Principio y final - Ma. Teresa

Tiempo en espera


Hubo un tiempo, a destiempo de todo lo lógico y racional. Y yo estaba allí. No sé desde cuándo ni cómo, tan solo allí estaba. Mis ojos asombrados, parpadeaban, goteaban sangre. Mis manos huesudas habían olvidado su función.

Todo era ilógico, surrealista, inquietante. Solo una flor, en medio de la nada, emergía de la ceniza amontonada contra el cordón de la vereda. Color purpura, con espinas, debía defenderse. La dibujé en una vacía pared, con un trozo de mi hueso calcinado, y me acurruque a su lado. Creo haberme dormido tratando de recordar, pero el recuerdo se hallaba escondido muy dentro de mí y no se animaba. Me dormí, mucho, mucho tiempo. 

Desperté con frío, una lluvia ácida caía incesantemente. Era el mismo, nada había cambiado, o sí, no lo sé. Comencé a caminar, alguien me siguió. Y otro, y muchos más, miles, todos vagabundos del tiempo. Tal vez, logremos convencernos de que nunca estuvimos aquí.


Principio y final - Lilian

Lita sabe que las mudanzas son difíciles, casi traumáticas, y ella lo está comprobando cada día que pasa. Después de 30 años viviendo en esa casa, ahora se ha mudado y a pesar de que fue una decisión pensada durante mucho tiempo, cada situación vuelve a ser nueva. En que cajón, estante o rincón habrá puesto “eso” que ahora se le escapa.

Hoy, por ejemplo, son las cartas que le escribió durante años su tía Claudia desde España. Las tenía guardadas en una caja en la que había puesto con rotulador negro “Claudia, Siete Iglesias”. 

Siete Iglesias era el pueblo de su madre, sus abuelos y de su tía. Ella se quedó allá y era la que mandaba las noticias de la familia a Argentina. Siguió haciéndolo cuando su mamá murió y fue agregando fotos y comentarios de todos los parientes que fueron pasando por ahí. En alguno de esos escritos le recordaba a Lita su visita junto a sus padres al viejo pueblo cuando era muy pequeña, también que la caída de su primer diente había sido ahí, que le gustaba correr y gritar por las callejuelas disfrutando del eco que se producía.

Hoy también está nostálgica y entonces recuerda que después de que falleciera su tía, la hija se había conectado con ella por Facebook. Había hablado de los pocos habitantes que quedaban en Siete Iglesias, que ellos conservaban la casa pero que estaban en tratativas de venta con un australiano, aprovechando que parecía haber una moda de comprar casas viejas por muy pocos euros. Entonces comentándolo con sus hijos, los muchachos se entusiasmaron y se fueron con Lita en busca, quizá, de ese pasado familiar.

El pueblo los recibió con esa chatura que ella recordaba, casi sin árboles, sin negocios, sólo los gatos y los techos de tejas musleras semiderruidos. A la pasada por Salamanca, su prima le había dado la llave y no le costó encontrar la casa. Cuando entraron, los hijos no podían creer que en esa pequeñez hubiese vivido tanta gente, que ese fogón hubiese alimentado tantas bocas. Entonces, le vino a la mente el recuerdo de dos fotos que había mandado Claudia: una, justamente alimentando el fuego con leña y, la otra, de una de esas paredes descascaradas en las que sólo se veían tres ladrillos medio sueltos. Impulsada por esa imagen, recorre las paredes y milagrosamente encuentra los ladrillos. Retira uno, su hijo le ayuda y saca los otros que están un poco más pegados.

Pero hay algo más, un pequeño sobre amarillento y sucio.  Cuando lo abren, encuentran un rulito y una vieja peseta con una notita: “Del Ratón Pérez para Lita”. Ella piensa: “de Claudia para Lita”

La emoción los ahoga y tomados de las manos salen los tres corriendo por las calles, gritando para que el eco les devuelva las risas y el viento les seque las lágrimas.

Principio y final - Emiliano

He aquí lo que ocurrió y ojalá así como soy de verdadero sean de crédulas las personas que se tomen la fatigosa tarea de leerme. 

No pocas veces tomamos un breve período de vacaciones en Cosquín. El hotel está construido en un extenso solar y alejado de la ciudad, de modo que organiza sus propias actividades recreativas para hacer de la estancia gratos momentos. Hace algunos años, hicimos una relación de amistad con un matrimonio (Ramón y Nena), un matrimonio grande que habían constituido cuando ambos habían enviudado. Con Ramón nos unía la pasión por el tango y a raíz de ello sosteníamos largas e interesantes charlas. Algún tiempo después volvimos a compartir otras vacaciones y una noche el hotel organizó un concurso de cantores y yo no dudaba de que sería el ganador, pero no fue así ya que el jurado votó por unanimidad a Ramón. Tuve que sobreponerme a ese "disgustillo" que afortunadamente fortaleció nuestra amistad veraniega. 

El pasado verano, y a pesar de que teníamos no uno sino varios proyectos, tuvimos repentinamente la necesidad de volver a Cosquín. Tomamos la habitación y bajamos a la confitería a tomar un café. Allí estaba Ramón pero ya no era el mismo: Nena había fallecido y él, gravemente enfermo, estaba al cuidado de una de sus dos hijas con un avanzado estado de gravidez. Su extremada delgadez no pronosticaba nada bueno (por su hija supimos que sus días estaban contados). Me tomé el atrevimiento de proponerle que cantara y la sorpresa fue mayúscula cuando contrariamente a lo que suponía aceptó de inmediato. Fue entonces cuando me atreví a ir un poco más adelante proponiéndole ensayar tres temas conmigo como a acompañante en guitarra. Los temas elegidos fueron "Barrio pobre", "Como dos extraños" y "Muñeca brava" y a escondidas empezaron los ensayos. 

Durante esos días el médico que lo atendía comprobó una mejoría en su salud, a pesar de que no estaba recibiendo tratamiento alguno, por decisión propia. Algunos días después, nos presentamos con gran suceso en el escenario del salón comedor una vez terminada la cena. Ramón falleció apenas unos días más tarde y la hija dio a luz un hermoso bebé. 

Los milagros no son más que fenómenos físico-naturales no explicados.

Principio y final - Fabiana

Ruidos de cadenas, olor a metal, oscuridad. El cubículo en el que estaba se sacudía a cada rato. No recordaba nada. ¿Tendría padres? ¿Alguna vez tuve amigos? "Me llamo Thomás" pensé. Era lo único que recordaba.

El cubículo se detuvo con un crujido. Pasó un minuto, dos, la oscuridad lo llenaba todo. Sentí un golpe. De repente, se empezó a disipar la niebla y allí estaban: niños de varias edades, de todas las razas, me miraban con ojos de hielo, sus expresiones eran iguales. Quise hablarles, pero no pude. De pronto, una "voz" ordenó:

—¡Cada uno en su puesto! 

Los chicos giraron sobre sus pies y, de forma mecánica, cada uno se dirigió hacía un sector diferente. No hablaban, no lloraban, no reían, no sentían, no pensaban...

Me llevaron a una especie de laboratorio. Allí había más niños, todos atados y estáticos, como yo. El olor a metal me dio náuseas. La "voz" nos recibió:

—Les damos la bienvenida. Les daremos un lugar para vivir, nosotros nos encargaremos de sus necesidades, no tendrán que pensar en cómo conseguir sus alimentos, disfruten.

Sentada a mí derecha había una niña que no dejaba de temblar. La miré y me devolvió la mirada. A mí izquierda había un niño más o menos de mí misma edad. Quise hablarles, pero la "voz" retumbó y no me permitió hacerlo.

Los niños con ojos de hielo nos dieron de comer. Creo que dormí, pero no sé cuánto, el tiempo no existía, no veíamos la luz del sol. Cuando abrí los ojos, vi al niño que hacía unos instantes estaba a mí lado enchufado a una máquina, una luz lo rodeaba y sus ojos se iban congelando.

Miré a la niña que todavía estaba a mí lado, los dos entendimos lo que estaba pasando, pero cómo escapar, cómo dejar de escuchar esa voz que nos adoctrinaba, que llenaba de palabras nuestro cerebro, cómo hacer para sacarnos las cadenas, cómo evitar que nos convirtieran en robots.

—Me llamo Roser, mis manos son más pequeñas que las cadenas —dijo. 

Me mostró sus manos libres y me ayudó a liberarme. Teníamos que convencer a todos de huir de ese lugar, teníamos que romper las cadenas que no nos permitían pensar. La "voz" era como una piedra que golpeaba nuestro entendimiento. Era correr o morir. Sabíamos que si seguíamos ahí dejaríamos de ser humanos.

¡Corrimos... corrimos para no morir!

Me pareció escuchar a Roser cuando me recordaba que los humanos somos seres sociales, que no estamos programados para la soledad, que necesitamos comunicarnos, dar y recibir.

