sólo después de un tiempo, ya repuestos pudieron reconocer sus acciones y comprender cuánto de bueno había  sido la decisión de ambos con esa noticia de muerte. Resurgir y tomar la vida con una nueva y absoluta decisión inquebrantable de continuar juntos en la ruta de la vida.


Un día en el inframundo - Osvaldo

Dulce encuentro con la muerte


—Tengo miedo. 

Ella no entendía.  

—¿Es que no me quieres tocar, entonces? 

—Sí, quiero. 

—¿Y por qué  no me tocas? 

—Porque tengo mucho miedo, sé cuáles son mis limitaciones, tengo miedo de perderme en tus ojos, de perder una parte de mi alma, en esos labios, en ese cuerpo tuyo, tengo miedo de sentir la necesidad de no dejarte ir, cuando sé bien que después de hoy tú te podrás ir y llevarte contigo mi corazón. Por eso tengo miedo y no tengo fuerzas para tanto.

Ella calló, él también. Ella se levantó de la cama. Él la miró más fijo, ahora con más miedo porque sabía lo que ella haría, pero ¿cómo oponerse? Ese poder no lo tenía.  Lo hizo tocarla, lo hizo levantarse y sujetó sus manos. Él sintió cómo sus yemas tocaban sus senos, su cintura, su espalda y su sexo. Él, extasiado, se sintió liberado. Ya podía ser autónomo. ¿Quién hubiese podido echarle la culpa por ceder?

Estaban acostados, desnudos. Él ya no se imaginaba ese calor que ella concentraba, no podía dejar de moverse, no quería, ella sentía el peso del cuerpo opuesto, en tanto él besaba su boca y su cuello, mientras apretaba su sexo contra el suyo. Entre tanto, el sufrir los mezclaba más y más en el esfuerzo.

Adi perdió el alma. Ya era tarde, la había perdido. ¿Quién hubiese podido culparlo? Su alma quedó en el cuerpo de ella, ¿y ella se iría? Eso no era certero, no se sabía.  Pero ya era tarde, él se había entregado y había partido a ese mundo desconocido. Pero ya, de todos modos, en eso no pensaba. Y ella esperaba. Quizá al alba permanecería allí acostada sin entender qué pasó, por qué  partió. Y quizá... quizá ya ella no se iría... quizá algún día ella lo buscaría en ese mundo que solo los muertos habitan.

Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...