Observé a Roser preparar el arroz con calamares con crema catalana, ella giró y me miró con los ojos encendidos. Después de comer, me fui a acostar. Antes de dormirme, conecté a Roser a su batería.

Principio y final - Dora

Rieles, vías, allí quedaron abandonados los vagones del Sarmiento. De lejos parecen esculturas inmensas, a veces fantasmagóricas. Derruidas, gigantes de acero, muertas. Dan la sensación definitiva del olvido en las injurias de tiempo y sus inclemencias. 

Amenazado el cielo, con los brazos enredados de cadenas, hasta oxidación. Numerosas tablas del piso han desaparecido y las que quedan, blanquean como osamentas de dromedario en el despierto y por los huecos, que dejan escapar un viento áspero, se escucha como chasquea el agua morena. 

Un chingolo salta de la polea, a un contra peso y no más sombrío que un pajarito revoloteando entre hierros inútiles. Y por dónde se mire, en torno de estos vagones, enfilados como condenados a muerte o patíbulos, no se comprueba otra realidad, que la paralización de la vida. 

En los carriles, las ruedas parecen, petrificadas, entre sus ejes, bajo las bóvedas de sus cuerpos piramidales.


Principio y final - Stella

Recibí su llamado e inmediatamente me puse en movimiento para averiguar cómo y porqué. Fui hasta su casa, pregunté a conciencia. Nadie sabia nada, todas sus cosas estaban en su lugar. Simplemente había desaparecido. 

No sabía cómo reaccionar... ¿Le habría pasado algo? ¿Se habría perdido? ¿O habría reaccionado, después de tantos años de lidiar con todos, de ser el paño de lágrimas de todos, de no sentirse querida sino usada como objeto, sin una muestra de cariño de ninguno de ellos?

Comencé a indagar por el barrio y cuando ya desistía, un niño me dijo que la vio subir, a la hora de la siesta, a un auto viejo de color azul. Comprendí todo, por fin se había decidido... había elegido a ese novio que nadie aceptó por distintos motivos, todos egoístas. Me sentí feliz y tranquila. Estaba peleando por su imposible. Se estaba jugando por ella.

Principio y final - Silvia

Creo que viajar podría estar un tanto sobrevaluado. La gente suele destinar bastante plata yendo tras ese anhelo y se endeudan más de una vez. Quizás por eso necesitan comunicar a propios y extraños que estuvieron en tal y cual lugar, aunque no venga al caso, o imponerlo como punto de referencia de cualquier tópico que se esté tocando (el transporte público está entre los preferidos). No está mal, es una manera de paladear una y otra vez los momentos vividos, como una suerte de recupero del gasto.

Los bares, fondas y tabernas son uno de los refugios favoritos del viajero urbano. Gracias a la globalización, y a las series y películas, son establecimientos casi estandarizados –al interior de las diferentes variantes– por lo que nos podemos sentir casi parroquianos en un bar de cualquier lugar del planeta.

El viajero ve casi como un deber que le vaya bien en sus viajes. Por eso, aunque ande solo, evitará contar lo largas que se le hicieron algunas horas y la confusión o la tristeza de haberse sentido un poco fuera de lugar en alguna situación (porque no siempre cuando se está retozando por el mundo lucimos la frescura y la elegancia casual de Julia Roberts en cualquiera de las películas en las que viaja).

Si se llega al punto de fatiga, puede pasar que toda la fascinación y entusiasmo se nublen y los detalles "exóticos" empiecen a fastidiar –dormir con edredón directamente encima del cuerpo en lugar de sábanas, la fondue resulta bastante aburridora y el pan bastante feo, escuchar todo el día otro idioma es realmente agotador. Ahí el viajero se repliega y procura tomarse una sopa en la cama hasta renovar el aire y así seguir (o volver).

Principio y final - Norma

Como podemos definir, recordando a nuestros antiguos sabios y filósofos griegos, de los primeros en debatir teorías en una forma sumamente especial, no eran muchos y compartían o no las mismas definiciones. Por ejemplo, Aristóteles, alumno de Platón. Ellos no coincidían en sus pensamientos e ideas y en ese momento el conocimiento no estaba al servicio de todos, sino sólo de aquellos que podían pagar para adquirirlo. Por lo tanto, ya venimos desde una época lejana, en que el poder económico era necesario para crecer, en forma personal, como así también para tener mayor fuerza y formar sociedades organizadas de acuerdo a las necesidades del momento. 

"Ha pasado mucha agua por el río”, alguien conocido dijo, y las cosas no han variado. Existen mil maneras de llegar al cielo, pero debemos elegir la más fácil, no la de Dante, que inventó para redimirse y lograr su más preciado tesoro, exonerar con castigos a veces inocuos a delincuentes feroces. O grandes punitorios a jóvenes amantes, cada cual decide el destino de acuerdo a su voluntad, decisión y poder momentáneo.

Dante no era muy feliz, pero enamorado de Beatriz quiso redimirse de sus muchos pecados y reunirse con ella, haciendo la travesía por los infinitos círculos de la divina comedia, acompañado de Virgilio. La verdad, los mitos y las leyendas, un stock de elementos tan lejanos, pero a la vez muy cercanos.  Todo esto alimenta nuestra fantasía, nos lleva a creer en magníficas posibilidades de éxito en nuestra vida o en decadentes escalones hacia la barbarie. 

Esta descripción parece muy antigua y fantasiosa, pero está muy de moda hoy día porque el hombre no deja de retroceder mil pasos cuando adelanta dos mil. La madre naturaleza nos pide por favor un descanso, un simple llamado a la solidaridad de todos los hombres y mujeres que pueblan este mundo y saben lo que están haciendo: traicionan, matan, cualquier cosa por un pedacito de tierra. Una guerra también porque hay muchos que nadan en la ignorancia y la locura y se olvidan, o bien se suman a vivir con esta ignominia. Destrucción del planeta, con ellos adentro. 

Pienso, luego existo (eso lo dijo un francés muy conocido), y a veces pensar es la nota que nos lleva a no ser tan pasivos, a jugar un poco con los momentos, a buscar pertenecer para participar o, a veces, alejarse para no pertenecer a una sociedad marcada por la indiferencia, esperando el final de una tragedia, como el último eslabón de una sucesión de personajes coloridos, de una familia muy mal compartida, cuya historia es mágica, llena de imágenes de colores, con una historia a puro machete. 

Color rojo por doquier y un bálsamo para el lector entusiasmado por la fantasía perenne de un montón de personajes, saltimbanquis circenses de la vida, aventurero y creador genial de un mundo lleno de papiros.  Todo esto es fantasía pura, porque yo siempre tengo en mi interior esa gran esperanza de que puede mover al mundo la fe. Si todos los hombres del mundo pusieran su granito de arena, formaríamos el desierto más grande del mundo.

El perro - Claudia

Cuando Sara pasó los 30 años, las heridas de una mala praxis paternal comenzaron a supurar. Tenía una vida chata y casi ermitaña.

Cierto día, volviendo del trabajo, vio en el umbral, acurrucado y temblando, un perro que gemía suavemente. Ambos tuvieron miedo del otro. Ella dio la vuelta y entró por la puerta trasera.  La situación se repitió  cada noche. Sara le dio comida y agua (por humanidad le dijo), pero nunca lo dejó entrar, ni lo acarició. Ni siquiera le dio un nombre. Él jamás corrió a su encuentro o movió la cola demostrando alegría al verla. 

Llegaron las vacaciones y ella se fue a la costa. A su regreso, lo encontró en su puerta, como la primera vez. Se miraron un rato largo y después el animal se fue para siempre. Sara no lo extraño. Eran historias similares, demasiadas heridas, demasiadas cicatrices.

El perro - Ma. Teresa

Callejero

Julián tuvo una vida muy generosa. Hijo único, de una familia adinerada, pudo viajar por el mundo, conocer famosos personajes y hasta tener contacto con la realeza inglesa. Pero eso parecía no ser suficiente, nunca se sintió totalmente feliz, le faltaba algo, el amor nunca había tocado a su puerta, sólo aventuras ocasionales.

La muerte de su padre lo sorprendió en un crucero por Europa, no llegó a tiempo para despedirse de él. Su madre, muy afectada por la pérdida de su esposo, vio deteriorada su salud a tal punto que Julián cancelo todos sus compromisos para poder cuidarla. Sólo salía por las noches al casino de Puerto Madero, dejando al cuidado de una enfermera a su mama.

Tenía varios autos, pero el Porche rojo era su preferido, fue el último regalo que le había hecho su papá. Si bien en el estacionamiento había varios perros callejeros, uno en particular llamaba su atención. Ni bien estacionaba, el animal se le acercaba y se quedaba al lado del Porche, esperando su salida. Al principio Julián lo ignoraba, pero luego se podría decir que se había encariñado con él y siempre le traía alimento y agua. Cachirulo (así lo llamaba) movía su cola esperando una caricia y él se las daba. 

Una joven, también concurrente diaria al casino, había reparado en aquella relación y una noche se acercó a Julián, se presentó y le dijo:

–Vos debes ser una buena persona, nadie repara en un perro callejero.

–Buenas noches, no es para tanto, él se lo ganó.

–Yo adoro a los animales, tengo varios

–Nunca tuve una mascota, ni de niño, mamá decía que podían contagiarme alguna enfermedad.

–Te aseguro que son capaces de dar mucho amor, sin pedir nada a cambio.

–Sí, debe ser así, conozco algunas personas que opinan como vos, tal vez a adopte a cachirulo.

–Sí, hacelo, no te vas a arrepentir. Buenas noches, ¿nos vemos mañana? 

–Sí, claro, si venís un poco más temprano podríamos tomar algo en el bar, antes de jugar.

Y así, sin darse cuenta, comenzaron una hermosa amistad, que terminó siendo el primer amor de Julián. Amor que fue correspondido. Ahora sí, podría decirse, que la vida de Julián era realmente feliz. Sin perder mucho tiempo, teniendo en cuenta la salud de su madre, le propuso compromiso a Natalia (así se llamaba) y ella acepto.

La llevó a su casa y la presentó a su mama, quien se puso muy feliz. 

–Ahora podre partir tranquila, te dejo bien acompañado.

Una noche, en el casino, Cachirulo ingresó al local de juegos buscando a Julián, comenzó a ladrar y fue sacado del establecimiento a golpes. Natalia presintió que algo ocurría y se lo comentó a Julián. Ambos salieron y allí estaba el animal, que continuaba ladrando. Cuando los vio, salió corriendo hasta el Porche. Evidentemente, algo les quería decir. Los jóvenes subieron al auto y por primera vez, cachirulo también lo hizo. Llegaron a casa de Julián.

–Señor lo estaba llamando, su mama sufrió un ataque, el médico esta con ella –comentó la enfermera.

Inmediatamente los jóvenes ingresaron al cuarto de la anciana.

–Por fin, hijo, no quería partir sin despedirme. Ha llegado la hora de acompañar a papá, le pedí tanto que te trajera.

Los jóvenes se miraron, luego miraron a Cachirulo. Mantuvieron silencio, pero ambos pensaron lo mismo. La mamá de Julián murió esa noche. Cachirulo se mantuvo al lado de su cama hasta último momento y al día siguiente se fue.

Pasaron los días y Julián fue al estacionamiento del casino a buscar al animal: lo llevaría a su casa, nunca más se alejaría de él. Lamentablemente, lo fue a buscar varias noches, pero nunca más lo pudo encontrar.

–El cumplió su misión –comento Natalia.

–Parece que sí –respondió Julián.

Las perras - Norma

Esa noche de febrero, regresaba del cine y cuando estaba llegando a Glacé, estacioné el auto sin poder resistir comprar mi helado preferido. Cuando salía, había unos cuantos perritos blancos, todos en fila, salvo uno que enfiló hacia mi auto y yo, amigablemente, lo corrí: me gustan los perros, siempre tuve perras, pero no era el momento ni sentía el menor deseo de tenerlo. Había perdido a Tasha y me convencí de no tener más perros. Pasaron dos semanas, aproximadamente, y cuando transitaba por Carlos Casares vi a dos de los seis perritos, pero me llamó mucho la atención una blanquita, menuda y muy flaquita. Se le notaban las costillas, me dio pena, pero seguí adelante.

Una noche, quince o veinte días después, mi hija me mandó un mensaje: “mamá, no sabés, pobrecita, una perrita blanca, se le notan las costillas de lo flaca que está. La quise traer a casa para darle de comer, comió algo,  pero la otra chumbaba. Estaban asustadas, tenían miedo y se fueron”. Yo pensé  qué tranquila estaba mi vida y le contesté: “bueno, mañana me doy una vuelta para ver qué puedo hacer”. Al otro día,  acomodé una manta en el asiento de atrás  y me dirigí hacia el lugar en que suponía podían estar. Y tal cual, estaban descansando sobre el césped, frente a una casa cerca de la casa de mi hija. Estuve hablando con ellas, no las podía convencer hasta que manchita, fondo blanco con manchitas negras y ojo tipo pirata, se sentó y me miró a los ojos. le acaricié el cuello y la cabeza con energía y le hablé bajito. Se entregó, la levanté y  la metí en el auto, quedó tranquila. El tema era la otra, blanquita con las orejitas con manchas marrones, encorvada, con los ojos rojos y las costillas muy notorias. Daba vueltas alrededor del auto y no paraba. Seguramente, al no ver a su hermana, después de un buen rato, se sentó en el mismo lugar y, hablándole suave, le hice la misma caricia. Ahí noté la necesidad que tenía de amor y cuidado, estaba totalmente entregada a su suerte.

"¿Y ahora? ¿Qué hago?" Las llevé a casa y les hice comida, estaban famélicas, desesperadas. Le avisé a mi hija, para llevarlas al veterinario esa misma tarde. Al otro día, baño en la esquina de las mascotas. Realmente quería ayudarlas, encontrarles un dueño, hay gente buena que quiere adoptar perritos. Hice carteles, fueron publicadas en Facebook en todos los grupos de Capital, de San Martín, Palomar, en Cuatro Patas, en todos los negocios del barrio, en los cursos a los cuales concurría.

Manchita, que ahora es Robertita, estuvo un día en casa de una chica, cuya familia nunca había tenido perro. Duró 24 horas. La chica me llamaba cada dos horas y la última vez me dijo que la perra estaba  temblando. La fui a buscar de inmediato y, en el coche, agradecida, nos lamía la mano a mí y a mi  hijo. Y Blanquita, que ahora se llama Zuri, era imposible de acomodar porque le tenía miedo a todo el mundo. Y además el chumbar era su arma de ataque. Ambas se refugiaban en mí.

Conclusión: las dos chiquitas se quedaron conmigo, por supuesto. Las encontré un 16 de marzo del 2017 y según la veterinaria tenían aproximadamente un año en ese momento. Después de todos los intentos de adopción, ellas me adoptaron a mí, no hubo otra posibilidad. Si yo contara todos los cambios que tuve que hacer en mis costumbres y los desastres que han hecho estas perritas en mi casa, cuando estaban solas...   Deben haber sufrido mucho el abandono y el hambre, porque les costó mucho dejar costumbres adquiridas en la calle: el miedo a la gente, a los camiones o colectivos. 

Existen medios para evitar nacimientos no deseados en los animales, existe una responsabilidad en los humanos, cuando tienen animales.  Ellas hoy tienen su casa, su almohadón para dormir, con mantitas de abrigo. Duermen adentro y tienen a su mamá que las cuida, las alimenta y las protege. Son muy cariñosas y compañeras. Y lo que  más puedo destacar son sus ojos cuando me están mirando: demuestran una confianza absoluta y un amor inmenso, son tan agradecidos...

Sus saltos de alegría cuando me reciben a la mañana, sus besos, su demanda de caricias es constante. A veces, están las dos pidiendo atención y terminan jugando arriba mío como si fuera lo más normal del mundo. Ellas son Zuri y Robertita, mis perritas.


El perro - Emiliano

Vaya uno a saber de dónde sacaron eso de "familia tipo", como si fuera una unidad de medida de la organización familiar (padre, madre y dos hijos). Sea como fuere, no estoy de acuerdo porque falta el perro. Mi hijo se casó y con su esposa tuvieron "la parejita" y agregaron a Jana, una perra labradora con un carácter y una estabilidad emocional que, si fuera habitual entre los seres humanos, dejaría a los psicólogos sin pacientes. Durante toda su vida hizo las delicias de sus amos que le brindaron, en todo momento, un excelente cuidado, menos el de sacarla a pasear, de modo que toda su vida la pasó en casa sin conocer la calle. Durante sus ya once años la tuve yo en mi casa por espacio de ocho o diez días cada dos o tres años y cuando los dueños de casa tomaban vacaciones. 

Un buen día, saliendo de mi casa para cumplir con mis obligaciones, la veo en el umbral de mi puerta. Mi hijo vive en Ituzaingó al igual que yo pero del lado sur y a unas siete cuadras. Las únicas formas de acceder al lado norte son: cruzar la Avda. Rivadavia y luego atravesar las vías del Sarmiento por el puente peatonal que une las calles M. Acosta con Soler, por el mismo lugar pero obviando el puente, por el túnel peatonal que une las calles Rondeau y Las Heras o por las barreras de Medrano y Juncal. En cualquiera de los casos, luego hay que encontrar Camacuá que es donde vivo yo. Para un perro que jamás conoció la calle fue una decisión más que osada. Todavía nos preguntamos cómo se atrevió y aún como lo logró, claro que bajo la lupa del limitado razonamiento humano, ¿a quién se le ocurre? 

El perro - Silvia

Anita es joven (muy) y decididamente bonita. Pero además se crio en lo que podríamos llamar una familia acomodada. Así, sus días transcurren con la despreocupación y el desparpajo de quienes no conocen urgencias ni incomodidades. Siempre que sale de casa lleva atuendos de diseñador, los accesorios cuidadosamente engamados, el pelo y las uñas impecables y a la moda, entre las rutinas de training invariablemente hay que dejar espacio para las visitas a la peluquería. Otro tópico del cliché de “chica bien“ son las vacaciones en balnearios top de la costa argentina y uruguaya, pero incluso hay planeado un viaje a Miami pronto ("Cuando termine esta pandemia", dicen en casa).

Desde antes de anoche en la casa están todos molestos.

—¿De dónde salió ese perro atorrante? ¿Cómo puede ser que los de la guardia no controlen que no entren animales? ¡Voy a hablar con la administración!

El can en cuestión no resultaba bienvenido por unos cuantos motivos. Se supone que en los countries no debería haber animales callejeros, en eso insisten siempre los vecinos que pagan “una fortuna de expensas“ para no tener que lidiar con ciertas cosas que puedan desentonar con las aspiraciones de tranquilidad y estética visual. Por si esto fuera poco, este pichicho es bastante poco armonioso, podría pensarse que la Naturaleza se divirtió en revolver y combinar caracteres a través de generaciones de apareamientos poco planificados. Sus patas son chuecas y demasiado cortas en proporción con la robustez del tronco y el tamaño de la cabeza. Tampoco la paleta de colores pareció ser usada con inspiración, arrojó una mezcla de patrones en el pelo que lo hacían distinto a cualquier perro que nos pueda resultar familiar a la vista y para nada agradable. Para empeorar todavía más el panorama, este animal se dedicó a levantar la pata en los marcos de todas las puertas y ventanas durante los dos días con sus noches que pasó junto a esa casa, la casa de Anita, de la que se resistía a alejarse a pesar de los baldazos de agua (habían empezado con fría pero a medida que la indignación familiar aumentaba llegaron a usar agua caliente).

A la mañana del tercer día Anita fue llevada al consultorio del veterinario. Nada que no hubiera sido considerado antes por la familia –los “humanos“ de Anita. Ya conocían las recomendaciones de la esterilización temprana y su valor en la prevención de enfermedades del aparato reproductor. Sólo que se habían dejado estar un poco después del primer celo y la manifestación del segundo los tomó casi por sorpresa y con la indeseable visita del “galán“ en la puerta. Está anocheciendo, Anita hace horas que volvió a casa, pero la tarde se le pasó casi sin darse cuenta, en la duermevela de los anestésicos que todavía dan vueltas por su sistema. Se siente un poco tambaleante, la visión periférica también es rara porque se la bloquea el collar isabelino. En uno de sus costados tiene el pelo afeitado y una herida con puntos. La herida cicatrizará, los puntos se retirarán y el pelo, cuando crezca, hará invisible la marca de la cirugía. Todo eso ocurrirá en poco tiempo. Pero mucho antes, podría aventurar que ya mismo, Anita habrá olvidado la presencia y los olores del cusco que sin saberlo ofició de acelerante en la toma de decisiones de una familia de clase media un día cualquiera. 

El perro - Osvaldo

Julieta

Una tarde, caminando por la vereda del Colegio Sagrado Corazón, nos miramos por primera vez. Estabas debajo de un pino junto a tu hijita que, días después, me contaron que un colectivo... Esa tarde yo te dije "viví ahí en frente, si querés. Vení". 

Pasaron varios días y no te vi más, pero una noche salí a la puerta y estabas sentada y nos volvimos a mirar. Sin dudarlo, te alcé  y te llevé  a mi departamento. Te di un baño largo y te sequé muy bien, te di agua comida y te llamé Julieta. Al otro día fuimos al veterinario a darte vacunas y él, después de revisarte,  dijo "no, mejor esperemos". 

Pasaron unas semanas y yo dije "¿vieron? ¡¡Esta más gordita!! Claro, come bien y llena de mimos". Te llevé a otro veterinario y después de revisarte dijo "sí, entre mañana o pasado nacerán tres". Quedé sin habla. Y nacieron tan hermosos como vos. Con el tiempo tres amigos los adoptaron y vos, mi dulce Julieta, pasaste a dormir en la cana con nosotros y fueron muchos años de alegrías, mimos, lengüetazos, largos paseos y, ¿por qué no?, grandes charlas. Cada uno en su idioma, pero nos entendíamos. 

Un día enfermaste y tu doctor dijo nuevamente dos o tres días. Y al cuarto día por la noche, mientras yo te hacía un mimo, vos pusiste  tu carita en la palma de mi mano, la apretaste fuerte y cerraste tus ojitos. Lloré mucho,  pasó  tiempo y llegó Zeus: inquieto, ladrador, demandante muy besuquero. Y todo eso me puede, lo amo tanto, pero vos, Juli, estás en tu lugar en mi CORAZÓN, del que nunca saldrás, ya que los corazones tienen muchos lugares para albergar amores, como los que solo ustedes saben dar.  ❤

El perro - Fabiana

Juan era hijo de una familia acomodada, acostumbrado a frecuentes fiestas y reuniones sociales, a tener todo sin demasiado esfuerzo. Era frívolo, terrenal y descortés, todo lo contrario a su hermano, que se dedicó a curar niños pobres en un pueblito de Chaco y, enamorado de Ana, formó una hermosa familia.

Juan se burlaba de él, no entendía de amor, las mujeres eran solo objeto de placer, el dinero servía para gastarlo en copas, vivía de cama en cama y de cóctel en cóctel. En realidad nada llenaba del todo su vida, la soledad era su única compañía.

Una noche llegó a su casa y allí los vio: dos ojitos bien negros, que parecían llevar todo el sufrimiento del mundo. Un cachorro lleno de sangre, lloraba. Quiso incorporarse pero no pudo, estaba herido y parecía hambriento. Por un instante, Juan dudó en hacerse cargo de él, solo sería una molestia en su vida.

El cachorro era una mezcla de caniche con callejero, tenía el pelo sucio, cubierto de barro mezclado con sangre, una de sus patitas estaba cortada. La mirada de Juan se encontró con la mirada del perrito, algo en él se encendió. Ese hombre frío y calculador se derritió con la expresión dulce de ese cachorrito. Lo alzó con cuidado, lo baño, lo alimentó, lo curó y hasta durmió con él en el sillón de la sala.

Se despertó sobresaltado, algo húmedo se pasaba por su cara. Besos mojados cómo suelen dar los perros. Lo sacó en forma brusca y lo tiró del sillón. El cachorro lloró, pero no se dio por vencido, volvió a la carga y otra vez intento ganarse una cuota de cariño.

Así pasaron varias noches, hasta que el cachorro se levantó y empezó a caminar por toda la casa persiguiendo a Juan. Si él se estaba afeitando, se acurrucaba sobre sus pies. Si abría la heladera, ponía su carita de costado y lloraba para que le dieran algún premio comestible. Juan empezó a estar más tiempo en su casa.

Un día le puso un nombre, lo llamó " Estorbo". Y así, con Estorbo desayunaba, con Estorbo miraba la tele, con Estorbo dormía y era Estorbo el que se acercaba si lo veía triste. ¡Y hasta lo sacaba a pasear a la plaza! En unos de esos paseos el cachorro se acercó a una perrita caniche blanca, Vida, qué casualmente venía acompañada de una chica, Male, que dejó mudo a Juan por su belleza y dulzura. "No puede estar pasándome esto a mí", pensó. Se pasó la mano por los ojos para cerciorarse de que era una chica, no un hada.

Dicen que el amor real es el que te dan sin que lo pidas. Estorbo había dado tanto amor a Juan que derritió el hielo, cambió contactos furtivos por caricias eternas, gusto a alcohol por el sabor de besos acaramelados, la oscuridad de la soledad por el brillo de la compañía, los cócteles con desconocidos por la fiesta de la vida compartida con seres amados.

Ahora, aquí sentado en el  sillón de la sala, descalzo, comiendo pochoclos, abrazado a Male, entre los dos, Estorbo, en los brazos de Male, Vida y en los de Juan, Milagro, la nueva cachorrita.¡Ya eran 5 en esa familia! 

Moraleja:  parece que en la "Vida" a veces es necesario "estorbar" un poco para conseguir "milagros".

El perro - Dora

Hace poco días, llegué de viaje.
En mi casa, a todos nos espanta la idea de tener mascota. Nos asustan la suciedad, los gastos económicos, la responsabilidad y un sinfín de cosas.
Llegó Roma, chiquita, con expresión triste y tan delgada. Mi mamá le dio de comer y nunca más se fue. Con muchas dudas, empezamos hacerla parte de nuestro hogar.
Primero compré un collar, la bañamos y vacunamos. Después, vino la esterilización y, con ello, meterla por primera vez en mi casa para su recuperación.
Nos costó a todos adaptarnos, y a ella también. Sigue el proceso de educarla, que no es sencillo, pero ahora tiene peso normal. Recibe cuidados y cariños y ella nos da mucho más.

De otro tiempo - Ma. Teresa

Desarraigo

Siempre me hablaban de mi abuelo como alguien algo desquiciado. El hecho es que no lo conocía. Era yo muy pequeña, cuando mis padres decidieron dejar Carhue por razones laborales de mi papá. Hoy ya adulta y con una carrera periodística en marcha, quise hacer el que sería, tal vez, mi primer reportaje.

Nunca acepté el hecho del distanciamiento de mis abuelos. Mi madre se justificaba diciendo que eran motivos que quería dejar atrás, para siempre, que ya había sufrido lo suficiente, que no aceptaba el ver a mi abuela envejecer sin haber recuperado la sonrisa. Su niñez, al igual que la de mis nueve tíos, no fue feliz. Habían nacido en Epecuén, en una época feliz, que de pronto se transformó en la más triste experiencia, que nadie desearía para otros. Le comenté que viajaría a  Epecuén y solo dijo "prepárate para escuchar una, muy triste historia". Si bien, yo conocía los episodios ocurridos en Epecuén, lo de la inundación, no entendía porqué mi abuelo había tomado la decisión de permanecer allí, solo, totalmente solo, alejado de su esposa e hijos.

Primero viaje a Carhué, a la casa de mi abuela. Mi mama tenía razón, pocas veces he visto una persona tan triste. Me abrazó muy, muy fuerte. No dejaba de acariciarme y de preguntar por mamá y papá. Le comenté cuáles eran mis proyectos, deseaba alquilar un auto y llevarla a Epecuén, a pasar un día allí, con ambos. Al principio se negó, tenía sentimientos encontrados. Por un lado, el amor que aun tenía en su corazón por la persona que le había regalado diez hijos y, por otro, el rencor de haberla alejado de su lado. 

–Siempre se ocupó de que no nos haga falta nada, material, pero no podíamos aceptar la realidad, de que hubiera decidido vivir solo, alejado de nosotros, fue muy duro –me comento con lágrimas en sus ojos. 

De todos modos, luego de una larga conversación, acepto y al día siguiente, partimos bien temprano 

–Él siempre se levantó casi al alba –me aclaro. 

Cuando llegamos, estaba sentado tomando mate, mientras acariciaba a sus perros, fieles compañeros que lo han acompañado siempre. Cuando vio a la abuela, la abrazo y comenzó a acariciarle sus cabellos, tan grises como el pueblo. Las imágenes eran muy fuertes, todo era gris, casas transformadas en escombros, hasta los árboles, desolación total. Luego de darles un tiempo a solas, bajé del auto y me acerqué a saludarlo 

–Hola, abuelo, soy Viviana, tu nieta, vine a conocerlos. 

Se sorprendió, me había confundido con una periodista que venía a hacerle una de las tantas entrevistas ya acordadas.

–En parte es cierto, estudio periodismo, pero quiero conocer a mi abuelo primero.

–Bien, aquí me tenes, este soy yo, no hay tanto misterio.

–Es que nunca entendí el porqué de tu decisión de vivir en soledad

–No estoy solo, eso es lo que nadie entiende, tengo mis animales, las cosas que necesito, pero principalmente tengo mi tierra.

–Pero si no queda nada abuelo, es una vida muy triste.

–No lo es, todos los días salgo a caminar, recorro calles vacías de gente, pero llena de recuerdos y con ellos hablo.

–Pero ya estas grande, si algo te pasa, ¿quién te va a ayudar?

–Yo pienso que cualquiera de ustedes que llame, tengo un celular

–Eso sí, pero, ¿y la abuela? ¿No sería mejor que estén juntos?

–Si ella quiere, sabe que puede venir cuando guste, pero yo no me voy. Dios, me ubicó en esta tierra, aquí me casé, tuve hijos, hice muchos amigos, esta tierra me dio todo con lo que yo soñaba y no la voy a abandonar. A Epecuén, lo dejaron solo, cuando ya no podía ofrecerles nada. Yo no. Cuando muera, quiero que me sepulten aquí, y en la lápida escriban "AQUÍ NACIÓ, VIVIÓ Y MURIÓ, PABLO NOVAK, ÚLTIMO HABITANTE DE EPECUÉN.

No atiné a decir nada, no era quien. Tampoco lo hizo la abuela. Le dejé mi número de teléfono, nos despedimos, subimos al auto y nos fuimos. El silencio en el auto lo decía todo. Él a su manera, era feliz, es lo único que cuenta.

Deje Carhué, pero no sin antes prometerme que viajaría tantas veces como me fuera posible, a visitar a mis abuelos. A Pablo Novak, último habitante de Epecuén.

De otro tiempo - Lilian

Abuelo Gabino

Gabino mira con excitación y bastante temor ese puerto y ese muelle que se van acercando. Sabe que tiene bajar sin hacer demasiado alboroto, ha sido uno de los tantos polizontes que subieron en España con tantos sueños como tristeza, dejando atrás mucha miseria, pero también a sus padres y hermanos.

Sin embargo, sus 17 años le gritan que no se debe rendir, que es muy joven, que en estas tierras parece que hay trabajo y se come. Él tiene la ventaja de saber leer y escribir y seguro va a encontrar el amor de una mujer y va a poder formar su familia y traer de a poco a los suyos.

Ese 8 de agosto de 1906 en Buenos Aires hace frío, pero él, acostumbrado a los inviernos helados de León, lo toma como un buen recibimiento y, cuando entrega en migraciones el documento que guardó con tanto cuidado durante el viaje, no duda al contestar sobre su profesión: ¡agricultor! Y allá fue con otros osados como él, que sólo habían visto de lejos las tierras que eran de otro, a trabajar como peón rural a ese paraje medio perdido del oeste de la provincia de Buenos Aires.

Gabino era un muchacho duro por fuera y por dentro, con convicciones arraigadas y claras. Trabajaba incansablemente, juntando las monedas y contándolas de a una. En 10 años pudo reunirse con algunos de sus hermanos y alquilar su propio pedazo de tierra. Pero su meta seguía siendo formar esa familia que había soñado al subir al barco.

Y en esas juntadas con otros compatriotas apareció de repente Avelina, una jovencita bastante menor que él, recién llegada que también quería olvidar la travesía y la miseria española. Y entonces empezó a tomar forma, por 1921, el proyecto de los dos. Se casaron, se fueron a vivir al campo, junto con uno de sus hermanos y su mujer, a una casa grande capaz de albergar a los dos matrimonios, hijos, un maestro para los ocho chicos que fueron teniendo y algunos peones que  ayudan con el trabajo.

Algunos años después, cuando ya eran tres los hermanos, se enteraron de que en un pueblo cercano recientemente inaugurado se estaban haciendo loteos baratos de campos y entonces compraron cada uno el suyo. Fue el momento en que los hijos se fueran a estudiar pupilos en colegios de curas o monjas y después completaran su formación en Buenos Aires. Él siempre lo había tenido claro, la educación era la mejor herramienta para enfrentar el futuro. 

Gabino fue mi abuelo materno, que repetía la palabra “coño” como una muletilla y con un “ándate al coño” como un insulto. Murió cuando yo tenía ocho años, pero recuerdo vivamente su imagen jugando al “tute Cabrero” con sus amigos españoles, diciendo que su país era “la Argentina que le había dado todo", que nunca había pensado volver ni a pasear. Y  también cuando, ya en la casa de Casbas, tomaba una silla grande y yo una chiquita y nos sentábamos en la vereda a “ver pasar” a la gente y saludar.

PD: Me enteré muchos años después qué significaba la palabra carajo y dónde estaba en las embarcaciones.

De otro tiempo - Emiliano

En 1954 fuimos a vivir a Cipolletti (la segunda ciudad Rionegrina más poblada). Vaya a saber por qué fue precisamente allí dónde terminé mis estudios primarios. A poco de iniciarse las clases, la maestra presentó a un nuevo alumno perteneciente a una familia de inmigrantes españoles. Se trataba de un chico de pocas palabras y buen comportamiento. 

Por aquellos tiempos teníamos, además de Aritmética, Lenguaje e Historia; Labores. No recuerdo para nada qué fue lo que hice yo en esta asignatura, pero sí lo que hacía el recién llegado quien, dicho sea de paso, pertenecía a una familia muy humilde. Recuerdo que valiéndose de un trozo de varilla redonda envolvía tiras de papel de diario que recogía de la calle hasta hacer un canuto que, cuando adquiría el diámetro deseado, pegaba el extremo con una sustancia que obtenía de una planta de ciruelas que tenía en su casa. Llegó a fabricar algo así como seiscientos "canutos" que luego unía cada veinte pasando alambre de fardo que encontraba entre los deshechos de las obras en construcción. Una vez reunida la cantidad necesaria los ataba por arriba y los usaba como cortina para espantar a las moscas en la puerta de la cocina. 

En el año 2004 (50 años después) viajé a Cipolletti por otras razones, pero además para ver si podía dar con él. Le relaté el episodio para saber si todo eso había existido o se trataba de una fantasía que yo había imaginado (había pasado medio siglo). La sorpresa fue mayúscula cuando me dijo "la tiene mi papá en la puerta de la cocina de su casa y no tiene moscas". 

De otro tiempo - Dora

Probablemente, para los vecinos de la zona oeste de la Provincia de Buenos Aires, no es un dato tan difundido que a comienzos de la década del 40 del siglo pasado, emigró a la Argentina y se instaló en Villa Sarmiento. Quienes pasen hoy por frente, verán un rudimento de fachada que remeda la casa original, apodada "La fábrica", a causa de su estética, modernistas, que contrasta con la edificaciones de techo bajo de la zona.

Cuando ella llego acá, era un bicho raro, imagínate. Venía de los círculos de Berlín y Londres, donde las mujeres eran mucho más libres, se vestían como querían. Mi madre se instaló en el Ramos Mejía de los 40 y caminaba por las calles, tan tranquilas con pantalones, todavía me acuerdo el escándalo que provocaba. Ella iba a veces con el pelo garzón, tuvo épocas en que se pintaba la mucho la boca, un estilo completamente fuera de los cánones aceptados en esa época. 

Original e independiente, desarrolló la primera parte de su recorrido profesional desde cierta periferia a la que, sin embargo, supo convertir en un centro convocante cuando conseguía que sus amigos artistas se aventuran al entrañable viaje a Ramos.

Asentada en la Villa Sarmiento, instaló su propio estudio de fotografía y diseño gráfico. Durante las décadas en que vivió en la provincia, las creaciones se multiplicaron y expandieron. Hizo conocer sus retratos en galerías muy reconocidas sobre el movimiento de la ciudad, el Obelisco de Buenos Aires, como signo vanguardista que se imaginó, en consonancia con tendencia internacional, pero que a la vez reivindicaba su especialidad local. Me refiero a esa que no por conocida nos es del todo inteligible, la que propone reconciliar el arte con la vida.



Grete Stern fue una diseñadora y fotógrafa alemana, nacionalizada Argentina, alumna de la escuela de la Bauhaus.

1904-1999 

Falleció en Buenos Aires.

De otro tiempo - Fabiana


 

Corría el año 1932. Llegaba con mi familia a un país afectado por la crisis económica del '30, con grandes masas de inmigrantes pobres llegando en barcos. Aquí en Argentina nos esperaba el hermano de mi madre, el tío Antonio, que nos llevaría a un lugar rodeado de campos y chacras. Yo era una niña de cinco años. El viaje había sido muy difícil y largo. Mí tío nos llevó a su casa que quedaba en la calle Arredondo al 3000. Más tarde mi padre construiría una casita en ese mismo terreno que era inmenso.

Antonio le había conseguido a mí papá un trabajo en la quinta de los Farm, para criar chanchos, y para mamá, un empleo de doméstica. Recuerdo que el día que mí madre se presentó a su nuevo trabajo, me llevó con ella, como lo haría en varias oportunidades .

Mis ojos no podían creer lo que veían. Estaba frente a un castillo de cuentos de princesas, un cartel que decía "Quinta Ayerza" nos recibió. Era una construcción de estilo neoclásico francés ubicada en la calle Pedro Goyena al 1900. La quinta tenía 15 hectáreas. En ese entonces, al lugar se lo conocía como "la Córdoba chica". Ahí trabajó mí madre durante varios años, los dueños eran una familia de médicos que se habían instalado allí debido a que varios miembros de la familia sufrían de asma. También recuerdo que ese año se hablaba del secuestro de uno de sus hijos.

Con el paso del tiempo, mí padre consiguió un trabajo de obrero en la fábrica FAPESA  y mi madre se quedó en casa haciendo las tareas del hogar y cuidándonos a mi hermano y a mí. Mi infancia transcurrió entre árboles frutales que de vez en cuando se convertían en hamacas o en dulces. La escuela n°7, que quedaba a pocas cuadras, y los juegos en la calle en ese entonces eran la casa de todos los chicos del barrio.

En 1947 me recibí de maestra y dos años después, en un baile de Carnaval, conocí a Carlos, el que sería mí compañero de vida. Nos casamos en la Iglesia de Pompeya. Tuvimos dos hijos, Daniel y Mariana. La vida fue generosa conmigo: me dio alegrías, algunas tristezas y caídas, pero una fuerza increíble para siempre levantarme.

Ese Castillo en el que mis sueños de niña me transformaban en princesa, se vendió el año que mi hijo menor cumplía cuatro años, en 1958, a la Congregación Oblatos de María y allí se construyó el colegio Inmaculada. 

Las vueltas de la vida hicieron que hoy, aquí sentada, con plata en mis cabellos, arrugas en mi rostro y varios años encima, me encuentre esperando que comience el acto de graduación de mi nieto Lucas. Delante, el escenario y de fondo, el Castillo, testigo de varios juegos de escondidas y de mi primer beso inocente a los 11 años, detrás del naranjo con el hijo menor de los Ayerza.

Castelar fue y es mi lugar en el mundo, con su clásica rotonda, sus casas pintorescas, la Estación del tren y el recuerdo de mi familia. De las Navidades llenas de primos y mucha comida, el almacén de Don Carlos, la farmacia Ferrán, la Ferretería Pisano, la Plaza de los Españoles y, por supuesto, mi pequeña casita de la calle Arredondo .

La estatua - Ma. Teresa

Venganza

¿Qué hice? ¿Acaso estoy loca? ¿Y ahora, que será de mí cuando descubran el cuerpo? Tengo que huir, ¿pero hacia dónde? Aún tengo las manos manchadas de sangre. Subiré al auto y conduciré, hasta llegar a algún lugar seguro. Un lugar alejado. Sí, eso hare. ¿Cómo pude matarlo? Era mi marido. Yo lo amaba. Ahora, no podrá volver a lastimarme, eso es seguro. Mi cuerpo, lleno de marcas, comenzara a curarse, esta vez para siempre.

Han pasado ya, dos horas, y sigo conduciendo, sin rumbo fijo. Raro, no he visto ningún cartel, que anuncie hacia dónde me lleva esta ruta. Debo cargar combustible, me lo anuncia el tablero, espero encontrar pronto una estación de servicio. El auto se detiene, nada cerca a la vista. Seguiré caminando, debo llegar a algún pueblo antes de que amanezca, diviso algunas luces, allá voy.

Qué tonta, olvidé mi cartera en el auto, no tengo documentos ni dinero. Igual, seguramente alguien me ayudara. Estoy agotada. ¡Dios mío ayúdame! Llego al fin, sigue sin haber carteles, no sé dónde me encuentro, tampoco sé qué hora es, mi reloj no funciona. Golpearé la puerta de la primera casa que encuentre, diré que fui asaltada.

Llego, llamo, sale una mujer que me mira asustada y cierra la puerta inmediatamente. Claro, mi ropa esta manchada de sangre, también mis manos. Debo buscar un lugar donde poder lavarme, de otro modo nadie me ayudara. Me encuentro en medio de la calle, sola, asustada, con frio…camino lentamente. Logro ver un bosque, tal vez allí exista un lago o arroyo, donde pueda lavarme

Qué extraño, cuántas estatuas. Las observo con curiosidad. Hombres, mujeres niñas y hasta algunos animales. Algo me dice, que debo salir de este bosque lo antes posible, me asusta el entorno. 

Por fin un pequeño lago, me lavaré y después seguiré caminando, lejos de este extraño lugar. Listo, seguro ahora sí conseguiré ayuda. Me doy vuelta y detrás de mí, una de las estatuas, parece observarme. La esquivo, otra más se mueve y me corta el paso. Estoy asustada, es todo muy raro. Poco a poco, las estatuas comienzan a rodearme, mueven sus manos, me acusan. No puede estar pasando esto. ¿Qué hago?

Comienzo a llorar, casi tengo sobre mí a las estatuas. ¡Grito! ¡Perdón, perdón, no quise hacerlo! ¡Era una mala persona, me lastimaba! ¡Déjenme salir, me iré y no volveré! ¡Por favor, por favor! ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Auxilio!

Despierto sobresaltada, lo miro, duerme tranquilo. Solo fue una pesadilla. Tomo un poco de agua, recupero el aliento, me levanto. Muy despacio, busco un bolso, guardo algunas cosas, tomo mi cartera, con dinero y documentos, salgo. Subo al auto, y me voy.

Cuando él despierte, estaré muy lejos. Tomará un vaso de agua como lo hace siempre al despertar. Él no sabe que le agregue veneno. ¡Soy libre por fin!

La estatua - Norma

Los clones peligrosos


Estaba terminando el último capítulo de un libro fascinante, cuando sonó el teléfono. ¿Quién sería el inoportuno?, me pregunté. 

—Hola, sí, Javier, ¿qué querés a esta hora? 

Del otro lado, mi primo, muy arrebatado, me decía “venite ya, que quiero que veas algo imposible de creer”. Con mis mejores modales y una gran paciencia me dirigí a la habitación de Javier. Estaba pegado a su telescopio de última generación, con un zoom impresionante. Hasta una hormiga a 5000 metros podía ver. Y me llamaba desesperado para que viera lo que sucedía a casi 150 metros de su balcón.

—Fijate, fijate bien esos hombres ahí, cerca de la fuente, donde está la estatua, al lado del roble. ¿cuántos hay? —me preguntó. 

—Cuatro —le contesté  yo— ¿Pero son todos iguales? —le pregunté. 

—Sí —me contestó— pero seguí mirando, a ver si sale alguno más. 

—¿De dónde? le pregunté 

—De la estatua. 

—¿Me estas cargando? 

—No, dale, prestá atención. 

A los cinco minutos vi salir otro, de la misma estatura, con la misma ropa. Acerqué el zoom y les puede mirar las caras. Sí, eran todos iguales, pero se peleaban entre los dos y luego los otros les explicaban algo.  Se iban todos juntos pero calmados. ¡Qué situación rara e inexplicable!

Javier, ya más sosegado, los siguió hasta donde se dirigían, constató dónde entraban y luego comenzó a contarme la aventura increíble: esa era la tercera noche que sucedía esto mismo. Ya había contabilizado ocho hombres iguales. Venía uno, tocaba la estatua, salía un hombre bastante violento y armado, pero no sé cómo se calmaba cuando el que lo ayudaba le explicaba algo. Después se iban juntos hacia ese galpón que estaba al fondo, por ese camino de tierra,  a 200 metros de donde estabamos.

Lo malo era que nosotros habíamos llegado hacía dos días y si esta gente estaba juntando hombres para armar un ejército o una banda de envergadura, ¿cuántas personas serían en total? 

La semana anterior estaba mirando la televisión y decían que en Alemania unas 300 personas habían realizado un acto con la bandera del Tercer Reich frente al parlamento. Y se suponía que había alrededor de 30.000 personas adeptas al partido. Esto había que hablarlo con alguien de confianza y que tuviera poder como para investigar y accionar. 

El tema era que estábamos de vacaciones en la casona de los abuelos y teníamos que comunicarnos con el inspector en jefe, amigo de nuestros padres. Marcel Linarét nos conocía desde chicos y podíamos confiar en él.

Al día siguiente, bien temprano, desayunamos rápido y nos fuimos para el centro. Ya le habíamos sacado el número de teléfono de la agenda a  mi papá, para avisarle con tiempo y encontrarnos con él, a la hora del almuerzo.

Javier comenzó con la historia desde el principio y yo corroboré lo sucedido la noche anterior. Nos escuchó atentamente, luego decidió ir a casa por la noche para confirmar los hechos. No teníamos que comentar nada porque resultaba increíble.

A la misma hora, desde la misma ventana, estábamos los tres observando qué sucedía cerca de la fuente. Y sí, otra vez la misma situación. No cabía dudas, era una operación de gran envergadura. Sólo quedaba la investigación inmediata y el accionar del servicio secreto.

Cuando investigaron en el galpón, que además contaba con 100 hectáreas para realizar el entrenamiento y era vivienda, depósito de armas,  garaje de camionetas especiales,  encontraron 250 hombres iguales, uniformados, entrenados para destinarlos a  menesteres de origen desconocido. Lo que nunca supimos fue quiénes eran los responsables directos de esta confabulación absurda y gigantesca, criminal y dantesca. Todavía no me alcanzan los apelativos más desagradables para nombrar esta operación perversa, agresiva, terrorífica, cuyo único fin era dañar y perjudicar a gente normal, de una ciudad como la nuestra. 

Esos hombres no eran seres humanos comunes. Eran asesinos y, como tales, tenían que desaparecer de la sociedad.  Ese plan ya estaba en marcha, como la desaparición de la estatua, que gestaba estos macabros clones. Cuando termino de leer un libro o luego de ver una película rara, siempre pienso lo mismo:  “la realidad supera la ficción.

La estatua - Claudia

Giró el cuchillo en el estómago de la víctima. Se quedó de pie, esperando. Minutos después, tomó el arma y vio que no había necesidad de limpiarla. Esa sensación de alivio llegó como en los otros casos. Pero había más, muchos más y se preguntó si sería capaz de acabar con todos, si podría encontrarlos. Las dudas se disiparon al dar la vuelta: tres personas inodoras y sin sangre avanzaban hacia él. Sacó el cuchillo de entre sus ropas y corrió, cortó la garganta de dos, se agachó de inmediato para encontrar los tendones de aquiles del otro, que cayó de rodillas. 

En el laboratorio, los médicos buscaban el antídoto. Analizaban la sangre, mezclaban componentes químicos. Los anti febriles tenían el efecto contrario. 

—Doctor, ¿pudo averiguar algo? —dijo el hombre mientras guardaba su arma.  

—Necesito más tiempo. Hasta ahora sabemos que la temperatura corporal aumenta pero antes de convulsionar, la persona se duplica, esto controla la fiebre. Lo cierto es que no podemos hablar de contagios. Todo empezó  en las cárceles y luego en la población. Pero es gente mala. Científicamente es imposible, lo sé.  

—¿Germinan la maldad? Tengo que irme. Doctor, haga su mejor esfuerzo. 

La ciudad era un caos. Él era un guerrero y debía proteger. Al amanecer las calles olían a sangre.

La estatua - Lilian

¡¡Parate, viejo!!

Correr, correr y escapar. El cañaveral está cerca a sólo ocho cuadras. Rápido. Nadie lo sigue. Más rápido. Empieza a rodear el bosquecito, en algún lugar hay un resquicio para entrar. Ahí está, se agacha y tropieza con raíces, empieza a reptar. Está bastante oscuro, pero siente en las manos y en la cara el contacto con las hojas, las ramas más ásperas y el pegoteo de las telas de arañas. Tiene que avanzar, no lo tienen que encontrar. Un poco mas allá ve un pequeño claro: hay arena y se ve un rayo de sol. Avanza y se tira respirando profundo, tiene sed, nunca creyó que iban a representar tanto esos 800 metros. Mucha adrenalina suelta. Mira alrededor y entonces ve que el sol pega sobre una figura, una estatua de metal o algo con mucho brillo, necesita tocarla, refregarse la cara contra esa superficie fresca.

No sabe cuánto tiempo estuvo sin conocimiento, cree que poco, un pequeño desvanecimiento. Pero entonces siente una presencia detrás. Con un movimiento rápido toma la navaja del bolsillo y se da la vuelta. El otro es más ágil, le golpea la mano y cae la navaja al piso. Recién entonces lo mira. ¿Quién es? Su sombra, su conciencia? No puede creerlo, es una copia de sí mismo, perfecta. Registra el miedo, su cuerpo empieza a temblar, huele su sudor y algún líquido que se escapa de los esfínteres. El clon sonríe y da dos pasos hacia él.

No puede resistirse, da un paso atrás y confiesa en medio de gritos: 

—Soy chorro, no un asesino. No quería matarlo, fue una desgracia, ¡quería la guita! Había estudiado todo, no hay muchos jubilados a las 2.30, van todos temprano a hacer la cola. Era cuestión de mirar bien y seguir alguno y en el momento que levantara la pierna para poner el pie sobre el cordón llevarlo por delante. Sabía en que bolsillo estaba la guita, sabía cómo agarrarlo. Lo que no calculé era la fragilidad del viejo, parecía caminar muy seguro, pero cayó como un flan. No sabía que era tan duro el cordón. Quise pararlo: "¡Levantate, viejo, parate!" Pero enseguida vi la cabeza torcida y la sangre y también que por la avenida venía un auto. Salí corriendo.

El clon sonríe y trata de acercarse. El muchacho, con las pocas fuerzas que tiene, se esconde detrás de la estatua, necesita asirse a ella. Y entonces una ráfaga de viento enloquecida lo tira al piso, lo cubre de arena, tierra, hojas y ramas sueltas. Cuando abre los ojos busca al intruso, sólo ve algunos billetes y muy cerca de su mano la navaja. No hay nadie. Siente en el pecho un dolor profundo y una gran presión en la garganta. Está solo y sabe que es el final.


El crimen - Darío

En una ciudad llamada Xofogo vive un hombre que se llama Dyspoxo. Él es criminalista: investiga asesinatos de personas.

Un día, buscando pistas en la ciudad, se encontró con un bosque misterioso, que era mitad oscuro, mitad iluminado. La apariencia era la de un bosque normal, pero en este había una casa, lo cual era muy raro porque en los bosques generalmente no hay casas de ese estilo. Era como una mansión. Al ver esa enorme casa que le llamó la atención, decidió golpear la puerta, pero nadie le abrió. La puerta estaba abierta, sin llave, y al entrar la observó bien. Curiosamente, en una de sus habitaciones había una mancha de sangre, en otra, un grafiti que decía "yo estuve aquí". En las otras no había nada, al parecer eran normales. Al descubrir eso, comienzó a buscar huellas digitales. Además de analizar lo encontrado, al terminar no pudo descubrir a quien pertenecía la sangre de la mancha. Encontró huellas de personas en el piso y, al analizarlas, descubrió que eran de dos personas. Todavía no se sabía de quiénes se trataba. Entonces, decidió ir a un laboratorio para ver si podía descubrir ese misterio.

Al día siguiente, va al laboratorio. Al tener las herramientas necesarias y la persona necesaria pudo descubrir de quién era la sangre. A pesar de eso, no pudo saber quien había hecho la mancha y tuvo que investigar más a fondo.

Un mes después, luego de investigar a fondo, pudo descubrir quién hizo la mancha. Al saber eso, investigó para ver dónde encontrar a la persona que la había hecho. Para eso, necesitaba ayuda de la policía y va por la ayuda. Al llegar, uno de la comisaria buscó la información de las personas, pero no encuentra a ninguna de las dos, porque uno de ellos se había mudado, el otro no se sabía si había sobrevivido, probablemente estaría en uno de los hospitales siendo que era el herido en la habitación de la mansión del bosque.

Dos días después, al averiguar en cada hospital de la ciudad, finalmente lo encuentran. Por suerte estaba vivo a pesar de la herida. Al verlo, le preguntan si el hombre que lo hirió fue el que habían descubierto. Él les dice que no sabe el nombre pero que si lo ve en una foto, lo identificará. Un rato más tarde le traen una foto, se la muestran y afirma que es ese de la foto que lo hizo.

Inmediatamente le piden a los policías que empiecen a buscarlo por todos lados y dos meses después lo encuentran, lo arrestan y es condenado a 10 años de prisión por herir de gravedad. Tenía otros antecedentes también y pruebas que lo hacían protagonista del hecho. Además, él mismo confesó que escribió el grafiti.

Seis días después, se enteran de que le dieron el alta al herido de gravedad, que está sano y salvo, incluso ahora volvió a su casa con sus familiares. 

La estatua - Emiliano

Yo no sé si todos sabían de la aparición de esa estatua misteriosa en el bosque, pero sí que, cuando esa aparición se confirmó y se supo del poder que tenía de hacer duplicados perfectos de cualquier ser humano que la toque, dejó de ser el lugar en el que los chicos jugaban. Con justa razón las madres se lo tenían prohibido en la misma medida en la que el rumor crecía. 

No sé porqué justamente a mí me confiaron el seguimiento de uno de esos duplicados que, para mi desgracia era alguien quien de desde hacía un tiempo era buscado por asesinato, delito por el cual la pena no es menor a los veinticinco años de reclusión. Lo cierto es que, vaya uno a saber por qué, acepté la encomienda. 

Acudí a la Policía y a investigadores privados y escuché con mucha atención las versiones que, cada vez con más fuerza, se escuchaban en el barrio. En eso vi que un haz de luz ingresaba por la ventana de mi dormitorio anunciando la aurora y recordé aquel poema que dice: "¿Qué es la vida? ¿Un frenesí? ¿Qué es la vida? ¿Una ilusión? Una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son". 

La estatua - Stella

Llegué, persiguiéndola, a ese pueblo de creencias mágicas. La más extraña era la de la estatua que te convertía en otro al tocarla. Sin querer, estuve en el bosque junto a la estatua y sin querer caí sobre ella. Me solté rápidamente y me volví al hotel.

De pronto, me miré en el espejo y vi que tenía la cara de la asesina. Creí enloquecer, pero mi mente fría y analítica se preguntó por qué y para qué me había transformado. En ese momento no lo supe pero si que debía cambiar mi aspecto actual y seguir con mis averiguaciones para hacerle pagar sus culpas. Me encontré con un antiguo vecino suyo que me dio datos para llegar a su paradero.

La encontré por fin. Ella no desconfiaba, pues su escondite era perfecto. Me puse frente a ella que inmutable, no se movía. Me saqué mi disfraz y en ese momento perdió su compostura al verse reflejada en mí. Me tiré sobre ella, la reduje y, nuevamente, volví a ser yo, la inspectora de Interpol, y comprendí el papel de la estatua.

La estatua - Fabiana

Último día, último año de la escuela secundaria. Por fin había llegado el momento tan esperado para la promoción 2020. Juana, la alumna líder del grupo, se disponía a guardar su mochila rosa en el portaequipaje del micro, mientras empezaba a golpear los asientos usándolos de tambor y cantando a viva voz "nos vamo' a Barilo'". 

Fede, Agustín, Carlos y Teo ocuparon el asiento trasero creyendo que allí escaparían de la visión de Sebastián, el profe de Educación Física. Miriam ocupó rápido dos asientos, uno para ella y otro para Juana, desde primer grado que eran amigas inseparables. Detrás, Mary y Sole, que habían llegado al comenzar el secundario pero se habían unido a Juana y a Miriam desde el primer día.

Luego de un viaje de horas llegaron por fin al Campamento del Bosque. Cielo azul intenso, lago cristalino, enormes arrayanes, flores amarillas, lilas y blancas. Cómo marco natural, las montañas con nieve en su cima.

Prepararon las carpas, esa noche los chicos cocinarían. Las chicas se dedicaron a hacer una  recorrida y sacarse selfies usando de fondo el maravilloso paisaje. Juana se recogió el pelo con su vincha preferida y se puso los lentes oscuros para sacarse la última foto.

Las risas y las voces de las muchachas se vieron interrumpidas por un trueno que las dejó mudas.

- ¡Volvamos!- dijo Mary y salieron corriendo asustadas.

Juana tropezó con un tronco y cuando logró levantarse se encontró sola en medio del bosque. Empezó a caminar con dificultad, se había perdido. Su pie sangraba, se limpió con la remera. De pronto creyó escuchar a Miriam que la llamaba. Caminó en dirección a esa voz, pero solo encontró una estatua de una ninfa hecha con el tronco de un árbol que llamó la atención de Juana. Se acercó y siguió con sus dedos la forma de la escultura. Un rayo iluminó el lugar y el pánico apareció en los ojos de la muchacha que cayó desmayada. De pronto, una luz que surgió de la estatua se convirtió en otra Juana idéntica que comenzó a caminar por el bosque. 

Mientras tanto en el campamento se organizaban para salir a buscarla. Los chicos llevaron linternas para poder ver en la oscuridad, aunque por suerte la luna estaba gigante y luminosa. De repente, Miriam gritó. Fede corrió a su encuentro y allí vio la escena: Miriam temblando con la mirada fija en el cuerpo de un muchacho que yacía inerte, ensangrentado, con un corte en el cuello y otro muy profundo en la cabeza. Debajo del cadáver, la mochila rosa de Juana y, apretada en el puño, la vincha preferida de su amiga.

Todo fue caos, llantos e histeria. El profe se hizo cargo y llamó a la policía local. Llegaron de inmediato para hacer las pericias. Juana seguía desaparecida y todo la inculpaba. La policía revisó el lugar buscando a la sospechosa. La encontraron junto a la estatua de una ninfa, con la mirada perdida. No podía hablar y su remera estaba llena de sangre.

Mientras se la llevaban detenida, escondida detrás de un arrayán gigante, su "doble" observaba la escena. Cuando todos se fueron, lavó sus manos ensangrentadas en el lago, se abrazó a la estatua y desapareció.

A Juana la condenaron a cadena perpetua, su mirada sigue perdida y nunca más habló. Todas las noches, sola en su celda, saca de debajo de su almohada una foto en la que se ven sus amigas, ella con su vincha preferida y, detrás, la estatua de una ninfa . 

Reflexión final - Fabiana

Este año viví, y creo que no fui la única, todos los estados de ánimo. Tuve días de alegría, de esperanza, de paz, pero fueron muchos los qu...